Fuente: RG / Serguéi Mijéev
En la Conferencia de Yalta, que tuvo lugar entre el 4 y el 11 de febrero de 1945, los jefes de tres Estados —el líder soviético Iósif Stalin, el presidente de los EE UU Franklin Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill— trataron de alcanzar el ambicioso objetivo de librar al mundo de los grandes conflictos armados. Este objetivo es hoy tan relevante como lo fue hace 70 años.
Según señala el profesor del MGIMO (Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú), Mijaíl Miagkov, para resolver los problemas actuales de seguridad global y encontrar una salida a los conflictos de Ucrania y de Oriente Próximo, habría que convocar una ‘nueva Yalta’. Al encuentro deberían asistir los líderes de aquellos países que tienen un peso real en el mundo para fijar las reglas del juego en el marco de las relaciones internacionales. El experto destaca que tales acuerdos deberían concluirse de conformidad con las bases de la ONU.
La creación de la ONU fue uno de los mayores logros de la Conferencia de Yalta. Empezó a planearse ya en diciembre de 1944, sin embargo, solo en Yalta se consiguió llegar a un acuerdo sobre la forma que adoptaría la sucesora de la prebélica Liga de las Naciones. Según el historiador militar Mirosláv Morózov, en aquella ocasión se puso de manifiesto la ‘voluntad de compromiso de los tres líderes’.
Según apunta Mijaíl Miagkóv, el diseño del Consejo de Seguridad de la ONU se acerca en gran parte al concepto de los ‘cuatro policías’ de Roosevelt, que serían EE UU, la URSS, Gran Bretaña y China. Aunque en Yalta se sumó uno más, Francia, por influencia de Stalin, que antes de la conferencia se reunió con el líder de la resistencia francesa, el general de Gaulle.
De acuerdo con los analistas rusos, la URSS logró uno de los puntos fundamentales, el derecho a veto para los ‘policías’ del Consejo de Seguridad de la ONU, mientras que Roosevelt propuso que las decisiones se aprobaran por mayoría de votos. Para la Unión Soviética, esto era inadmisible, puesto que los países occidentales eran mayoría. Un hecho significativo es que aún hoy se siguen oyendo llamamientos a privar del derecho a veto a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU.
Las esferas de influencia
Además de pactar la creación de la ONU, los líderes de los tres países acordaron el reparto de las esferas de influencia, en especial en el territorio de Europa. Los investigadores rusos apuntan que los líderes abordaron esta cuestión con voluntad de compromiso desde el principio.
Según asegura el historiador militar Vitali Bogdánov, durante la preparación para la conferencia, Moscú trató de formular propuestas que no contrariaran a Occidente. Los expertos creen que, en aquel momento, la URSS todavía no había tomado el rumbo hacia la ‘comunización’ de Europa del Este. Esto ocurrió más adelante, ya en tiempos de la guerra fría. Y es que, en el periodo de Yalta, Moscú no tenía ningún interés en la implantación de barreras en Europa.
También Roosevelt apostó por una política de ‘puertas abiertas’ en previsión de que la ayuda económica de EE UU serviría para introducir los intereses de Washington en la esfera de influencia soviética.
Un déficit de carisma
Aunque, con la irrupción de la guerra fría, los planes de cooperación entre la URSS y Occidente se convirtieron historia pasada, los acuerdos de Yalta han demostrado su viabilidad incluso bajo las nuevas condiciones de confrontación global.
De acuerdo con las hipótesis de los analistas rusos, cualquier mejora del sistema de seguridad internacional deberá basarse en los principios consolidados en Yalta: no podemos renunciar a la ONU ni prescindir de los jugadores más influyentes del tablero mundial. Al mismo tiempo, los expertos aluden decepcionados a la falta de líderes mundiales dotados de un carisma equiparable al de sus predecesores en Yalta y que estén a la altura de los graves desafíos de la modernidad.
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