Julia Zajárova: “Mi segudo hogar”
Fuente: Ines Guimaraens |
Recuerdo las caras de sorpresa de mi familia y de mis amigos cuando, con orgullo, les anuncié que viajaría de intercambio a Uruguay. La misma cara tenían cuando me preguntaban: “¿Por qué no ir a Argentina, que es más conocida?”. Sonriendo les informaba que Uruguay es el país con el nivel de vida más alto en la región. En ese momento eso era lo poco que sabía sobre el país que había elegido. Y no me equivoqué.
Hay que decir que Uruguay es diferente de Rusia. Siempre quise sentir la verdadera cultura latinoamericana, aprender algo más sobre ella que no fueran las palabras “tango”, “selva”, “carnaval de Brasil”, que resultan tan exóticas para los rusos.
Sin embargo, en ese sentido, Uruguay resultó menos exótico de lo que esperaba. O sea que no sufrí un choque cultural. Quizá porque la sociedad uruguaya es la más “europea” de todo el continente, o puede ser porque es una mezcla de las culturas donde cada persona fácilmente encuentra su propio lugar.
Aunque, claro, algunas cosas en este país me sorprendieron al principio. Mi estancia en Montevideo coincidió con la campaña electoral y tal vez este evento aumentó el entusiasmo patriótico de la población, algo que me llamó la atención.
Observaba con admiración cómo se inculca el amor por el fútbol desde muy chicos, cómo los niños marchan con sus padres por la rambla con banderas en apoyo a su equipo… Se puede ver los carteles en las calles que dicen “Vivís en el mejor país del mundo”. Esto no me parece pomposo: a los uruguayos les gusta su país de verdad y están listos para actuar a fin de de cambiar su vida en la dirección correcta.
Los uruguayos parecen tener una visión optimista del mundo, la facultad de disfrutar de la vida, de encontrar la felicidad, incluso en las cosas ordinarias. Reunirse con sus amigos al aire libre o salir con la familia con un termo y un mate por la rambla es un ritual sagrado. Tan habitual que mis compañeras uruguayas en la facultad me dicen: “¿Eh? ¿No fuiste a la rambla ayer?” Y si me viene la prisa por explicar, seguro que me dirán mi expresión favorita: “Tranqui”.
En realidad, las maneras de relajarse y divertirse acá son un poquito distintas. Literalmente en Uruguay tuve que aprender la regla de salir cada jueves, viernes y sábado. Además, los uruguayos (de todas las edades) se quedan para discutir las noticias, porque todo, absolutamente todo, se convierte en objeto de discusión.
Otro mito que fue destruido, por mi propia experiencia: vivir en América Latina es barato. No en Uruguay. A pesar de que el país se especializa en productos agrícolas, los alimentos son caros. Eso sí, de muy buena calidad, especialmente cuando se trata de carne, productos lácteos, verduras y frutas.
Estos meses en Latinoamérica me dejan una experiencia inolvidable. Uruguay me contestó con su hospitalidad y una naturaleza divina. De verdad, es un país que después de solo cinco meses de estadía puedo llamar “mi segundo hogar”, ese donde me siento tan cómoda que quizá vaya a sufrir un choque cultural cuando vuelva a Rusia.
Ana Gríshkina: “Una mirada desde el otro lado del océano”
Fuente: Ines Guimaraens
Cuando llegan los últimos años de la universidad los estudiantes rusos se enfrentan a un dilema: ¿adónde ir de intercambio? Uruguay está lejos de ser el primer país en la lista de deseos. Pero fue el lugar que elegí como mi destino, tan lejano de mi querido San Petersburgo, pero tan cercano a mi corazón.
Las relaciones ruso-uruguayas no son precisamente las más dinámicas, y es por eso que el conocimiento que tienen los rusos de este país del sur se limita a la idea de una tierra lejana, donde siempre hay sol y hace calor, donde la gente fuma marihuana, juega al fútbol y disfruta de la vida.
Casi todo esto es verdad, pero Uruguay es mucho más de lo que se ve desde el otro lado del océano.
En grandes carteles extendidos a lo largo de la rambla que promocionan al Uruguay Natural se lee: “El país de encuentro”, “El país para disfrutar”.
Realmente parece que los uruguayos descubrieron el secreto de la felicidad y quieren compartirlo con el mundo. Los uruguayos sienten la libertad de ser ellos mismos, sin ningún tipo de vergüenza –es por eso que no es extraño, tanto de día como de noche, escuchar en las calles los sonidos de tambores.
Vale la pena dar un paseo por la Cuidad Vieja para descubrir la diversidad arquitectónica desde el neoclasicismo italiano (Catedral Metropolitana), eclecticismo y art déco francés (Palacio Taranco, Palacio Salvo) hasta la arquitectura colonial española (Cabildo de Montevideo). Seguir el camino de la rambla lleva al barrio de Pocitos, que fue construido en un estilo modernista en la segunda mitad del siglo XX.
Por otra parte el plato nacional –el chivito– exige valentía. Solo el uruguayo verdadero podía darse el lujo de mezclar la comida tan diversa y crear esa obra maestra gastronómica.
Al fin y al cabo, la cultura uruguaya es un mosaico increíble, creado por inmigrantes de todo el mundo, que no tenían miedo de tomar riesgos y probar cosas nuevas.
Es como el tango: primero se crea el caos, las
figuras giran, pero luego viene la unidad, el movimiento en una misma
dirección, el gusto por proceso. El contraste fuerte entre los rusos y los
uruguayos se observa en la relación con el medio ambiente. Para el ruso, el
lugar principal es una casa, que es el lugar donde encuentra calidez y confort.
Existe incluso un dicho bastante popular que resumen esta idea: “Mi casa es mi
fortaleza”.
Los uruguayos, a la inversa, pasan la mayoría de su tiempo al aire libre, un
hecho que los hace ser la gente más abierta al mundo.
En las noches cálidas en los parques, en la rambla, en los restaurantes de Montevideo apenas se encuentra espacio entre la gente paseando, mirando las estrellas o disfrutando del mate.
Uruguay se ganó el corazón de cada uno de las decenas de miles de visitantes que lo visitaron a través del tiempo. No fui una excepción: en mi alma la orquesta empezó a tocar piezas maravillosas, cuya existencia no conocía antes. Uruguay me hizo admirarlo y a la vez hacerme sentir triste por nuestra pronta separación.
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