Irónicamente, para lograr este objetivo Moscú buscó activamente la ayuda de los propios países occidentales: Alemania, por ejemplo. Especialistas alemanes vinieron a la URSS, compartieron su experiencia, construyeron ciudades y trabajaron en empresas industriales.
“...En vísperas de la Revolución de Octubre, Lenin dijo: ‘Nos enfrentaremos a la muerte a menos que alcancemos y superemos a los países capitalistas avanzados’. Llevamos entre 50 y 100 años de retraso con respecto a los países avanzados. Debemos recuperar esta distancia en 10 años. O lo hacemos, o nos aplastarán”, proclamó Iósif Stalin en la Primera Conferencia de toda la Unión del Personal Dirigente de la Industria Socialista en 1931.
La Unión Soviética se encontraba en una difícil situación financiera cuando se embarcó en la industrialización. A su llegada al poder, los dirigentes soviéticos habían esquilmado gravemente las arcas del Estado: Algunos recursos se perdieron en el transcurso de la Guerra Civil, otros se destinaron a la firma del tratado de paz por separado con Alemania en Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918, y aún se gastó más dinero para pagar las importaciones.
Miembros de la segunda delegación soviética a Brest-Litovsk encabezada por Lev Trotski (de pie, segundo por la derecha).
Stalin esperaba que la industrialización se llevara a cabo utilizando los recursos internos del país: Se suponía que la venta de materias primas y productos agrícolas en el extranjero proporcionaría a la URSS los fondos necesarios para el desarrollo industrial. Sin embargo, en 1929 estalló una crisis económica mundial (la llamada Gran Depresión) y el precio de los productos que la URSS enviaba al extranjero cayó.
Las expectativas de Moscú no se materializaron y la URSS se vio obligada a recurrir a otros países en busca de financiación. Fue Alemania quien se convirtió en el principal acreedor: Berlín había proporcionado a Moscú los primeros 100 millones de marcos ya en 1925, y al año siguiente la cantidad se triplicó. En nueve años, la deuda oficial soviética alcanzó los 900 millones de marcos.
Intercambio de mercancías entre soldados alemanes y soviéticos en febrero de 1918.
Dominio público“...Soy metalúrgico de profesión, tengo 32 años, estoy casado y tengo un hijo, y cuento con buenas referencias de carácter. En vista de que la situación de los obreros en Sajonia es muy difícil, me gustaría emigrar a Rusia, ya que soy miembro del Partido Comunista. <...> K. Matuszak, Leipzig, 1923”. Esta carta, dirigida a la Cámara de Comercio soviética, fue escrita por uno de los muchos alemanes que deseaban probar suerte en la URSS. A principios de los años treinta, el número de solicitudes era aún mayor.
Los que intentaron marcharse a la Unión Soviética eran personas de orígenes muy diversos: tanto especialistas altamente cualificados como trabajadores corrientes, según la historiadora rusa Vera Pávlova. A algunos les movían sus ideas políticas y el deseo de construir el comunismo, y a veces la necesidad de buscar asilo político en el extranjero, mientras que a otros les impulsaba la situación económica: La Gran Depresión que asolaba Europa en aquella época había traído consigo una oleada de desempleo. A su vez, las empresas soviéticas tenían sus propias necesidades: La URSS, que había vivido las convulsiones del periodo revolucionario y la Guerra Civil (1918-1923), carecía de mano de obra.
La cooperación con especialistas extranjeros (“inspetsi”, como se les llegó a llamar, abreviatura soviética del ruso inostraniye spetsialisti) planteó ciertas dificultades. Hubo casos de especialistas extranjeros enviados a hacer cosas para las que no estaban cualificados y de las que no sabían nada. Los extranjeros se quejaban de las malas condiciones de trabajo, la baja calidad de las herramientas y la falta de atención a sus iniciativas y sugerencias. Las condiciones laborales en las empresas soviéticas no estaban a la altura de las europeas. Además, la barrera del idioma y, a veces, la separación de los seres queridos afectaban a la moral de los recién llegados. Los locales, a su vez, se quejaban de que sus nuevos colegas eran malos trabajadores y disfrutaban de privilegios inmerecidos: “Los alemanes no trabajarán, sino que estafarán a los rusos porque les pagarán 10 rublos de oro”, “...antes se reían de los rusos, llamándoles cerdos, y ahora han venido a nuestro país”, son algunas de las quejas de los trabajadores citadas por Vera Pávlova.
Trabajadores de la fábrica "Triángulo Rojo" de Leningrado escuchan una conferencia sobre la industrialización del país.
State Museum of Russian Political History/russiainphoto.ruLa figura del especialista foráneo reclutado en el extranjero para intercambiar experiencias con sus colegas locales entró incluso en la literatura soviética. En su novela picaresca El pequeño becerro de oro, los satíricos Iliá Ilf y Evgueni Petrov describieron a un ingeniero alemán llamado Heinrich Maria Zauze que había llegado a la URSS para trabajar en el consorcio provincial soviético “Gerkules” y se siente totalmente incomprendido por la mentalidad y el ritmo de vida locales. “Querida Poppet, llevo una vida extraña y desacostumbrada. No hago absolutamente nada, salvo recibir puntualmente mi dinero tal y como se especifica en mi contrato”, escribe asombrado Herr Zauze a su prometida de vuelta a casa.
La escena de la película "El becerro de oro" muestra al ingeniero alemán Heinrich Maria Sause.
Uliana Shilkina/Park Production, 2005“¿Por qué contratamos trabajadores alemanes? Gastamos mucho dinero en ellos, les dimos más privilegios, pero no recibimos nada a cambio. En las reuniones se nos dijo que la llegada de trabajadores alemanes significaría un aumento de la eficiencia de los trabajadores, pero resultó que los trabajadores alemanes sólo retrasarían el cumplimiento del plan industrial-financiero con su holgazanería en el trabajo y su mala calidad”, se quejaron los trabajadores de la Fábrica № 50 que lleva el nombre de M.V. Frunze. De hecho, los alemanes fueron incorporándose poco a poco a los procesos operativos y en algunos lugares incluso empezaron a superar a sus colegas en eficiencia.
La necesidad de atraer trabajadores extranjeros también venía dictada por el hecho de que la URSS importaba equipos del fuera de sus fronteras. En consecuencia, se necesitaban personas que pudieran manejarlos y enseñar a sus homólogos locales a hacerlo. El suministro de equipos solía formar parte de un proyecto más amplio: la construcción de toda una empresa. Las empresas extranjeras elaboraban el proyecto, seleccionaban los equipos y transferían las patentes y los conocimientos técnicos a la parte soviética, mientras que la URSS sufragaba los costes y pagaba los honorarios.
Trabajadores alemanes de la mina "Stalin" almorzando en la cantina. RSS ucraniana. Década de 1920
SputnikSegún cálculos del historiador Boris Shpotov, de los 170 acuerdos de asistencia técnica firmados por la URSS entre 1923 y 1933, 73 (o el 43%) fueron con empresas alemanas; Alemania tenía una cuota del 47% de las importaciones soviéticas en 1932. La empresa Siemens fue uno de los principales socios de la URSS; ya había estado activa en Rusia bajo el régimen zarista. Durante el periodo de industrialización, la empresa participó en varios proyectos importantes: colaboró en la construcción de una central eléctrica en el río Kura, en el Transcáucaso, y en la planificación y preparación del emplazamiento de la central hidroeléctrica del Dniéper, además de suministrar turbinas para la central de carbón de Kashira.
Construcción del edificio principal de la central eléctrica de Kashirskaya
Dominio públicoLa construcción no se limitó a los proyectos industriales: Una parte importante de la industrialización soviética fue el establecimiento de las llamadas 2ciudades socialistas”, asentamientos de un tipo particular anexos a grandes plantas industriales donde podían vivir los trabajadores de la empresa. Arquitectos occidentales acudían a la Unión Soviética con este propósito. Uno de ellos fue el alemán Ernst May, célebre por su obra en Fráncfort del Meno.
El arquitecto alemán Ernst May.
Otto SchwerinLlegó a la URSS en 1930, trayendo consigo un equipo de especialistas en diferentes disciplinas. En poco tiempo, la “Brigada May” había planificado el desarrollo de 20 ciudades, entre ellas Magnitogorsk, Nizhni Tagil, Avtostrói (a las afueras de Gorki/Nizhni Nóvgorod) y Stalingrado. “Abordamos la zona entre Novosibirsk y Kuznetsk, la gigantesca cuenca carbonífera siberiana. Elaboramos planos bastante detallados para seis ciudades sobre el terreno, una gran parte de las cuales ya se construirán este año”, escribió un colega de May en 1931.
Combinado Metalúrgico de Magnitogorsk.
State Historical Museum of the Southern Urals/russiainphoto.ruHay que decir que este trabajo dio resultados miserables: Los proyectos se planearon desde el principio como urbanizaciones de bajo coste, pero las autoridades soviéticas trataron de ahorrar en su construcción y recortaron el presupuesto cada vez más. La gente debía vivir encerrada en espacios minúsculos, en viviendas de baja calidad y prácticamente sin comodidades. A pesar de la lealtad inicial de May a las autoridades soviéticas, las relaciones se deterioraron y, tras las críticas recibidas en la URSS, el arquitecto decidió marcharse en tres años.
Plaza de Lenin en Stalingrado, 1937.
SputnikLa cooperación de la URSS con los alemanes se hizo más difícil cuando los nacionalsocialistas llegaron al poder en Alemania. Para entonces ya se había completado el primer “plan quinquenal” soviético (1928-1932), la primera fase de industrialización en un plazo de cinco años. El país había dado un enorme salto industrial: en palabras de Stalin, el plan se había cumplido en un 108% en el campo de la industria pesada. La industrialización dio sus frutos y se redujo la dependencia de los países occidentales, por lo que el deterioro de las relaciones no detuvo el proceso. Al mismo tiempo, el segundo “plan quinquenal” (1933-1937) tuvo menos éxito, y el tercero (1938-1942) se vio interrumpido de todos modos por el inicio de la Gran Guerra Patria, que puso fin a la cooperación con Alemania.
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