Bernardo Suárez Indart
Moscú, 2 mar
(EFE).- El presidente de Rusia, Vladímir Putin, al reservarse el
derecho de intervenir militarmente en Ucrania, ha hecho una apuesta
extremadamente arriesgada, que no sólo amenaza con un conflicto armado
con el vecino país, sino también con retrotraer al mundo a los peores
tiempos de la guerra fría.
El argumento empleado por el jefe
del Kremlin para obtener el voto unánime, que no secreto, del Senado
ruso autorizándole el empleo de las fuerzas armadas en territorio
ucraniano, fue la necesidad de defender los intereses y la seguridad de
los rusos que se encuentran en Ucrania.
Hace casi seis años,
en agosto de 2008, Rusia libró en Georgia su primera guerra contra otra
antigua república soviética, que denominó "operación para imponer la
paz", y que terminó con una rápida victoria de las armas rusas y el
reconocimiento por Moscú de las independencias de las regiones
separatistas de Abjasia y Osetia del Sur.
En esa ocasión,
Rusia también arguyó la defensa de los rusos para lanzar un ataque en
toda regla, con blindados y aviación, en Osetia del Sur, que terminó con
las tropas rusas a las puertas de Tiflis.
Pero entonces,
Moscú contaba un motivo de mucho peso: el entonces presidente de
Georgia, Mijaíl Saakashvili, había lanzado una operación militar en
Osetia del Sur para "restablecer el orden constitucional".
Con
mucha más cautela, las nuevas autoridades de Ucrania no han emprendido
acciones de fuerza en la república autónoma de Crimea, donde tiene su
base la Flota rusa del mar Negro, cuyos efectivos se han hecho con el
control de varias instalaciones estratégicas de la península.
Estas acciones cuentan con el apoyo de muchos rusos étnicos de Crimea
(60 de su población), que no reconocen al nuevo Gobierno de Kiev, ya que
temen la "ucranización" de ese territorio, que consideran, y no sin
razón, históricamente ruso.
Crimea fue entregada a Ucrania en
1954 por el entonces líder soviético de nacionalidad ucraniana, Nikita
Jrushov, como una muestra de la unidad de los pueblos ruso y ucraniano.
Ese "regalo" no ha hecho más que envenenar las relaciones entre Moscú
y Kiev, en particular tras la desaparición de la Unión Soviética en
1991.
En medio de la crisis de Ucrania, Rusia ha anunciado su
disposición de facilitar la concesión de ciudadanía a los ucranianos que
así lo deseen, medida que aplicó en relación a osetas y abjasos en
vísperas de la guerra con Georgia.
El nuevo Gobierno
ucraniano, cuya legitimidad no reconoce Moscú, ha apelado a la comunidad
internacional, en particular a Estados Unidos y el Reino Unido, para
que garantice la seguridad de Ucrania de conformidad con lo estipulado
en Memorando de Budapest.
Y es que Estados Unidos y el Reino
Unido, así como la propia Rusia, se comprometieron en diciembre de 1994 a
garantizar la seguridad, la soberanía y la integridad territorial de
Ucrania y a no usar la fuerza contra ella, como contraprestación a la
decisión de Kiev de deshacerse de sus armas nucleares heredadas de la
URSS.
El presidente de EEUU, Barack Obama, advirtió anoche a
Putin, en una conversación telefónica de hora y media, de que una
violación continuada de la soberanía e integridad territorial de Ucrania
"tendría un impacto negativo en la posición de Rusia dentro de la
comunidad internacional".
Según la Casa Blanca, Obama instó a
Rusia a "aliviar las tensiones retirando a sus fuerzas a las bases
(rusas) en Crimea y absteniéndose de cualquier interferencia en otras
partes de Ucrania".
Washington insistió en que la entrada de
tropas rusas en territorio ucraniano "viola la ley internacional" y es
"inconsistente" con el Memorando de Budapest.
Obama ha dejado
en suspenso su participación en los trabajos preparatorios de la reunión
del G8 que debe celebrarse en junio en Sochi (Rusia), postura que
respaldó hoy Francia por medio de su ministro de Asuntos Exteriores,
Laurent Fabius.
El jefe de la diplomacia francesa resaltó que
el "espíritu" de esa cumbre que reúne a Alemania, Canadá, Estados
Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia "tiene una serie de
principios y valores, contradictorios" a la actitud de Moscú.
Hace unos días, antes de la entrada en acción de las tropas rusas en
Crimea, el director de radio Eco de Moscú, Alexandr Venédiktov, advertía
de que Putin se hallaba en una encrucijada histórica: ayudar al
separatismo prorruso en Crimea o dejar pasar la oportunidad y conservar
su papel en G8.
En el primero de los casos -alertó-, Rusia
asumiría riesgos inimaginables, como los de la URSS cuando invadió
Afganistán, embargos y aislamiento internacional, y en el segundo, Putin
sería condenado por su compatriotas por no haber recuperado Crimea en
una situación tan propicia.
A día de hoy y por lo visto, el Kremlin parece inclinare claramente por la primera opción.
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