Hablando del periodo de gobierno de Nicolás I, podemos describirlo así: complejo y contradictorio. El propio zar también poseía estas cualidades. Sin embargo, pasó a la historia rusa y europea principalmente con connotaciones negativas.
Nicolás Pávlovich era el tercer hijo del emperador Pablo I y el último en la línea de sucesión. Por tanto, no había sido preparado para ocupar el trono; casi nunca participaba en los asuntos de estado de la familia. Como otros Grandes Príncipes, recibió una excelente educación militar y, antes de ascender al trono, dirigió varios regimientos de la guardia y fue el principal ingeniero del ejército ruso.
Sin embargo, el destino decidió otra cosa. En 1825, su hermano mayor, Alejandro I (emperador reinante en aquel momento), falleció repentinamente. Su hermano mediano, Konstantín, se encontraba entonces en Varsovia y se negó en redondo a ocupar el trono o a renunciar a él oficialmente. Mientras Konstantín dudaba, el ejército de la capital e incluso el propio Nicolás Pávlovich, consiguieron jurarle lealtad. Eso también dio algo de tiempo a los partidarios de los dos “herederos” para ganar fuerza.
Retrato del Gran Duque Nikolái Pávlovich, 1847, Egor Botman
Dominio públicoAl final, bajo la presión de su familia y de las élites, Nicolás Pávlovich decidió pasar a la acción: Se autoproclamó emperador y programó el día de jurar de nuevo lealtad para el 14 de diciembre. Ese día, los revolucionarios sacaron a algunos hombres del ejército de sus cuarteles y los llevaron a la plaza del Senado, frente al Palacio de Invierno, supuestamente para proteger los derechos de Konstantín, a quien Nicolás iba a arrebatar el trono. Pero el plan de los revolucionarios (que más tarde serían llamados los “Decembristas”) no tuvo éxito: el ejército no apoyó a los revolucionarios y la rebelión fue aplastada. Nicolás ordenó ejecutar en la horca a cinco líderes de la rebelión. Su gobierno comenzó con este sangriento episodio.
Nicolás I creía firmemente que la monarquía era la única forma de gobierno adecuada para Rusia. De ahí que cualquier cambio con tintes liberales lo considerara fatal. Era un conservador; su política de Estado se describía mediante tres postulados: Autocracia, Ortodoxia y Nacionalismo (una paráfrasis de un lema militar formado a principios del siglo XIX: “Por la Fe, el Zar y la Patria”).
"Entrada de las tropas rusas en París. 31 de marzo de 1814", artista desconocido
Museo Nacional Pushkin, San Petersburgo/Dominio público“Nicolás se propuso no cambiar nada, no introducir nada nuevo en lo fundamental, sino sólo mantener el orden existente, colmar sus lagunas”, describió su política el historiador Vasili Kliuchevski.
Concentró el gobierno del país en sus manos, así como en las de sus ministros, a los que los funcionarios obedecían impecablemente (su número aumentó vertiginosamente); la participación de la sociedad en este proceso quedó excluida. Para saber a ciencia cierta cómo vivía esta sociedad y controlarla, fundó un nuevo órgano de gobierno: la Cancillería Propia de Su Majestad Imperial. Su Tercera Sección fue bautizada como la “policía secreta”; vigilaba a las “personas poco fiables”, ejercía la censura sobre la literatura, los periodistas y enviaba informes periódicos al emperador.
Rebelión en la Plaza del Senado el 14 de diciembre de 1825, Karl Kollmann, década de 1830
Museo Histórico Estatal/Dominio públicoLa revuelta de los Decembristas dejó una enorme huella en todo su gobierno. “Creyó que lo que había ocurrido era Providencia Divina y decidió que Dios le había encomendado combatir la enfermedad revolucionaria no sólo en su propio país, sino en Europa, en general: consideraba la revuelta de los Decembristas como una parte la que amenazaba a toda Europa", opina el historiador Leonid Liashenko. Esta creencia en la amenaza revolucionaria determinó su política exterior.
Así, Nicolás I acabó en el trono ruso, seguro de que el Imperio Ruso estaba amenazado por una revolución y que ésta vendría de Occidente. Creía que la paz y la presencia de un poder firme en los Estados europeos redundaban en beneficio de Rusia. De ahí que, cuando otra revolución sacudía Europa, el zar ruso pensara que era su deber sagrado combatirla y reaccionar con rapidez.
Nicolás I anuncia a su guardia la rebelión en Polonia, 1830, Georg Benedikt Wunder
Dominio públicoPor ejemplo, en 1830, el ejército ruso reprimió duramente una revuelta polaca contra el dominio ruso. El siguiente viento revolucionario sopló desde Francia en 1848, cuando el rey Luis Felipe I fue derrocado y se proclamó la Segunda República. Los sentimientos revolucionarios de Francia se extendieron a otros países: Italia y Austria. Una semana después de la revuelta francesa, Francisco José, jefe de la casa imperial austriaca, pidió ayuda al zar ruso contra la revuelta de Hungría, que podía conducir a la desintegración del Imperio austrohúngaro y a la creación de una coalición contra Rusia. La situación horrorizó a Nicolás I, que en 1849 envió 170.000 soldados y oficiales rusos en ayuda de Viena. Esta intervención militar desempeñó el papel principal en la derrota de los húngaros en su lucha por la independencia.
Retrato del emperador Nicolás I, 1835, Franz Krüger
Sotheby's, Londres/Dominio públicoFue entonces cuando la prensa europea empezó a utilizar la expresión “gendarme de Europa” aplicada a Rusia y su zar. Más tarde, en la historiografía soviética, esta frase se vincularía a la cita de Vladímir Lenin, quien, en un artículo de 1908 titulado Los acontecimientos en los Balcanes y en Persia, también señaló que, en 1849, Rusia tuvo que desempeñar el papel de gendarme de Europa contra algunos países europeos.
De un modo u otro, la revolución de entonces no podía traspasar la frontera del Imperio ruso. El régimen de Nicolás I se tambaleó al sobrestimar gravemente su propia fuerza en otra guerra: contra el Imperio otomano en 1853-1856. Allí, Nicolás cometió varios errores de cálculo catastróficos y, como resultado, sufrió una derrota que minó la fe en su régimen incluso entre los más leales conservadores de Rusia.
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