La guía del KGB para detectar a un espía extranjero

Kira Lisitskaya (Foto: Legion Media; Getty Images; Foto de archivo)
En la época de la URSS, el KGB redactó un manual en el que se detallaba el aspecto que debía tener un espía extranjero. Algunas de las características eran, cuando menos, halagadoras.

En plena Guerra Fría, los servicios de seguridad de ambos lados del Telón de Acero tenían que mantenerse vigilantes y buscar espías colocados por el enemigo. El KGB era famoso por su implacable lucha contra los espías de la CIA que operaban de forma encubierta en la Unión Soviética.

Para ayudar a sus agentes a detectar a un espía entre los ciudadanos extranjeros que llegaban legalmente a la URSS, la policía secreta soviética redactó un documento titulado "Cómo detectar a un espía extranjero".

El manual, que puede encontrarse en Internet, enumera una serie de rasgos que el KGB consideraba inherentes a los espías que operaban en la URSS. Aunque algunos de los puntos son justos, otros parecen sacados de un libro de James Bond.

Vodka Martini. Agitado, no revuelto

El manual del KGB está dividido en capítulos, cada uno de ellos dedicado a diferentes aspectos de su vida en la URSS. Algunas partes detallan su manejo de documentos, mientras que otras aconsejan a los oficiales de contrainteligencia soviéticos que busquen puntos ciegos en la biografía de un espía potencial.

Sin embargo, las partes más interesantes del manual del KGB describen la apariencia de un espía y sus gustos en cuanto a alcohol y mujeres.

“Aspecto: siempre limpio, ordenado, muestra las cualidades de una persona culta, inusualmente educada y respetuosa, rasgos que no siempre son inherentes a nuestro trabajador medio. Es servicial y cortés, especialmente con las mujeres (se levanta si una mujer entra en la habitación, se quita el sombrero al saludar y rara vez estrecha la mano)”, reza el manual. 

Según el KGB, un espía extranjero era siempre un caballero con un gusto elegante y con ansias de lujo.

Un espía típico de la Guerra Fría apreciaba los alimentos raros, como las ostras. A diferencia del típico trabajador soviético, se creía que se abstenía de comer pan y sabía cómo preparar correctamente un cóctel.

Un agente de inteligencia extranjero "mezcla bebidas alcohólicas con hielo y agua y las bebe en pequeñas dosis, como si las saboreara", dice el manual.

Un “trabajador modelo”

El manual suponía que un espía tenía recursos ilimitados a su disposición, por lo que el KGB dedujo que un agente clandestino no estaría demasiado interesado en la cuantía de su salario soviético.

“Busca un trabajo con un registro simplificado y un horario flexible. Demuestra indiferencia por su futuro salario”, reza el manual.

Al mismo tiempo, el KGB suponía que un espía estaría dispuesto a complacer a sus jefes trabajando más que un obrero soviético medio. Se proporcionó una explicación bastante irónica para apoyar este argumento.

Un espía ha "desarrollado el hábito de trabajar sólo bien en la producción [porque] los empleadores extranjeros no toleran el mal trabajo en el extranjero", afirma el manual.

Una mosca en la sopa

Por supuesto, nadie es perfecto... ni siquiera un espía extranjero. Y el KGB lo sabía. El manual también incluye rasgos que se consideraban groseros en la URSS, pero que se creían típicos de las personas que crecían en Occidente.

"Como costumbre, puede poner los pies en alto, mascar chicle o fumar en el autobús, en el cine o en una tienda, como es habitual en muchos países extranjeros", dice el manual.

Un espía extranjero también tendría la "desagradable" costumbre de "escuchar a escondidas las conversaciones de los demás".

Además de los consejos un tanto graciosos al estilo de James Bond, el manual dibuja el retrato de una persona que valora la privacidad, busca información secreta y se delata por adherirse a los hábitos inherentes a los residentes de los países occidentales.

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