“Estaba en el balcón y vi gente corriendo hacia el río Nevá. Estaba claro: algo había sucedido. Me quedé muy sorprendido al ver un avión Túpolev Tu-124 flotando allí y sus pasajeros abandonando el avión por una de sus alas”, así recordaba Yuri Tuisk, residente de Leningrado (actualmente San Petersburgo), los acontecimientos de ese día lejano, el 21 de agosto de 1963 (enlace en ruso).
Lo que condujo a los pasajeros al abandono del avión, como en el caso del río Hudson, fue el hecho de que ambos motores quedaron fuera de servicio. Aunque todo comenzó de manera diferente. Después del despegue desde el aeropuerto de Tallin, la tripulación del avión Túpolev Tu-124, con 45 pasajeros a bordo, descubrió que el tren de aterrizaje no se retraía y el vuelo cuyo destino original era Moscú fue desviado a Leningrado (actualmente San Petersburgo).
Al llegar a Leningrado, el avión comenzó a dar vueltas sobre la ciudad tratando de agotar el combustible, lo que haría que el aterrizaje de emergencia fuera más seguro. Mientras tanto, la tripulación intentaba desbloquear el tren de aterrizaje con un poste de metal. En este momento, el motor izquierdo se detuvo debido a la falta de combustible, y el capitán decidió volar inmediatamente hacia el aeropuerto de Púlkovo atravesando el centro de Leningrado.
Camino a Púlkovo, el segundo motor dejó de funcionar también. La altitud no era suficiente para que el avión pudiera abandonar los límites de la ciudad. En estas circunstancias, el capitán de 27 años, Víktor Mostovói tomó la decisión de aterrizar en el río Nevá a pesar de los numerosos puentes que lo cruzan. Al descender, el avión pasó por encima de varias pasarelas, y la última, que estaba en proceso de construcción, se encontraba a pocos metros por debajo del avión. Mientras la aeronave descendía, casi tocó un remolcador con su ala derecha. El acuatizaje, sin embargo, fue lo suficientemente suave: ninguno de los pasajeros o miembros de la tripulación resultó herido.
Un experimentado piloto, Yuri Sítnik, argumenta que conseguir posarse exitosamente en el agua con motivo de una emergencia es algo muy raro. “Se consigue solo en un simulador, ya que en la vida real de 10 aviones solo dos sobreviven después de impactar en el agua... Parece que el agua es suave. Pero es más dura que la tierra y rompe al avión en pedazos pequeños. Es casi imposible sobrevivir”, subrayó el aeronauta, destacando la gran habilidad mostrada la tripulación (enlace en ruso).
Esta vez las vidas de 81 personas estaban en juego cuando un avión Túpolev Tu-154, que se encontraba en algún lugar sobre la taiga, no pudo volar más. Esto sucedió el 7 de septiembre de 2010. El avión de Alrosa sufrió un fallo eléctrico completo después de llevar 3 horas y medias en el aire rumbo a Moscú, sobrevolando los bosques de Siberia. La ausencia de electricidad implicaba que el sistema de navegación y las bombas de combustible no funcionasen: el combustible daba solo para un vuelo de 30 minutos. La tripulación tenía media hora para encontrar un sitio de aterrizaje más o menos adecuado en medio de los árboles siberianos.
Afortunadamente, los pilotos detectaron una pista de aterrizaje. Era un antiguo y abandonado campo de aviación en la aldea de Ízhma, que en aquel entonces solo venía siendo utilizado por helicópteros, desde hacía 12 años. En los últimos 7 años, este lugar ni siquiera había aparecido en los mapas.
Sorprendentemente, resultó que la pista estaba lista para recibir un avión. El caso es que una persona, a cargo de la plataforma de helicópteros durante todos estos años, se encargó de mantener la pista por su propia iniciativa. Como Serguéi Sótnikov contó más tarde a los periodistas, el piloto del Tu-154 “no se lo podía creer cuando vio la pista, ya que instalé las pantallas necesarias e incluso pinté las marcas” (enlace en ruso).
Sin embargo, la pista era demasiado corta: solo tenía 1300 metros de largo, mientras que el avión necesitaba 2 kilómetros para aterrizar con éxito. Esta situación se vio agravada por el hecho de que, debido al fallo de electricidad, los flaps del avión no funcionaban y era muy difícil reducir la velocidad del avión. Sin embargo, la tripulación no tenía otras opciones, por lo que comenzaron a descender. Realizaron dos intentos y solo en el tercero el avión aterrizó. Llevaba una velocidad de aterrizaje de 420 kilómetros por hora, en lugar de los 250 km/h habituales. “¡La desaceleración fue tan rápida que el caucho [de las ruedas] se incendió! El avión salió de la pista y recorrió 160 metros fuera de ella”, contó Sótnikov. Sin embargo, nadie resultó herido.
“Me gustaría dar las gracias a la tripulación... No tuvimos tiempo para santiguarnos. Tuvimos miedo cuando salimos del avión y lo contemplamos. Habíamos “arado el bosque”, dijo uno de los pasajeros justo después de llegar a Moscú (enlace en ruso). Dos pilotos recibieron el premio del Héroe de Rusia, el galardón más alto en el país eslavo; Serguéi Sótnikov recibió una medalla.
El incidente más reciente tuvo lugar hace dos años en la República Dominicana, el 10 de febrero de 2016. Esta vez no era un Túpolev de fabricación rusa, sino un Boeing 777 “Jumbo Jet” que pertenecía a Orenair, con casi 400 personas a bordo.
El avión partió hacia Moscú cuando uno de sus motores se incendió y explotó. “Estábamos en la parte delantera del avión. La explosión fue en la parte izquierda, más bien un estallido... El capitán dijo que habría que realizar un aterrizaje de emergencia y que volvíamos a Punta Cana. Dio vueltas en el aire durante unos 40 minutos. El aterrizaje fue el clásico, el capitán fue simplemente genial”, dijo más tarde el pasajero Alexander Kolotilin a RT (enlace en ruso).
Era todo un reto el aterrizar un avión gigantesco, cargado con mucho combustible (ya que tenía planeado realizar un vuelo intercontinental), con solo un motor. “El comportamiento de la tripulación fue muy profesional. El peso del avión era excesivo. Uno no podía usar todos los medios disponibles para desacelerar, ya que solo funcionaba un motor”, comentó Víktor Zabolotski, piloto de pruebas (enlace en ruso), elogiando la destreza de los pilotos.
Durante el aterrizaje, el chasis del avión también se incendió. Los pasajeros fueron obligados a escapar del aparato usando el conducto de escape inflable. Afortunadamente, como en los otros dos casos, nadie resultó herido. El capitán recibió la Orden del Coraje del Presidente.
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