Momento de la ceremonia.Fuente: Grigori Sisóev / Ria Novosti
“Hemos tenido dos años para preparar la ceremonia, muy poco tiempo para un evento a tan gran escala. La ceremonia ha sentado un precedente desde el punto de vista técnico: las decoraciones se movían mediante un sistema de suspensión único, formado por 385 colgadores y guías con una longitud total de 2,5 kilómetros. El estadio, con una capacidad para 40.000 personas, se convirtió en un teatro gigante sin igual en todo el mundo”, comentaba Andréi Nasonovski, productor ejecutivo de la ceremonia.
El estadio Fisht recibe su nombre de uno de los picos de la cordillera del Cáucaso. Es impresionante, además de por sus dimensiones, por su original diseño exterior. Desde lejos, este hermoso edificio con su alumbrado de color azul claro recuerda a una montaña helada. Los 40.000 espectadores que se reunieron allí fueron testigos de un espectáculo multimedia a gran escala cuya principal tarea era hablar a todo el mundo sobre nuestro país: su cultura, sus tradiciones y sus habitantes.
Andréi Boltenko, director de la puesta en escena y autor del guió comentaba: “Queríamos contar la historia de nuestro país como no lo ha hecho nadie. Queríamos que 3.000 millones de espectadores vieran la grandeza y la diversidad de Rusia a través de los ojos de una niña llamada Liubov que fue la protagonista de la ceremonia. La niña es una especie de metáfora del alma femenina de Rusia”.
Viajando por los sueños de la pequeña protagonista, los espectadores visitaron varias regiones del país, fueron testigos de los principales acontecimientos de la historia de Rusia y se encontraron con personajes legendarios. No faltaron los símbolos con los que se suele asociar al país.
Una enorme y centelleante troika de caballos cruzando todo el estadio; una iglesia ortodoxa construida por 'todo el mundo'; los primeros barcos militares de Pedro I; la fundación de San Petersburgo y, finalmente, el legendario ballet ruso.
La aparición de la escultura 'Obrero y Koljosiana', un
símbolo de la época soviética, provocó en las gradas un torrente de emociones. Una
locomotora y varias construcciones metálicas recordaron los grandes avances
tecnológicos de aquellos años y la Revolución. La industria automovilística soviética, el
deshielo de Jruschov, la canción de la película Moscú no cree en las
lágrimas… En definitiva, los rusos tuvieron oportunidad de recordar muchas
cosas de su historia y de sentir nostalgia. Aunque, ¿hasta qué punto
comprendieron los espectadores extranjeros todos estos símbolos temporales?
Según el canadiense Mark, que asistió como público: “Lo más espectacular de la ceremonia ha sido la enorme locomotora. Todo ese episodio, la estructura, la iluminación y la música, ha sido, en mi opinión, un símbolo de la potencia de la URSS. Me ha impresionado mucho”.
Cecille, de Suiza nos comentó: “Las cúpulas de las iglesias ortodoxas son conocidas en todo el mundo, pero cuando además sonó aquella canción rusa (Kostromá), ¡enseguida me di cuenta de que estábamos en Rusia!
Y más tarde, cuando se elevaron volando hacia el cielo, ¡fue maravilloso!”.
A Iván de Polonia no le pareció tan emocionante: “Esperaba algo más grandioso, el espectáculo no ha sido lo suficientemente emocionante. Incluso me cuesta decir qué es lo que más me ha gustado… Creo que los fuegos artificiales finales. Mis amigos y yo iremos a la ceremonia de clausura de las Olimpiadas. Espero ver una representación más impresionante”.
Finalmente, después de que cantara la soprano Anna Netrebko, llegaron los últimos relevos de la antorcha olímpica, que en su largo periplo ha estado en el Polo Norte y en la Estación Espacial Internacional. Fueron la patinadora Irina Rodnina y el jugador de hockey Vladislav Tretyak, quienes encendieron el pebetero y ya arde la llama olímpica.
Una fiesta que durará hasta el 23 de febrero. Mientras tanto, los detalles de la ceremonia de clausura se mantienen en secreto.
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