Todo cambió durante el reinado de Pedro I. El joven zar, que no se quitaba la pipa de la boca fundó San Petersburgo y tenía una actitud de acercamiento a Europa, comenzó a imponer entre los rusos el hábito del tabaco de forma insistente y deliberada. Fue capaz incluso de sacarle provecho: vendió a los ingleses el derecho al monopolio del comercio del tabaco en Rusia (aunque sólo durante siete años) por 200.000 libras, una suma de dinero enorme para la época.
El zar utilizó bien el dinero ganado: lo invirtió en un ejército, en una flota y en la contratación de especialistas extranjeros. Él mismo comenzó a disfrutar del tabaco entre los nobles rusos. En aquella época se fumaba en pipas de arcilla de tubo largo, primero de importación y después de fabricación rusa. El tabaco, sin embargo, se traía de América y de Turquía.