La embajada se convirtió en colegio electoral. Fuente: Serguéi Kuznetsov / Ria Novosti
La embajada de Ucrania está situada en una histórica finca del siglo XVIII en el mismo centro de Moscú. La larga valla que la rodea está cubierta de flores e iconos. Los moscovitas acuden allí a rendir homenaje a los fallecidos en Odesa el 2 de mayo. Aquel día, durante un enfrentamiento entre los partidarios del poder central ucraniano y los activistas prorrusos, murieron 47 personas debido a un incendio provocado en la Casa de los Sindicatos.
Con el 41,49 %
escrutado, el oligarca Petró Poroshenko ha obteniendo el 54,1 % de los
votos, con lo que no habría una segunda vuelta. Partidario de acercarse a la UE
ha ofrecido también diálogo a Rusia. En segundo lugar se sitúa la ex primera
ministra Yulia Timoshenko con el 13,15 % de los sufragios, seguida del líder
del Partido Radical de Ucrania, Oleg Liashko, que obtenía el 8,53 %.
Las cifras preliminares coinciden con los resultados de las encuestas a pie de
urna. En en este del país, en la región de Donetsk, continúa la violencia y los
comicios no se han celebrado con normalidad.
Sin embargo, el pasado domingo, durante las elecciones presidenciales de Ucrania, las flores de la valla de la embajada estaban cubiertas por barreras. La policía cortó todo el pasaje Leóntievski, dejando un estrecho hueco para pasar. Para poder entrar en la embajada había que pasar por un detector de metales directamente desde la calle, situado bastante lejos de la entrada.
En Rusia, los ciudadanos de Ucrania pudieron votar en seis colegios electorales: la embajada de Ucrania en Moscú y los consulados en San Petersburgo, Nizhni Nóvgorod, Ekaterimburgo, Novosibirsk y Rostov del Don. Seguramente en todas estas superficies se tomaron unas medidas de seguridad análogas.
Una agente me registra la mochila y encuentra una botella de plástico con agua:
— Abra la botella y déjeme oler, — me dice.
— Pero si está sellada, — se lo muestro.
— Ah, bueno, entonces pase, — cambia de opinión.
En esta ocasión todo está estrictamente organizado. Como ha habido un registro previo, no hay colas. Paso por otro detector de metales y entro en la embajada.
— ¿Cómo es que no hay cola? En las últimas elecciones estaba lleno de gente, ¿es que hoy no van a votar? — pregunto a un guardia ucraniano.
— ¿Qué dice? — Se sorprende. — Ha venido mucha gente. Lo que pasa es que la última vez muchos no se habían registrado con antelación y tuvieron que hacer cola. En esta ocasión es necesario registrarse antes, por eso ya no hay aglomeraciones.
— ¿Y ha visto usted las colas tan largas que hay en Kiev? — Comenta alguien entre los visitantes, — yo he visto una retransmisión por internet...
Tras recibir sus números, los electores pasan por un patio bien cuidado en cuyas paredes cuelgan posters con las biografías de todos los candidatos a la presidencia. Pero nadie se detiene a mirarlos. El sol abrasa sin piedad y todos se apresuran a llegar al vestíbulo refrigerado de la embajada.
Acuden a votar distintos tipos de personas, algunos vestidos con vyshivankas, camisas tradicionales ucranianas, otros se han vestidos elegantemente para la ocasión y otros llevan ropa informal.
— Yo nací en Donetsk. Mis padres viven allí y no pueden votar. Como sabe, en Donetsk es imposible votar por culpa de esos hombres armados. Por eso mis padres me han pedido que vote de algún modo por ellos, de forma simbólica.
De pronto llega un hombre vestido con una camiseta estampada.
— ¡Oiga, lleva usted una vyshivanka ucraniana preciosa! — Exclama una observadora.
— Es Ralph Lauren, — responde este ofendido, negándose a continuar la conversación.
Gente originaria de varios lugares ha acudido a votar. De Kiev, de Donetsk, de Dnepropetrovsk e incluso de Crimea. Una joven con dos niños vestidos con vyshivankas comenta que vive en Moscú, pero nació en Crimea.
— ¿Usted también obtendrá la ciudadanía rusa? — Le pregunto. Tras la adhesión de Crimea a Rusia, la mayoría de los habitantes de Crimea ha comenzado a cambiar de nacionalidad.
— No, yo vivo en Moscú por circunstancias familiares, pero sigo siendo ciudadana de Ucrania y quiero volver a mi tierra. Aunque ahora no sé exactamente adónde volver.
Junto al edificio de la embajada seguía habiendo cordones policiales, aunque de la radio de un agente oí: “Consumo de bebidas alcohólicas en la calle Arbat. Responda”. En la embajada todo seguía estando en calma. La turística calle Arbat era claramente más peligrosa.
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