El 8 de septiembre de 1941 las tropas alemanas cerraron el cerco terrestre alrededor de Leningrado. Comenzó el terrible asedio de 872 días de la segunda ciudad más importante de la Unión Soviética.
La Luftwaffe sometió inmediatamente a Leningrado a intensos bombardeos y se desplegaron todas las fuerzas de defensa aérea disponibles para proteger a los ciudadanos, las zonas residenciales y los numerosos monumentos. Fue entonces cuando, por primera vez en la historia militar rusa, luchadores especiales ciegos entraron en combate contra la aviación enemiga.
Un detectores de sonido.
Alexánder Ustínov/SputnikJunto con los radares, el principal medio para detectar aviones enemigos eran los llamados detectores de sonido. Estas construcciones poco manejables consistían en sistemas de tubos de distintos tamaños que permitían oír el zumbido de los aviones enemigos que se acercaban a grandes distancias.
Militares especialmente seleccionados, llamados “oidores”, escuchaban este estruendo. Una vez detectada la aproximación del enemigo, el oidor avisaba inmediatamente a sus camaradas, tras lo cual la luz de numerosos reflectores se dirigía al cielo en busca de objetivos y se preparaban los cañones antiaéreos.
La Gran Guerra Patria de 1941-1945. El sitio de Leningrado. El equipo del sargento Fiódor Konopliov disparando a los aviones enemigos.
Anatoli Garanin/SputnikDesgraciadamente, la eficacia de los primeros “oidores” dejaba mucho que desear, y a finales de 1941, el mando de la defensa aérea decidió dar un paso audaz: involucrar a los ciegos en la defensa de la ciudad. Detectar aviones enemigos requería no sólo un buen oído, sino un oído único, que ellos poseían.
A principios de 1942 había algo más de 300 ciegos en la ciudad. Muchos de ellos trabajaban en talleres especializados donde fabricaban redes de camuflaje para los edificios, manoplas para los soldados o zapatillas para los heridos. Otros levantaban la moral de los soldados actuando para ellos en conjuntos musicales.
Soldado del Ejército Rojo V. Alekséiev en el puesto de combate.
L.BernsteineLa selección para las filas de los “oidores” era dura. Las mujeres eran excluidas de inmediato, ya que el servicio requería una gran resistencia física. Se realizó un examen médico a treinta personas, veinte de las cuales asistieron a cursos especiales de formación. Finalmente, seleccionaron a doce hombres con un oído extraordinario y fueron asignados a regimientos de artillería antiaérea.
Los nuevos combatientes acústicos, que antes afinaban pianos o tocaban virtuosamente el acordeón, tuvieron que soportar las cargas de trabajo tremendamente duras durante sus horas de servicio. A menudo tenían que oír el zumbido de los aviones a través del cañoneo de la artillería durante el bombardeo de la ciudad.
Semión Bitovói, escritor y poeta, que vivió el bloqueo, describió la hazaña de los “oidores” ciegos en su novela La balada de Leningrado en 1974: “Tras quitarse los gorros de piel y los cascos de cuero, que les cubrían casi toda la cara, los “oidores” se reclinaban en el asiento y, apoyando la cabeza contra los reposacabezas cubiertos de cuero liso, empezaban a girar las ruedas, que hacían girar los megáfonos lenta y atentamente. El aire estaba lleno de diferentes sonidos que creaban un ruido continuo, con el ocasional traqueteo lejano de una ametralladora, el silbido de un proyectil o el denso golpe de la explosión de una mina...”
El 'oidor' Alexéi Boikó.
Dominio público“Esa búsqueda en el aire duraba horas y horas, si no toda la noche, y todo el tiempo había que girar los megáfonos y mantener la cabeza en la misma posición”, escribió Bitovói. “El esfuerzo te producía un terrible dolor en las sienes y las vértebras cervicales parecían a punto de crujir. Hacía falta un esfuerzo increíble, concentración y resistencia para escuchar el cielo, donde en cualquier momento podía haber un sonido sospechoso”.
Los defensores ciegos demostraron inmediatamente su gran eficacia. Podían oír los aviones enemigos mucho antes de que se acercaran a la línea del frente. La ciudad seguía en silencio, pero los “oidores” ya informaban de los peligros que la amenazaban. Podían determinar el tipo y la marca de los aviones alemanes que se acercaban, y a veces el número aproximado de los aviones.
Entre los soldados especiales hubo bajas. Averki Níkonov murió en servicio activo en febrero de 1942, y Vasili Tsiplenkov, que fue desmovilizado en verano del mismo año por motivos de salud, murió pronto de distrofia.
Sin embargo, los demás “oidores” ciegos lograron sobrevivir hasta el tan esperado levantamiento del bloqueo de Leningrado en 1944. Tras la victoria final, condecorados con numerosos premios por salvar la vida de miles de personas y preservar cientos de monumentos del patrimonio cultural, volvieron a sus pacíficas profesiones.
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