Por qué Napoleón no consiguió hacer volar en mil pedazos el Kremlin

Incendio de Moscú el 15 de septiembre de 1812

Incendio de Moscú el 15 de septiembre de 1812

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El ejército ruso y el pueblo llano no fueron los únicos obstáculos para los bárbaros planes de Napoleón de destruir el Kremlin en su odiada Moscú. La madre naturaleza también echó una mano.

Una bienvenida no tan cálida

Moscú era muy diferente a otras ciudades europeas que se rindieron ante el genio militar de Napoleón. Aquí, no hubo multitudes de lugareños que acudieran a contemplar las columnas de la Grande Armée, ni funcionarios locales que se apresuraran a entregarle las llaves de la ciudad.

En su lugar, el emperador francés se encontró con una ciudad vacía, desierta y hostil que, para colmo de males, pronto quedó totalmente envuelta en llamas. Se dice que, al observar el resplandor de los incendios de Moscú, Napoleón, estupefacto, comentó: “¡Qué espectáculo tan terrible! Están quemando la ciudad ellos mismos... ¡Qué determinación! ¡Qué gente! Son escitas”.

Vasily Vereshchagin. Napoleón cerca de Moscú, a la espera de una diputación Boyardo

La ocupación francesa de Moscú duró algo menos de dos meses. La situación para Napoleón era nefasta y cada vez peor. Su Grande Armée se estaba convirtiendo en una decadente banda de merodeadores y ladrones, se acercaba el intenso frío invernal y, lejos de pedir la paz, los rusos reforzados acababan de derrotar a las tropas del mariscal francés Joachim Murat al suroeste de Moscú.

Sordo a los llamamientos de sus oficiales de alto rango para que pasara el invierno en la ciudad, Napoleón tomó la decisión de abandonar Moscú y retirarse hacia el oeste.

Venganza

Pero el emperador francés no podía abandonar la ciudad despreciada sin un regalo de despedida por la “hospitalidad” recibida. Además, tenía una cuenta pendiente con el emperador ruso Alejandro I, que se había negado a negociar con él.

Vasily Vereshchagin. A través del fuego

Al final, se decidió golpear el corazón mismo de Moscú, y de hecho de Rusia: el Kremlin. “He abandonado Moscú y he ordenado que se vuele el Kremlin”, escribió Napoleón a su esposa.

Y así la Grande Armée salió de Moscú. Sólo se quedaron en la ciudad los heridos, más un destacamento de 8.000 hombres al mando del mariscal Édouard Mortier, a quien se le había confiado la orden de volar el Kremlin e incendiar su palacio y todos los edificios públicos.

Durante tres días, los franceses obligaron a los moscovitas locales a cavar trincheras alrededor del Kremlin y a colocar minas. Uno de estos trabajadores recordaba: “Nuestras manos no querían obedecer. Que todos perezcan, pero al menos no por nuestra propia mano. Iba en contra de nuestra voluntad. No importaba lo amargo que se sintiera, debíamos cavar. El miserable enemigo se quedó allí, y si veía que uno de nosotros no cavaba bien, lo golpeaba con las culatas de sus rifles. Tengo la espalda destrozada”.

Vasily Vereschagin. En el escenario. Malas noticias de Francia

Los moscovitas, incapaces de soportar la destrucción de su ciudad, huyeron de Moscú e informaron de los bárbaros planes a un destacamento de tropas rusas al mando del general Ferdinand von Wintzingerode, estacionado en un pueblo cercano a Moscú.

Indignado, Wintzingerode dijo: “No, Bonaparte no volará Moscú. Dejaré claro que si se detona una sola iglesia, todos los franceses cautivos aquí serán ahorcados”.

Sin embargo, habiendo ido a ver a Mortier como enviado de tregua, fue capturado y sólo por milagro escapó a la ejecución.

Salvación

En cuanto los últimos soldados franceses abandonaron la ciudad, las minas colocadas comenzaron a explotar. “Por todas partes se oían los gritos salvajes, los chillidos y los gemidos de la gente aplastada por los edificios que caían. Se oían gritos de auxilio, pero no había nadie para ayudar. El Kremlin estaba iluminado por una llama ominosa. Explosión tras explosión, la tierra temblaba sin fin. Parecía el último día del mundo”, recuerdan los testigos.

Pintura de A. F. Smirnov

Como resultado de las explosiones, la torre Vodovzvódnaia fue destruida, las torres Nikólskaia, Primera Innominada y Petróvskaia resultaron dañadas, y una sección de la muralla del Kremlin y parte del Arsenal también sufrieron explosiones. Milagrosamente, el edificio más alto de Moscú, el campanario de Iván el Grande, sobrevivió. Permaneció intacto, a diferencia de sus posteriores ampliaciones.

Las consecuencias podrían haber sido mucho peores, pero parece que la propia naturaleza desaprobó las bárbaras intenciones de Napoleón (al igual que los oficiales franceses). Las fuertes e incesantes lluvias otoñales apagaron la mayoría de las mechas antes de que las minas pudieran explotar.

Los residentes locales también se apresuraron a apagar las mechas, al igual que la caballería de vanguardia del ejército ruso al mando de Alexánder von Benkendorf cuando entró en la ciudad.

Jerzy Kossak. Napoleón se retira de Moscú

El ruin plan de Napoleón había fracasado. Y antes de que el antaño grandioso y ahora variopinto ejército francés lograra cruzar la frontera occidental del vasto Imperio Ruso en su fortuita retirada, los moscovitas estaban ocupados restaurando su ciudad, borrando todo rastro de la incursión enemiga.

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