En 1983, la historia de la estadounidense Samantha Smith, que visitó la URSS invitada por el dirigente Yuri Andrópov, saltó a los titulares. Se convocó una visita recíproca y fue la colegiala Katia Lichova, de 11 años, la elegida para convertirse en embajadora de buena voluntad.
En Estados Unidos, Katia:
Le hizo un regalo al presidente estadounidense: un juguete fabricado por niños soviéticos que soñaban con la paz. “El Sr. Reagan respondió que, aunque ya no era un niño, él también soñaba con la paz, y me prometió que haría todo lo que estuviera en su mano para que no hubiesen armas nucleares en la Tierra”, relató más tarde.
Los soviéticos leyeron con interés las memorias de Katia sobre su viaje a través del Atlántico, pero no estuvieron muy entusiasmados con su personalidad tras los rumores de que era cercana al Ministro de Asuntos Exteriores Andréi Gromiko, lo que la habría colocado por delante de otros 6.000 candidatos. Sin embargo, parece que fue elegida sobre todo por su nivel de inglés, su experiencia en la comedia y su aspecto.
El interés de la prensa la ha cansó tanto que, hasta ahora, ha evitado todo contacto con los periodistas.
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