Mijaíl Lazárev: la historia de la llegada del primer ruso a Perú

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Hace 200 años llegó a Perú el primer buque ruso en la historia del país andino.Se trataba del barco de vela Suvórov comandado por Mijaíl Lazárev. Este acontecimiento, marcó el inicio de las relaciones entre Perú y Rusia, caracterizadas por la amistad y la cooperación.

El 24 de noviembre de 1815, el puerto de Callao recibió un buque con una bandera nunca antes vista por los locales. El barco se llamaba “Suvórov”, un nombre desconocido y extraño para los habitantes de dicha ciudad portuaria. Al anclar, el comandante del puerto y el jefe de la aduana fueron informados sobre la procedencia del navío, el barco provenía de Rusia, un país prácticamente desconocido para el Perú en aquella época.

Mijaíl Lazárev de tan solo 27 años, era el capitán del buque. Cuando salió a la costa para presentar el cuaderno aduanero, Lazárev, tal vez sin saberlo, se convertiría en el primer ciudadano ruso que pisaba tierra peruana.

Al siguiente día, el capitán fue a Lima para presentarse ante el Virrey, Marqués de Abagadill. Tras la audiencia, el Virrey dio permiso para que los marineros rusos pudieran llegar libremente a Callao y a Lima, adicionalmente les extendió una invitación para cenar tanto al Capitán como a los oficiales de la embarcación. La cena estaría enmarcada en un ambiente de mucha cordialidad, curiosamente los invitados rusos recordarían que “hubo pocas conversaciones, ya que continuamente iban sirviendo nuevos manjares y el Virrey observaba si hacíamos honor a sus interminables platos”.

Los días siguientes a su arribo, los marineros rusos se dedicarían a arreglar su barco después de dos largos meses de travesía. En poco tiempo, el “Suvórov” fue totalmente reparado y pintado para un nuevo viaje. “Tras estos trabajos no había ninguna embarcación anclada en la ensenada de Callao, que pudiera compararse con la nuestra por su belleza y pulcritud”, escribió en su diario uno de los oficiales, Semion Unkovski, amigo de Lazárev.

Los arreglos del navío fueron todo un éxito, hasta tal punto, que “Suvórov” tuvo el honor de participar en el cumpleaños de la reina de España, celebrado aquel 29 de noviembre. Tras la ceremonia los invitados, representantes de las familias aristocráticas de Callao y de Lima, se acercaron a admirar el barco ruso y a conocer a los visitantes de la lejana Rusia. En este periodo de estancia, los marineros rusos recibieron la visita de altos funcionarios que acompañados con su familia, pudieron admirar la belleza del mismo y los últimos arreglos realizados.

“Las mujeres de Lima resaltan por su belleza”

 

Muchos detalles sobre la cotidianidad en el Callao y Lima, impresionaron a los marinos rusos que tuvieron la oportunidad de estar allí. Semión Unkovski escribiría dentro de sus memorias aquellas impresiones, como por ejemplo que en las plazas de Lima las vendedoras y los papagayos enjaulados gritaban “despiadadamente fuerte” y que “de día no se veían otras mujeres en la ciudad”.

A su vez, afirmaba que cuando esporádicamente aparecían mujeres vestidas con ropa decentes, estas siempre estaban tapadas con una capa de seda que les cubría su rostro.

Entre otras curiosas impresiones, Unkovski describiría: “la falda de color café o negro es tan corta, que permite ver la pierna bien calzada”; destacando también que: “las mujeres de Lima en general resaltan por su belleza y coquetería”.

La tripulación también se sorprendió por la tradición limeña, de celebrar cada día la salida y la puesta del sol: “En cuanto el sol con su extremo inferior empieza a tocar el horizonte, toda la población se calla y piadosamente, con una oración silenciosa en los labios, despide el sol, igual como habían recibido su salida. Los limeños adoptaron esta costumbre de los antiguos habitantes de este país, quienes le rendían un tributo similar”, destacaba Unkovski.

Tras la puesta de sol, también iniciaban las diversiones mundanas. En las calles aparecían damas con ligeros vestidos blancos que paseaban con sus galanes “hasta las once, no más tarde”, y después regresaban a casa donde continuaban la velada entre conversaciones y canciones con acompañamiento de algún diestro guitarrista. En las tabernas de Lima y Callao, la noche traía consigo los juegos de billar, dados, cartas y dominó. “Entre los jugadores se podía encontrar a monjes agustinianos, que con sotanas blancas, se pasaban las noches enteras jugando”, escribía el sorprendido Unkovski.

“El comercio resultó muy beneficioso”

En la ciudad de Lima, Mijaíl Lazárev conoció al señor Abadía, director de la Compañía Filipina y una de las personas más acaudaladas e influyentes del Perú. Abadía se interesó mucho por la posibilidad de comprar mercancías rusas, como la tela de lino, cuerdas y pieles que el buque Suvórov traía de Alaska.

Tal fue su interés, que se ofreció para ser intermediario comercial entre las compañías Ruso-Americana y la Filipina. Abadía consiguió para los rusos el derecho de comercio en Lima, un privilegio que se concedía con rareza al interior de las colonias españolas. Esto dio la posibilidad de vender las mercancías rusas a cambio de cobre chileno, quina, lana y otros productos peruanos.

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“El comercio resultó muy beneficioso para ambas partes”, anotó en su diario Semión Unkovski. Los peruanos estaban especialmente satisfechos con la adquisición de lino y los rusos con la compra de corteza del árbol de quino, considerada una valiosa materia prima medicinal. Junto con la última partida de quina, el señor Abadía cargó a bordo del barco Suvórov un valioso regalo de parte del Marqués de Abagadill para el emperador ruso: una colección de objetos antiguos pertenecientes a la civilización inca.

El último día antes de zarpar, el barco recibió otra valiosa adquisición: nueve llamas, una alpaca y una vicuña que los oficiales rusos habían comprado para transportarlos a Rusia. El señor Abadía advirtió a Lazárev que era poco probable que los animales resistieran el largo trayecto, pues les recordó que cuando los franceses intentaron llevarse llamas a Europa, éstas murieron por el camino. Lazárev contestaría a la advertencia: “En este caso, llevar estos animales a Rusia sanos y salvos es una cuestión de nuestro honor nacional y arte marítimo”.

Sorpresivamente, los marineros rusos cumplirían exitosamente con su difícil objetivo, los animales llegarían vivos a su destino y serían presentados al público en el cumpleaños de la emperatriz María Fiódorovna, en los Jardines de Peterhof.

El 5 de febrero de 1816 el buque Suvórov alzó el ancla y partió del hospitalario puerto de Callao. Unkovski escribiría en su diario: “Adiós, glorioso país de Perú y su adorable capital Lima con sus hospitalarios habitantes, donde hemos pasado unos días tan felices que nunca olvidaremos”.

 

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