Con 89 años a sus espaldas, el veterano
ucraniano aún conserva el buen humor, como no podía ser de otra forma
para un militar retirado cuyo nombre y apellidos fueron grabados con
cincel en un panteón a los caídos entre junio de 1942 y febrero del 43.
No es el único caso de veterano de Stalingrado que fue dado por
muerto en combate y que no sólo aún estaba vivo, sino siguió
combatiendo, aunque Kiréev no pudo participar en la toma de Berlín, ya
que resultó gravemente herido en noviembre de 1944 en Prusia.
Los excombatientes de la batalla que cambió la Segunda Guerra Mundial
rondan ahora los 90 años y, aunque derrotados por los achaques, ocupan
un sitial de honor en la historia de esa contienda.
"Resistimos hasta el final, aunque enfrente teníamos al gran Ejército
alemán. Sí, murió tanta gente bajo las bombas. En mi pelotón éramos 15 y
sólo tres sobrevivimos", asegura Kiréev, miembro de la 96 brigada del
legendario 64 Ejército soviético.
En julio de 1942, la ciudad
que recibió su nombre del líder soviético, Iósif Stalin, estaba a punto
de caer en manos de los alemanes, por lo que Moscú tuvo que recurrir a
carne de cañón, reclutas sin experiencia en combate que apenas duraban
en pie 24 horas bajo el infernal bombardeo alemán.
"Acabé la
escuela y dos días después cayeron las primeras bombas sobre Kiev. Todos
mis amigos fuimos a enrolarnos. A mí me rechazaron porque sólo tenía 17
años. Me enfadé mucho, pero cuando cumplí los 18 me dieron un fusil y
me enviaron al frente", recuerda Kiréev.
Curiosamente, según
la historiadora Tatiana Prekázchikova del Museo de Stalingrado, ni
Hitler ni Stalin sospechaban que esa ciudad a orillas del Volga sería
crucial para decidir el destino de la guerra.
Stalin pensó que
Hitler optaría por lanzar en el verano de 1942 una nueva ofensiva sobre
Moscú, pero los alemanes renunciaron a la capital rusa y decidieron
hacerse con el control del Cáucaso para cortar los suministros de
combustible al Ejército rojo.
"Es hora de frenar la retirada. Ni un paso atrás", rezaba la famosa arenga de Stalin a las tropas en julio de 1942.
Es decir, en el caso de los soldados soviéticos, entre los que había
no pocas mujeres, el heroísmo no era negociable, sino una obligación
para todos los combatientes, que en caso de retirada eran ametrallados
por unidades punitivas, de acuerdo a la directiva 227.
Como
resultado, los alemanes se vieron empujados a una batalla callejera, una
lucha cuerpo a cuerpo en las ruinas de la ciudad, para la que no
estaban equipados y en la que su supremacía en tanques y aviones perdió
todo valor.
"Los alemanes no estaban preparados para 40 grados
bajo cero. Además, se les acabaron las municiones y las provisiones.
Estaban hambrientos y muertos de frío", asegura Dmitri Stadniuk, un
veterano ucraniano de 90 años.
La consecuencia fue que la
ciudad de poco más de medio millón de habitantes prácticamente
desapareció de la faz de la tierra debido a los bombardeos alemanes y
que en sus calles y en los alrededores perecieron más de dos millones de
soldados soviéticos y alemanes.
"Había montañas de cadáveres.
Tuvimos que pedir a los prisioneros que cavaran bajo la nieve fosas
para enterrar a sus propios caídos", recuerda.
Stadniuk vio
personalmente en una de las plazas de Stalingrado cómo un compungido
Friedrich Paulus, el comandante del Sexto Ejército alemán, era
trasladado en un vehículo por soldados soviéticos tras rendirse, el 2 de
febrero de 1943.
"'¡Hitler kaput!' gritaban los prisioneros
alemanes agitando banderas blancas. En Stalingrado nosotros aprendimos a
combatir y los alemanes perdieron la iniciativa. Fue nuestra primera
gran victoria", relata Stadniuk.
Los alemanes nunca llegaron a
poner sus botas en Moscú, mientras los soviéticos ya no se conformaron
con expulsar de su territorio al invasor, sino que lanzaron una
contraofensiva que concluyó con la toma de Berlín
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