Un grupo de miembros del Instituto de Industria de las Plantas dio su vida para proteger la mayor colección de semillas del mundo, durante la Segunda Guerra Mundial. Fuente: Ria Novosti
Cuando los nazis entraron en la ciudad, ahora San Petersburgo, los científicos y los trabajadores del Instituto de Industria de las Plantas, construyeron barricadas y se encerraron en su edificio. No estaban tratando de salvar sus vidas, sino el futuro de la Humanidad. Tenían la poco envidiable misión de proteger la mayor colección de semillas del mundo tanto de los hambrientos ciudadanos soviéticos como del ejército invasor.
Durante los 900 días que se prolongó el asedio, estos héroes, uno por uno, comenzaron a morir de hambre. Y ni uno de ello tocó el tesoro de semillas que defendían, literalmente, con sus vidas.
Y la cruel ironía no termina aquí. El que fue responsable de esta grandiosa colección de semillas, Nikolái Vavilov, genetista y geógrafo vegetal ruso, terminó muriendo de hambre en una prisión soviética de Saratov.
Nikolái Vavilov. Fuente: wikipedia |
Sembrando el futuro
Vavilov había viajado por los cinco continentes para estudiar los ecosistemas alimentarios globales. Lo llamaba “una misión para toda la Humanidad”. También realizó experimentos de cultivo genético para aumentar la producción agraria. Incluso cuando Rusia se debatía entre revoluciones, anarquía y hambrunas, se dedicó a almacenar semillas en el Instituto de Industria de las Plantas.
Vavilov soñaba con un futuro utópico en el que las nuevas prácticas agrarias y la ciencia podrían crear un día super plantas que crecerían en cualesquier condiciones, terminando así con el hambre en el mundo.
“Fue uno de los primeros científicos que realmente escuchó a los campesinos: labradores tradicionales, trabajadores del campo de todo el mundo y trató de entender por qué creían que la diversidad de semillas era importante para sus campos”, dice Gary Paul Nabhan, un etnobiólogo.
El chivo expiatorio de Stalin
Vavilov se propuso aumentar la productividad agraria para erradicar las recurrentes hambrunas en Rusia. Anteriormente, había defendido las teorías de Mendelian, que afirmaban que los genes pasaban inalterados de generación en generación. Se convirtió así en el principal opositor del científico favorito de Stalin, el ucraniano Trofim Lisenko.
Lisenko rechazaba la genética mendeliana y desarrolló un movimiento pseudocientífico llamado Lisenkismo.
Sus (quack) teorías sobre las mejoras en las cosechas de cereales se ganaron el apoyo de Stalin a principios de los años 30. Es más, la influencia de Lisenko sobre Stalin llegó al punto de que se prohibió por ley en 1948 disentir científicamente de sus teorías sobre la herencia genética adquirida por el medio ambiente.
La colectivización stalinista de granjas privadas había provocado un descenso de las cosechas en la Unión Soviética. El dictador necesitaba un chivo expiatorio por este fracaso y la hambruna resultante: eligió a Vavilov. Según la sesgada opinión de Stalin, Vavilov era responsable de la escasez, ya que sus procedimientos para seleccionar los mejores especímenes de cada planta tardaban muchos años en dar frutos.
Vavilov se encontraba recolectando semillas en las fronteras de Rusia cuando fue detenido por agentes de los servicios secretos. En medio del caos de la Segunda Guerra Mundial, nadie, ni su mujer e hijo, sabían dónde se encontraba.
El autor Geoff Hall escribe en Leyendo a Nikolái Vavilov: “Antes del juicio público, la policía de Stalin, buscando una confesión, había sometido a Vavilov a 1.700 horas de brutales interrogatorios en 400 sesiones, algunas de las cuales duraron 13 horas y que dirigió un oficial conocido por sus métodos extremos.”
Corría 1943 y los nazis aún estaban en Leningrado. Una docena de los científicos de Vavilov, refugiados en los sótanos secretos de su edificio, murieron de hambre custodiando su cargamento de 370.000 semillas. “Uno de ellos dijo que era difícil despertarse, levantarse y vestirse por la mañana pero no, no era difícil proteger las semillas una vez que volvías en ti”, escribe Nabhan. “Salvar esas semillas para las generaciones futuras y ayudar al mundo a recuperarse después de la guerra era más importante que el bienestar de una sola persona.”
El legado de Vavilov
Aunque los 25 años de dominio de Lisenko de la biología soviética provocaron que una parte considerable de las semillas de Vavilov se estropeasen y quedasen inservibles, el escritor ruso Genadi Golubev escribió en 1979 que “el 80 % de todas las áreas cultivables de la Unión Soviética están sembradas con variedades derivadas de las colecciones de Vavilov.”
Vavilov lideró 115 expediciones a 64 países como Afganistán, Irán, Taiwan, Corea, España, Argelia, Palestina, Eritrea, Argentina, Bolivia, Perú, Brasil, México y los EE UU, para recolectar semillas de diferentes cereales y de sus antepasados silvestres. Basándose en sus notas, los biólogos modernos que siguen las huellas de Vavilov son capaces de documentar cambios en el paisaje geográfico y cultural y en los patrones de cultivo de cereal en esas áreas.
Según el genetista ruso Iliá Zacharov, Vavilov fue “una persona con una energía inagotable y una increíble eficiencia”. En 2005, en un artículo para Journal of Bioscience, Zacharov escribió: “Durante su relativamente corta vida, llevó a cabo una sorprendente cantidad de cosas: realizó expediciones a prácticamente todo el mundo, formuló postulados muy importantes en genética, escribió más de diez libros y completó la hercúlea tarea de organizar el sistema de instituciones agrarias de la URSS.”
Nabhan habló con un granjero de Etiopía que dijo que Vavilov tenía “una extraña habilidad... para localizar áreas de gran diversidad.”
Si el gran científico hubiese seguido con vida, la Unión Soviética nunca habría sufrido las malas cosechas que se resistían a actuar según los planes centrales. Las ineficacias crónicas del la agricultura nacional tuvieron un papel mucho más relevante que la guerra de Afganistán en la caída de todo el sistema soviético.
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