Ígor Stravinski en el año 1910. Fuente: wikipedia
Cuando Stravinski llegó a Buenos Aires por primera vez en 1936, su recibimiento causó sensación. La víspera de la visita, los periódicos locales informaron al detalle sobre la gira que realizaría el compositor por América Latina, con análisis sobre la trascendencia del acontecimiento y la publicación de las crónicas de sus corresponsales en Río de Janeiro y Montevideo.
El querido visitante recibió innumerables telegramas de bienvenida de parte de las personalidades más representativas del entorno cultural, y el entonces director de la Opera-Teatro Colón, Athos Palma, acudió en persona al encuentro de Stravinski en la capital uruguaya. Stravinski fue entrevistado por el periódico La Nacion el 24 de abril en el puerto de Buenos Aires, donde habló de política, ideología y, por supuesto, de música.
Ígor Stravinski nació el 17 de junio de 1882, en Oranienbaum (actual Lomonósov), en la familia del cantante de ópera F. I. Stravinski. De niño recibió clases particulares de piano. Entre 1900 y 1905, estudió en la facultad de derecho de la Universidad de San Petersburgo. De 1903 a 1905 estudió composición bajo la tutela de Nicolái Rimski Korsakov. En 1910 cambió su residencia habitual, primero a Europa y después a EE UU. Compuso más de 120 obras. Murió en 1971 y está enterrado en la isla de San Michele, en Venecia.
Entre los numerosos conciertos ofrecidos por Stravinski en calidad de director y pianista, se incluía Perséphone, un melodrama escrito por el compositor con texto de André Gide. Jorge Luis Borges se encargó de la traducción al español del texto, y Victoria Ocampo —una de las figuras más conocidas de la cultura argentina— fue la narradora. Ocampo recuerda así su primer encuentro con Stravinski en 1913: “Asistí, en primera fila de platea, al tumulto de la Consagración de la primavera. Al final de la cuarta representación, creo que fui a todas, vi a Stravinski, pálido, saludando a ese público que aplaudía El pájaro de fuego y vitoreaba con estruendo la Consagración. Compré la partitura de la Consagración y alquilé un piano para tocarla en mi salita del Meurice. No sabía bien qué me atraía en ese galimatías de notas y en ese ritmo brutal de cataclismo”.
Más tarde, en el prólogo de la primera edición de La crónica de mi vida de Stravinski, publicado por la editorial Sur, Ocampo escribió: “Desde el primer contacto, la aspereza, la extraordinaria violencia rítmica de la Consagración me hablaron de un genio”. Ella se dirigía a Stravinski como “mi primer gran amor moderno”.
La dramaturga Beatriz Sarlo y el compositor Martin Bauer plasmaron la historia de la amistad entre Victoria Ocampo e Ígor Stravinski en un espectáculo musical denominado V.O., que se estrenó en el Centro de Experimentación Teatro Colón (CETC) en julio de 2013.
Probablemente fue un interés similar por la vida de Stravinski lo que indujo al escritor británico Chris Grinholf a escribir un libro y el guion de la película Villa Bel-Respiro, Love story, sobre el idilio mantenido entre Coco Chanel e Ígor Stravinski.
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Tras el estreno de la película, el autor reconoció que, sin saber nada con certeza, no tenía ninguna duda de que el idilio tuvo lugar, ya que se había constatado documentalmente que Chanel lo acogió en los momentos difíciles junto con su primera mujer —quien ya entonces estaba enferma de tuberculosis— y sus cuatro hijos en su villa parisina, y que después le dio dinero para la reposición del ballet La consagración de la primavera.
En 1960, con 78 años, Stravinski regresó a Buenos Aires. Para el Mozarteum, que invitó al compositor, esto confirmaba su capacidad para la organización de conciertos, mientras que para el público fue la ocasión perfecta para acudir de nuevo a los conciertos del legendario músico.
El 29 de agosto, durante la entrevista de turno, le preguntaron qué pensaba de América Latina, a lo que él respondió: “Lo primero es que algunas habitaciones de hotel son demasiado antiguas y otras demasiado nuevas. Los desiertos y las selvas, con su clima tan extremo... Y las caras de las orquestas sinfónicas, que parecen haber salido de las tumbas de los incas... Y el nacionalismo; cada país odia a su vecino”.
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