Vladímir Putin junto a Fidel Castro durante la visita que realizó el presidente ruso en julio del 2014 a La Habana. Fuente: kremlin.ru
El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, explicaba que “tras el colapso de la URSS, entramos realmente en una prolongada pausa (más que en un periodo de enfriamiento), no solo en relación con Cuba, sino también con otros estados de América Latina, África y Asia. Esto se debió, por un lado, a que entonces prevalecía la opinión entre nuestros dirigentes de que la relación con nuestros socios del Tercer Mundo no era una cuestión de primera necesidad y se creía que una relación más estrecha con Occidente solucionaría automáticamente todos nuestros problemas. Por otro, no disponíamos de medios y recursos suficientes. Ya teníamos problemas suficientes en casa y nos faltaban manos y fondos para ocuparnos de otros”.
Como resultado, se detuvo el trabajo de cooperación en establecimientos estratégicos como la fábrica metalúrgica José Martí, la fábrica de níquel Las Camariocas o la central termoeléctrica Habana, en los que se habían invertido grandes cantidades de dinero. Solo en la construcción de la central nuclear de Juragua la Unión Soviética gastó cerca de 1.200 millones de dólares.
Ante tales circunstancias, ni si quiera la firma de varios acuerdos bilaterales entre 1992 y 1996 fue suficiente para obtener resultados. Si el año de la caída de la URSS el 63 % de la producción comercial de Cuba se destinaba a aquel país, en 1995 este indicador había descendido hasta el 6 %.
Al mismo tiempo, con la esperanza de acabar con el régimen de Fidel Castro, EE. UU. endureció el bloqueo comercial contra Cuba mediante las leyes Torricelli y Helms-Burton. No es de extrañar que los cubanos se refirieran a esta etapa de las relaciones económicas con Rusia como el ‘doble bloqueo’.
Sin embargo, según Lavrov, en la década del 2000, Rusia se acordó de sus viejos amigos. “Aquí hay un importante factor moral; aquellos que siempre nos habían tendido la mano sintieron por fin que no nos habíamos olvidado de ellos”, señala el ministro. “Para nosotros es muy importante mostrar fidelidad a nuestros aliados y amigos cuando estos tienen una relación similar hacia nosotros”.
La elección de Vladímir Putin como presidente de Rusia en el año 2000 y su visita a Cuba en diciembre de ese mismo año le dio un nuevo impulso a la relación ruso-cubana. Rusia concedió por primera vez un crédito a Cuba por valor de 50 millones de dólares, aunque entonces no fue posible resolver la cuestión más delicada: la liquidación de la deuda que Cuba había contraído con la Unión Soviética por una valor de 20.400 millones de rublos de la época.
Este punto se puso finalmente sobre la mesa durante la siguiente visita de Putin a La Habana, en julio de 2014. Considerando el carácter estratégico, el presidente ruso anunció una condonación del 90 % de la deuda de Cuba, lo que equivalía a 31.700 millones de dólares. Con respecto al 10 % restante (unos 3.000 millones de dólares), las partes acordaron que se destinarían a proyectos de inversión social en territorio cubano.
Según comenta a RBTH Vladímir Davídov, director del Instituto de América Latina adscrito a la Academia de las Ciencias de Rusia, “tras librarse de la carga del pasado, Rusia y Cuba comenzaron a elaborar un programa de cooperación económico-comercial y científico-técnica que debía durar hasta el año 2020”.
Durante las negociaciones de Vladímir Putin con Raúl Castro el pasado julio en La Habana y este mes de mayo en Moscú, se habló de proyectos de gran importancia económica para Cuba. En particular, se destacó el trabajo de la empresa Zarubezhneft para la explotación del yacimiento de Boca de Jaruco y se anunciaron planes para la prospección de nuevos bloques de petróleo en la plataforma continental cubana. Los dirigentes de ambos países valoraron positivamente la intención de las empresas INTER RAO-Export y Unión Eléctrica de construir en Cuba cuatro módulos para la central termoeléctrica con una potencia instalada de 200 MW.
Cabe recordar que más del 40 % de las centrales eléctricas activas en Cuba se construyeron con ayuda de expertos soviéticos. Renovarlas sin el apoyo de Rusia no resultaría fácil. Cuba también ha mostrado interés en que sus estudiantes se preparen en Rusia, tal como ocurría durante la época soviética.
Una buena muestra de la recuperación de esta buena tradición es la asignación en Cuba de 100 becas para estudiar en universidades rusas durante el año académico 2015-2016; también lo es la apertura en la Universidad de La Habana de un departamento dedicado a Lomonósov y otro en la Universidad Estatal de Moscú dedicado a José Martí.
“Todo esto sugiere que Rusia mantiene su política de apoyo a Cuba”, comenta Davídov. “Al mismo tiempo, Moscú acoge la distensión en la relación entre Cuba y EE UU, ya que esto ayudará a solucionar los problemas económicos de la isla”.
Es más, Cuba podría seguir ejerciendo de plataforma de entrada en América Latina para Rusia. En opinión de Davídov, la participación de empresas rusas en la creación de un importante centro de conexión para la modernización del puerto de Mariel, en la construcción de un moderno aeropuerto con terminal de carga en esta misma región, y en la gestión de la primera zona económica exclusiva de Cuba para la incorporación de empresas conjuntas en el campo de la metalurgia, la farmacia y la biotecnología, constituyen un primer paso hacia la formación de dicha plataforma.
Víctor Krasilshikov, del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales, también cree que el reinicio de las relaciones ruso-cubanas aportará una mayor relevancia al papel de la Federación en América Latina. “Ante el empeoramiento de la relación entre Rusia y Occidente, Moscú tratará de aumentar su presencia en los países de América Latina y del Caribe. Para ello es importante que los acuerdos alcanzados entre Rusia y Cuba se lleven a cabo, que se lleven a la práctica los programas de cooperación trazados y no se queden en buenos deseos”, comentó a RBTH.
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