La historia de un traidor en la Segunda Guerra Mundial

Fuente: archivo

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Serguéi Máslov tiene 91 años. Participante en el legendario desfile que se celebró en otoño de 1941 en Moscú, caballero de la Orden de la Estrella Roja y de la Orden de la Gloria, expresidente del Consejo de Veteranos de Mámontovka. Hace un año le privaron de todos sus títulos y condecoraciones.

Rusia supo que durante tres años Máslov había servido en el batallón de castigo alemán Mitte, que estuvo diez años preso en campos penitenciarios por traición a la patria y que, amparándose en algunas medias verdades, obtuvo en 1980 un documento que certificaba su condición de veterano, fecha desde la cual se enmascaraba bajo la imagen de héroe. Mientras se celebraba el juicio, Máslov se dirigía a los periodistas para negar rotundamente las acusaciones. Un año después ha accedido a contar su historia. 

Oposición y cautiverio

“En 1942 el teniente de enlace del 11º Cuerpo de caballería, después de resultar herido y de impartir cursos de oficiales en los Urales, cayó preso cerca de Rzhev. En el famoso infierno del cerco de Rzhev, donde los fascistas rodearon a varias divisiones soviéticas, Máslov, de diecinueve años, mantenía el enlace entre las unidades desgajadas del Ejército Rojo”, le digo yo. Él escucha atentamente el relato de los hechos de la Fiscalía General y del KGB de Bielorrusia, cuyo archivo también se convirtió en una fuente de la acusación. 

-¿Que mantuve el enlace? -Está irritado-. No hubo ningún enlace. Durante tres meses no tuvimos nada para comer. Todo en enlace consistió en yo montado a caballo a través de los bosques hacia nuestros vecinos cercados. Mataron a los soldados de caballería y los caballos se desbandaron por el bosque. Los cazábamos. Nos los comíamos crudos. Si hacías una hoguera, te fusilaban. Bebíamos agua de los pantanos.

Si creemos el acta del interrogatorio, lo cogieron preso cuando lo enviaron con un informe junto a unos compañeros vecinos. Por el camino, cerca de la aldea, Serguéi Máslov se topó con los alemanes, no tuvo tiempo de huir al bosque. Mataron a su caballo de un tiro.

-No tengo justificación -dice-. Sabía que, conforme a nuestro estatuto, los soldados del Ejército Rojo no podían rendirse, yo mismo se lo había enseñado a otros combatientes. No conseguí tomar una decisión, perdí la conciencia. Mejor habría sido que el caballo me hubiera aplastado.

Esta última frase se la repitió más de una vez en los campos de Orsha y en Borísov.

Allí los presos no vieron comida durante semanas. En una ocasión incluso le dieron por muerto. 

Complicidad

Cuando lo tomaron por un cadáver, Máslov supo que debía tomar una decisión: morir o hacer todo por sobrevivir. Quién sabía que este duelo consigo mismo por su propia vida se alargaría durante años.

-Nos enviaron medio muertos a Bobruisk, allí supieron que era un soldado de caballería.

Los alemanes mandaron al preso a una caballeriza, Máslov aprovechó la oportunidad: los caballos estaban enfermos, con los cascos a punto de la putrefacción. Limpió los establos, explicó que necesitaban tablones, arena. Construyó recintos secos.

Por documentos se sabe que él mismo pidió estas cosas a los mozos de cuadra del regimiento occidental de Bobruisk del general Vlásov. Más tarde, los vlasovitas y los alemanes lo subieron a un tren: Máslov estaba convencido de que lo devolvían a Rusia.

-No entendía prácticamente nada -dice el anciano tapándose los ojos-, sólo que me llevaban lejos. Como si fuera ganado...

Los descargaron definitivamente en la Bretaña francesa, en los alrededores de Saint-Brie. El campo se extendía tras el alambre de espino, pero era la salida a la libertad. Lo instalaron en un barracón con veinte catres, le dieron un uniforme y briquetas de carbón para la calefacción. Máslov enseguida se dio cuenta de que casi no había alemanes a su alrededor. Y de que tampoco había guerra.

El campo estaba lleno de uniformes franceses azules, a veces alemanes, ciertas vestimentas exóticas. Y por todas partes se oía maldecir en ruso. A Máslov le explicaron lo ocurrido: los alemanes devolvían a algunos al frente oriental, a otros los reservaban para montar vigilancia en los fortines de la guardia costera del Atlántico y a ellos se añadía el grupo internacional de la Wehrmacht. Así supo que se había abierto un segundo frente y que el primero se acercaba a Alemania.

-No combatí contra la patria -quiere creer el anciano…-. Si hubiera combatido no me habrían endilgado diez años en el Gulag sino que me habrían fusilado. Y no fui miembro de ningún destacamento punitivo. Sí, viví con ellos en Francia y en los Estados Unidos. Me conchabé en mi cautiverio con ellos para sobrevivir. De no haberme puesto a trabajar me habrían envuelto en unos trapos y arrastrado a un hoyo.  El mayor pecado es negarse a la vida porque, después de todo, es un don divino. 

Traición

A Estados Unidos Máslov fue en avión. Era la primera vez en su vida que se montaba a uno.

-Simplemente nos quedamos atónitos en el campo cerca de Washington -se ríe el anciano-. En lugar de barracones disponíamos de habitaciones con dos camas, colchones (no de paja) y sábanas blancas. Por la mañana hacíamos un poco de ejercicio matutino, nos daban buena comida, nos trataban como a personas. Jugábamos al fútbol. Allí había un polaco norteamericano, nos vigilaba desde una torre. Hablábamos un poco. Tenía un padre que trabajaba en una granja de caballos. Me dijo: “Vente con nosotros”.

Cuando Máslov comenzaba ya a adaptarse a la vida en Estados Unidos, en otoño de 1945 llegó al campo un representante de una misión diplomática militar soviética. Les proponía firmar un documento de regreso voluntario a la URSS. No encontró voluntarios. Sabían que si iban les esperaba el Gulag. Organizaron una revuelta.

-Nos amontonaron, nos condujeron a una suerte de bodega, nos desnudaron y nos echaron sobre colchones, si alguien se levantaba o pedía ir al lavabo, el guardia enseguida le propinaba un golpe con la culata de la metralleta. Los días transcurrían así. Después, desnudos y con esposas, nos llevaron a un buque de vapor. Cuando se puso en marcha, todos sabíamos adónde nos dirigían.

La ropa y los objetos, incluso los adornos de joyería, los devolvieron al océano. Para que nadie se arrojara al agua no los dejaban salir de las bodegas.  

Gulag y libertad

Al anciano lo sentenciaron. Diez años a campos de trabajo por “traición a la patria” y por el hecho de que “…después de ser capturado por tropas de los aliados dio información a los servicios de inteligencia norteamericanos de los datos que conocía sobre la estructura del Ejército Rojo”.

Finalmente, se hizo mecánico de maquinaria de costura cerca de Vorkutá.

Después de cumplir su pena, Máslov fue a parar a las inmediaciones de Moscú, a Mozháisk. Lo contrataron como mecánico.

Posteriormente, contraviniendo las instrucciones, le asignaron el cargo de director adjunto de una organización  que construía carreteras. Máslov tenía como subordinados delincuentes amnistiados.

Después de que le quitaran los antecedentes penales, Máslov se esforzó y llegó a convertirse en funcionario del Rosavtodor (Agencia de Carreteras Federal), un hombre respetado, padre de dos hijos, asesor de la película Guerra y paz y de la ceremonia de inauguración y clausura de las Olimpiadas de 1980. Pidió nueve veces que lo rehabilitaran. Se lo denegaron en todas las ocasiones.

La última vez, en 1997. Fue entonces cuando los servicios especiales prestaron atención a su certificado como participante en la Segunda Guerra Mundial, obtenido en 1980, que indicaba su actividad en el frente entre 1941 y 1945. Como si nunca hubiera estado preso.

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Artículo publicado originalmente en ruso en Russki Reporter.

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