La crisis ucraniana del año 2014 se describirá detalladamente en los libros de texto. La estudiarán las próximas generaciones de diplomáticos y de investigadores internacionales. Es posible que pase a la historia como el fin del periodo de transición establecido tras la Guerra Fría.
La existencia de un cambio de época se manifiesta en el hecho de que las principales potencias entienden el momento presente de forma distinta. Para Occidente (Estados Unidos y sus aliados), el fin de la confrontación hace 25 años significó el establecimiento de un nuevo orden mundial.
Este apareció sin más, no como resultado de un acuerdo mundial o de una conferencia diplomática, como antiguamente. El adversario con el que se debía firmar la paz desapareció, dejando cierta incomprensión que rápidamente se convirtió en seguridad: no podía haber sido de otro modo, la victoria había sido limpia y con una clara superioridad.
Y estando así las cosas, el ganador comenzó a exigir el derecho a decidir cómo tenía que comportarse el resto de países. Desde entonces, a pesar de los cambios radicales que se han dado en el mundo, la idea de que existe un orden mundial justo y correcto bajo el gobierno de Occidente sigue viva. Y aquellos que ponen en duda este gobierno son considerados unos revisionistas contra los que hay que luchar por el bien común.
Al mismo tiempo, más allá de los límites de la comunidad occidental están lejos de compartir este punto de vista. Algunos de los estados de rápido crecimiento y gran influencia mundial, sobre todo en Asia, reconocen la existencia de este orden mundial, pero no lo consideran justo.
En cualquier caso, ya hace muchos años que se habla de la necesidad de revisar el funcionamiento de las instituciones internacionales, que siguen siendo un reflejo de la distribución de fuerzas de mediados del siglo pasado (el Consejo de Seguridad de la ONU, el FMI, el Banco Mundial, etc.). Y los sentimientos de injusticia se extienden cada vez más.
En lo que respecta a Rusia, un país que durante el último cuarto de siglo ha experimentado una euforia de cambios, desastres, estabilización y un complejo y tormentoso ascenso, ha surgido la firme convicción de que no existe ningún orden mundial. Durante este tiempo, Moscú ha intentado hacer que se escuche su opinión.
Paralelamente, se ha comenzado a sospechar que tal vez las acciones de los líderes mundiales basadas en sus propias convicciones no sean realmente capaces de garantizar cierto orden mundial. La práctica política ha demostrado más bien lo contrario. De ahí ha surgido la convicción de que no existe ningún orden, sino que nos encontramos en un periodo de transición de un sistema a otro que todavía se está formando. Es decir, que no existe ese revisionismo del que Estados Unidos y Europa acusan a Rusia, como tampoco existe un statu quo.
A Rusia la acusan de vivir en otra realidad, más anticuada, con su propio sistema de marcar “líneas rojas”. John Kerry acusó al Kremlin de volver al “espíritu del siglo XIX”. Y el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, atribuyó a Moscú los intentos de “recrear un mundo que se ha ido para siempre”, el de la Guerra Fría, un mundo altamente ideologizado y basado en el terror.
Las afirmaciones de que Rusia es conservadora en su política exterior y que no se desenvuelve del todo bien en algunas herramientas contemporáneas son completamente ciertas.
Es imposible recuperar completamente el espíritu del siglo XIX sobre el que hablaba Kerry. Ha pasado el tiempo en el que los grandes países decidían de forma unilateral el destino de los países pequeños. Pero he aquí otro aspecto de la política de aquella época: la verdad evidente de las relaciones internacionales. Una mayor atención a los intereses de las grandes potencias.
Tener consciencia de la línea a partir de la cual comienza, no sólo la rutinaria preponderancia de la guerra geopolítica, sino también la injerencia en los conceptos básicos de la seguridad. Nadie evitará los riesgos que esto implica mientras el comportamiento de los países lo determinen personas y no robots o computadoras.
Los riegos en Ucrania
El conflicto ucraniano se acerca a un punto crítico en el que sólo la diplomacia altamente profesional podrá salvar la situación. Se requerirá un acuerdo en múltiples niveles, así como compromisos e intercambios de intereses.
¿Qué hay sobre la mesa? Un dispositivo constitucional en Ucrania que garantice los derechos de todos sus habitantes. La no participación del país en alianzas. Los precios del gas, enormes deudas y la continuidad del suministro. Un llamamiento de Rusia a la celebración de unas elecciones dentro del marco de la legalidad. Estos serán los elementos que deberá incluir el acuerdo. Habrá que discutirlos uno por uno para que cada participante obtenga lo más importante para él sacrificando lo menos importante.
En la diplomacia actual no existe la posibilidad de una victoria completa e incuestionable. Si alguien intenta obtener un éxito semejante, todo comenzará a desmoronarse muy rápidamente, porque los perdedores intentarán tomarse la revancha.
Los tiempos sobre los que Kerry y Rompuy hablaban tan despectivamente, el siglo XIX europeo y la Guerra Fría, se distinguían precisamente por la capacidad de alcanzar acuerdos estables y a largo plazo, algo que no existía en la primera mitad del siglo pasado, cuando las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial intentaron establecer la paz únicamente por beneficio propio.
Tampoco existía a principios del presente siglo, cuando Occidente no tenía intención de alcanzar acuerdos con nadie y solía tomarse la justicia por su mano. Tanto en aquel momento como ahora, lo que parecía un orden mundial resultó ser un periodo de transición. Esta vez estaría bien llegar al equilibrio sin un choque como el de entonces, únicamente mediante la fuerza de la razón diplomática.
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