La capitana de la selección española de baloncesto recuerda su periplo por Rusia. Fuente: Imago / Legion Media
Fuíste la primera española en fichar por un club ruso. ¿Qué se te cruzó por la cabeza cuando te lo propusieron?
No quería ir. El año anterior había ido a jugar allí con mi club y pensé: seguro que me toca venir. Y efectivamente, en verano hice las maletas rumbo a Rusia. Me pilló más jovencita, me daba miedo el idioma y el frío.
¿Qué te aportó la experiencia en el baloncesto ruso?
Me hizo crecer mucho más a nivel personal que deportivo. Rusia es un país con una cultura y una climatología completamente diferentes a España. El carácter de la gente choca un poco. Al principio no son muy abiertos, pero una vez que los conoces, son cálidos y entrañables. Al final pasé tres años maravillosos.
Tu primera parada fue en Samara, ¿cómo fueron aquellos dos años en la Rusia de provincias?
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Es una ciudad tranquila junto al río Volga, rodeada de bosques. Mi casa estaba al lado de uno. Un día, al salir hacia el pabellón me crucé con un zorro. También recuerdo mucha nieve. En Samara hacía muchísimo frío, se te congelaban las pestañas por la calle, pero se veía el sol a menudo. A lo mejor el termómetro marcaba 30 bajo cero y el cielo estaba despejado.
Mi día a día se basaba en los entrenamientos, mañana y tarde. Por la noche, solíamos quedar a cenar en casa de alguna de las jugadoras extranjeras. Vivíamos todas en el mismo barrio.
Rusia es un país enorme cuyas comunicaciones están bastante centralizadas. ¿Cómo influía en los desplazamientos del equipo?
Influía mucho y para mal. Samara tiene aeropuerto, pero a menudo estaba cerrado por incidencias meteorológicas. Podíamos esperar durante horas a que se pasase la tormenta o cambiar el plan y viajar en tren, lo que suponía trayectos de ocho horas o más.
Después te mudaste a la capital para jugar en el CSKA. ¿Cómo fue tu vida en Moscú?
Personalmente, lo llevé peor. Entre la polución y el mal tiempo apenas veía el sol y eso afectaba a mi estado de ánimo. Pero en cuanto a la vida social y cultural, hay mucho más que hacer en Moscú que en Samara. Si tienes dinero, vives como un rey.
Rusia y España son dos de las grandes potencias europeas del baloncesto femenino. Tú que has conocido ambas, ¿qué diferencias percibes?
En la actualidad ningún equipo español se puede comparar en estructura a uno ruso. Estamos pasando una época muy mala debido a la crisis. Hay clubes gestionados por sólo tres personas. La liga rusa está a años luz. Allí los partidos se televisan, lo que facilita la captación de patrocinadores.
¿Cuál es la liga más potente de Europa a día de hoy?
El equipo más fuerte está en Rusia, el Ekaterimburgo, actual campeón de la Euroliga. Pero en conjunto, la liga más potente me parece la turca. Hay mucha competitividad.
¿Cómo es el ambiente en un vestuario ruso?
Mucho más frío y serio, menos ruidoso. También es que las españolas somos unas cotorras. De todas formas, en mi equipo había muchas extranjeras.
¿Y en cuanto a la afición, es muy diferente?
Con la asistencia de público al baloncesto en Rusia pasa como en España, fluctúa en función de los derbis. Eso sí, allí lo mismo te llenan un pabellón de militares.
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