Fuente: Valeria Saccone
“Yo no sabía lo que era una favela, apenas había oído hablar de ellas, pero no podía imaginar esto: las casitas en la montaña, las calles estrechas, centenares de peldaños… La primera semana que pasé aquí tuve un verdadero shock cultural”, afirma Masha Mironyuk, mirando incrédula a su alrededor.
A sus 20 años, esta universitaria de Cheliábinsk, en el sur de los Urales, nunca imaginó que acabaría hospedándose durante seis semanas en una favela de Río de Janeiro.
Fuente: Valeria Saccone
“Vine para hacer un intercambio a través Aiesec, una organización internacional de estudiantes”, cuenta Masha, que está cursando Relaciones Internacionales en la Universidad de Cheliábinsk. “Un par de días antes de llegar me propusieron vivir en una favela y acepté. Fue así como llegué a Santa Marta”, añade.
Santa Marta es la primera favela pacificada, donde hace seis años entró el primer batallón de las fuerzas especiales de la Policía Pacificadora (UPP), que acabaría ocupando otras 37 favelas. Está ubicada en el elegante barrio de Botafogo, en la zona sur de la ciudad y tiene una historia peculiar. En 1996, en pleno auge de la guerra entre las distintas facciones del narcotráfico, Michael Jackson la escogió como escenario para grabar su videoclip They don’t care about us y desde entonces la imagen de esta comunidad se volvió mundialmente famosa.
Fuente: Valeria Saccone
En la actualidad viven unas 6.000 personas y se ha convertido en un punto turístico. Cada mes 2.000 personas visitan Santa Marta -10.000 durante el pasado Mundial- y la plaza dedicada a Michael Jackson. Desde la instalación de la UPP, la calma reina en esta comunidad en la que no ha vuelto a oírse un solo tiro.
“Había leído que antes era peligroso y que ahora está mucho más tranquilo”, afirma Masha Mironyuk. “Cuando me dijeron que íbamos a vivir en una favela, no me preocupé mucho. Me pareció una oportunidad única para conocer una parte de la ciudad que no todo el mundo ve. Río de Janeiro no está formada sólo por barrios ricos en frente a la playa”, añade. Aunque todavía no se lo ha contado a sus padres, para que no se alarmen. A la vuelta les hará un resumen detallado de sus días en la primera favela pacificada.
Fuente: Valeria Saccone
En el grupo de intercambio había 15 estudiantes de varios países: Rusia, Canadá, Italia, Turquía, Portugal y otros países. La moscovita Maria Semenchenok también vivió en Santa Marta durante un mes y medio, y participó en el mismo programa en la Universidad Estatal de Rio (UERJ). Masha, dio clases de creación de empresas, startups y nuevos modelos de negocio a estudiantes brasileños.
Maria Semenchenok, de 24 años, es licenciada en ingeniería en el Instituto Moscovita de Aviación y actualmente trabaja en el departamento financiero de una organización llamada Small Business of Moscow. “Antes de llegar, pensaba que una favela era simplemente un barrio pobre, pero en realidad es un pequeño universo lleno de personas y de casas, en las que no sólo viven personas desfavorecidas. La gente es muy amable, nos hablaban e intentaban ayudarnos aunque no entendiéramos portugués”, cuenta Maria desde Moscú.
Fuente: Valeria Saccone
“Lo más complicado fue lidiar con el bondinho, el funicular que sube hasta la cima de la favela. Es muy lento, hay una fila tremenda y la mitad de las veces está estropeado. Además, sólo funciona hasta medianoche, con lo cual si sales de fiesta te toca subir toda la favela a pie”, cuenta Masha Mironyuk.
“Con el tiempo me acostumbré a subir y bajar a pie. Al principio me resultaba pesado, pero fue un excelente entrenamiento. Cuando fuimos a la Pedra de Gávea (una de las atracciones turísticas de Rio), ya estábamos en plena forma”, señala Semenchenok.
Fuente: Valeria Saccone
Para complicar la situación, hubo un episodio que enturbió los primeros días en la favela. “Un chico del grupo volvía de fiesta y estaba un poco bebido. No conseguía encontrar el hostal y un adolescente se ofreció a llevarlo. Pero en un callejón le robó el teléfono y el dinero. Nos asustamos”, cuenta Masha. Por suerte, sólo se trató de un caso aislado y las rusas pudieron retomar tranquilamente su vida en Santa Marta.
En la favela todo les ha sorprendido: la cantidad de niños, muy por encima de la media europea; los perros y gatos que pululan por decenas en los callejones y hacen sus necesidades en cualquier lugar; y las tiendas, peluquerías, iglesias y salas de fiesta que conforman un universo particular.
Fuente: Valeria Saccone
“Para mí ha sido una grandísima experiencia. Al principio sólo te fijas en la pobreza, pero al cabo de un tiempo te das cuentas de que la gente es muy amable y de que viven en una comunidad, como si fuese una gran familia. Ha sido muy bueno salir de la zona de confort y conocer otra realidad, porque Rio es eso, una ciudad de grandes contrastes”, dice Maria Semenchenok.
Masha Mironyuk, que ya ha aprendido algo de portugués, está a punto de volver a su Cheliábinsk natal para retomar los estudios. Regresa con la maleta llena de impresiones. “Un día estaba en la fila del teleférico y tenía que ir al baño. Estaba en una situación límite. No aguantaba más. Toqué la puerta de una casa, les pedí con gestos si podía usar el servicio y me dejaron. ¡Increíble!”, relata entre risas.
Fuente: Valeria Saccone
Masha no es consciente del prejuicio que existe contra los habitantes de las favelas. Lo que sí ha notado es que hay muchos cariocas que nunca las han visitado. “No lo entiendo. Estoy segura que dentro de 30 años no habrá más favelas en Rio de Janeiro. Por eso todo el mundo debería darse prisa para visitarlas, porque es parte de su historia”. Una historia viva que todavía divide el asfalto de esta ciudad.
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