Todos los escolares rusos que acuden a una visita guiada en la Galería Tretiakov de Moscú se preguntan qué pasa en este cuadro. ¿Se puede saber?
¿Por qué una joven sufre una inundación y no quiere escapar de ella? Los más atentos se fijarán en los ratones que trepan por su cama, mientras el agua llega al nivel de la cama y más agua entra en la habitación desde la ventana; y, por último, en los barrotes de la ventana.
La dama de la foto es Elizaveta Vladímirskaia, también conocida como princesa Tarakánova, una de las aventureras más famosas de Rusia y una de las impostoras que reclamaron el trono ruso. Murió en la prisión de la Fortaleza de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo... sin embargo, no de una forma tan dramática. Pero empecemos por el principio.
К. D. Flavitski. 'La princesa Tarakánova', 1864.
Galería Tretiakov/Dominio públicoRetrato de la emperatriz Isabel de Rusia y el conde Alexéi Razumovski, su favorito
Aunque la emperatriz Isabel de Rusia (hija de Pedro el Grande) no estaba casada oficialmente ni tenía hijos, se dice que celebró una boda secreta con su favorito, Alexéi Razumovski (lee más sobre ello aquí). Y cuenta la leyenda que podrían haber tenido una hija secreta. Sin embargo, no hay pruebas históricas que lo demuestren.
Imágenes de Isabel Petrovna y de su favorito Alexéi Razumovski.
Dominio públicoDespués de Isabel, su sobrino Pedro III se convirtió en emperador, pero, más tarde, su esposa Catalina la Grande dio un golpe de Estado y se hizo con el trono ruso tras la misteriosa muerte de Pedro II (persistían los rumores de que Catalina lo había mandado asesinar). Durante su reinado, muchos hombres se presentaron afirmando ser Pedro III, declarando que habían sobrevivido milagrosamente al golpe. Uno de los más famosos fue Yemelián Pugachov, que lideró la gran Rebelión de Pugachov, frecuentemente llamada la “Guerra de los Campesinos 1773-1775”.
Otra aventurera que buscó la oportunidad de hacerse con el trono ruso fue Elizaveta Vladímirskaia, que pretendía pasar por la hija secreta de la emperatriz Isabel y su heredera legítima.
El supuesto bajorrelieve de Tarakánova.
Dominio públicoEn realidad, se hacía llamar Elizaveta y no usaba el nombre de princesa Tarakánova, que es un nombre bastante ridículo (tarakán se traduce como “cucaracha” del ruso y es muy improbable que una importante noble tuviese un apellido así). La apodó así un diplomático y escritor francés llamado Jean Henri Castéra, que mencionó su historia en un libro sobre Catalina la Grande.
Lo más probable es que contara a todo el mundo diferentes historias sobre sus orígenes y aún no se sabe cuál es la verdadera. Sabía varios idiomas (pero no ruso) y tenía unos modales perfectos. Lo más probable es que fuera una mujer europea (francesa, alemana o italiana).
Elizaveta siempre buscaba dinero y corría por Europa escondiéndose de sus acreedores. Una vez difundió el rumor de que en Rusia le esperaba una gran herencia. Se excedió en sus apuestas y estuvo a punto de caer en la bancarrota de dos nobles de muy alto rango (el conde Philipp Ferdinand de Limburgo-Stirum y un príncipe polaco, Karol Stanisław Radziwiłł).
En 1774, empezó a difundir el rumor de que era hija secreta de la emperatriz Isabel y que tenía derechos legítimos al trono ruso. Tarakánova empezó a reunir partidarios en Europa, diciendo que tenía muchos simpatizantes en Rusia (lo cual no era cierto). Incluso planeó contactar con el rey Federico el Grande de Prusia y al rey Stanisław Poniatowski de Polonia para ponerlos de su parte, pero esto nunca llegó a ocurrir.
El conde Alexéi Orlov.
Galería Tretiakov/Dominio públicoTarakánova empezó a enviar a mucha gente por toda Europa para proclamar que quería convertirse en la emperatriz rusa con el apoyo de Pugachov. Alexéi Orlov, conde ruso y devoto de Catalina la Grande, recibió uno de esos manifiestos. En aquella época era comandante de la Armada rusa en Europa.
Orlov mantuvo correspondencia con Catalina la Grande sobre la impostora y, con el permiso de la emperatriz, se encargó de traer a Tarakánova a Rusia. Orlov hizo creer a Tarakánova que le era leal (e incluso que la amaba y quería casarse con ella) para engañarla y embarcarla rumbo a Rusia.
Orlov invitó a la falsa princesa a Livorno (Leghorn), en Italia, para que echara un vistazo a la flota rusa que comandaba. Los marineros representaron una escena de alabanza y bienvenida a bordo de uno de los barcos... donde fue inmediatamente arrestada. Ella, al principio, no se dio cuenta de que Orlov estaba implicado y siguió enviándole cartas de amor y pidiéndole ayuda.
Tarakánova pasó sus últimos días en el sótano de la casa del comandante del fuerte.
Fortaleza de San Pedro y San Pablo en San Petersburgo.
Schneebesen (CC BY-SA 3.0)En San Petersburgo, fue encarcelada de inmediato en la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, donde se recluía a los presos políticos. Durante las investigaciones y los interrogatorios, siguió insistiendo en su origen imperial e incluso pidió reunirse con Catalina la Grande.
Los investigadores trataron de descubrir su verdadera identidad y sugirieron incluso concederle clemencia si se sinceraba. Pero Tarakánova nunca reveló su verdadera identidad y murió en diciembre de 1775.
Aunque los impostores como Tarakánova son considerados criminales desde el punto de vista del Estado, la cultura de masas solía interesarse por sus personalidades, si no simpatizar con ellos. Alexánder Pushkin escribió sobre Pugachov en su novela La hija del capitán, mientras que Tarakánova fue inmortalizada por el artista Konstantín Flavitski.
En realidad, Tarakánova murió de tuberculosis; pero, con el paso del tiempo, empezaron a aparecer muchas leyendas sobre su muerte. Y una de ellas inspiró a Flavitski: la de que murió dramáticamente en su celda del sótano durante una gran inundación (dicha inundación ocurrió de verdad, sin embargo, fue dos años después de su muerte). Irónicamente, el propio artista también murió de tuberculosis.
Konstantín Flavitski. Cabeza de la princesa Tarakánova (Estudio para 'La princesa Tarakánova').
K.D. Flavitski/Museo Ruso/Dominio PúblicoSu cuadro le dio fama y fue alabado por los círculos artísticos, que admiraban especialmente la pose dramática y las expresiones faciales. La princesa Tarakánova fue el primer lienzo histórico de la colección de Pável Tretiakov, al que seguirían muchos más. Al famoso coleccionista le gustó que rindiera homenaje al tema ruso y que fuera una gran contribución a las bellas artes rusas.
En 1867, La princesa Tarkánova se expuso en la Exposición Universal de París. Sin embargo, el emperador Alejandro II ordenó añadir una nota en el catálogo que la acompañaba en la que se decía que “la inspiración surge de una novela y no contiene ninguna verdad histórica”.
Una versión anterior del cuadro.
Museo de Bellas Artes de Ekaterimburgo/Dominio públicoA partir de este intrigante argumento se escribieron numerosas novelas. Y, en 1990, se estrenó la película soviética La caza real, que narraba la historia de Tarakánova.
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