La vida artística de las bailarinas comienza muy pronto. Fuente: AFP/East News
Rusia tiene la costumbre de admirar su ballet igual que sus logros en el espacio y ni siquiera hace falta ir a ver las obras – solamente el 3% de los que van al teatro prefieren el ballet, según las encuestas de la Fundación de Opinión Pública en abril de 2014- para reconocerlo como parte del patrimonio cultural propio.
Durante la época soviética la competencia para ingresar en la escuela de coreografía era inmensa, alcanzaba las 100 personas por plaza. Hoy en día la popularidad del ballet sigue siendo alta. Por ejemplo, en el estudio de Ilze Liepa, comenta la cofundadora de la escuela María Subbotinskaia, reciben a alumnos desde los 2,5 años de edad.
“Nada educa a nuestro cuerpo tanto como lo hace el ballet. Las clases con la música del concertino educan el gusto por la música clásica en el niño. Todos los movimientos son armoniosos y bonitos. Forman el cuerpo, sobre todo la postura”.
Fuera de Rusia el ballet clásico se asocia con los principales teatros del país – el Mariinski y Bolshói- donde en su mayoría bailan los graduados de la academia de coreografía de Moscú y de la Academia Vagánova. Acceder a ellos resulta un complicado suelo. En las pruebas tienen un papel decisivo el estado físico, la flexibilidad, la capacidad de salto o la musicalidad.
“El 98% de los niñas asisten a las clases por su propia voluntad. Tal vez quieran llegar más lejos, pero son muy pocas las estrellas. Criar a un niño así es un trabajo duro”, dice María Subbotinskaia. “Nuestra escuela existe desde hace ocho años y en estos años solamente cinco niñas ingresaron en la academia estatal de coreografía de Moscú”, apunta.
Sin embargo, bailarinas como Anna Pávlova, Galina Ulánova y solista Rudolf Nuréiev tenían capacidades normales. Por eso los maestros de coreografía de experiencia dicen que no es lo principal.
“Si el niño tiene ganas, es su sueño, eso vale mucho. Si lo hace a la fuerza no obtendrá ningún resultado”, continúa Subbotovskaia. “Lo importante es el carácter y la disciplina, las capacidades físicas se pueden adquirir entrenando. Si el niño los tiene se lo decimos a sus padres, y si están de acuerdo, le dedicamos más tiempo y hacemos que el ballet sea la dirección principal de su vida”.
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Menos del 5 % se convierte en artista
Natalia Mostovaia de 38 años fue bailarina. Entrenamientos de muchas horas por perseguir un sueño llevaron a la chica de Ucrania a Moscú. Tras años de estudios, gran cantidad de intentos por llegar a lo más alto y participar en programas de circo y espectáculos, a los 30 años Natalia decidió hacerse maestra. Ahora es directora del colegio de ballet Rimambelle, donde enseña y no se arrepiente de nada, ya que bailar fue su propia elección.
“A menudo son los padres los que no entienden los detalles de la profesión y deciden que el niño debe bailar sin que tenga ganas ni capacidades. Allí empiezan los problemas. Si los padres le presionan y obligan destruirán su destino. Incluso entre los egresados solamente el 5% llega a una buena compañía, y son aún menos los que se convierten en solistas”.
La competencia entre bailarinas es enorme y es raro encontrar chicos en los colegios. Por ejemplo, desde el 2006 no ha habido más que 15 inscritos en el estudio Ilze Liepa.
“Si no lo han logrado antes de los 23, tienen que pensar seriamente qué van a hacer”, dice Natalia Mostovaia. “En la mayoría de los casos se vuelven maestros, se casan o hacen otra carrera universitaria. En ballet su carrera es corta, se jubilan a los 38 años”.
A menudo el resultado no compensa la salud, el tiempo y el dinero invertidos. En Moscú tres días la semana de clases cuestan alrededor de 500 dólares al mes.
La alternativa a las escuelas infantiles de ballet son las clases de baile, de las que hay miles en Moscú y la mayoría son gratuitas. Según una encuesta del centro ruso de la opinión pública VTsIOM de mayo del 2012, el 61% de los niños rusos asisten a actividades extracurriculares y de ellos, el 17% asiste a baile. Solamente el deporte tiene más usuarios. Pero pocas veces lo eligen como su profesión. La moscovita Alla Kremleva dedicó diez años de su vida a bailar. Entró a la universidad a los 16 y ahora encabeza el departamento de educación preescolar y primaria de la empresa Novy Disk.
“Fue un placer, vivía de una clase a otra, bailaba en casa, repasaba los movimientos, seguía los videos. Después tuve un trauma, que no me dejó aumentar la carga y llegar a un nivel más alto, aunque sí que lo quería. Ahora pienso inscribir a mi hija a las clases”.
A pesar de las dificultades de la profesión, el arte sigue estando valorado socialmente, una prueba de ello es que el 16,4% de los niños entre cinco y seis años sueña con ser artista, según una encuesta de Deti Mira del 2013.
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