Caen los índices de lectura en Rusia

Un joven lee un libro electrónico en el metro de Moscú. Fuente: Ria Novosti

Un joven lee un libro electrónico en el metro de Moscú. Fuente: Ria Novosti

El volumen de publicaciones en Rusia ha caído de manera constante pero no drástica. Muchos ya prefieren leer en la computadora o la ‘tablet’; las librerías rusas se transforman en clubes, cafeterías o salones de lectura.

El 44% de los rusos no leyó un solo libro el año pasado, y un 32% reconocer haber perdido interés por la lectura, según un estudio del Centro Ruso de Estudio de la Opinión Pública (VTsIOM, por sus siglas en ruso) sobre los hábitos de lectura en el país. 

No es el único dato. “Un informe de TNS Russia —empresa dedicada a la investigación— muestra que los ciudadanos rusos mayores de 16 años dedican cerca de ocho horas al día al consumo de contenido mediático, de las cuales solo el 1,8% se dedica a la lectura (cerca de nueve minutos diarios)”, afirma Yuri Pulia, jefe del departamento de revistas, edición de libros de la Agencia Federal de Prensa y Medios de Comunicación rusa. 

“Esto quiere decir que el consumidor ruso promedio de contenido mediático tardaría al menos 15 días en leer Evgueni Oneguin de Pushkin, (1,5 horas de lectura en total), mientras que la novela Almas muertas, de Nikolái Gógol, le llevaría 1,5 meses de lectura diaria (en total cerca de 5 horas)”, añade Pulia.

Es difícil determinar si los rusos están perdiendo el interés por la lectura o si hay otros factores en juego. De hecho, según una encuesta realizada en marzo por el centro VTsIOM, los rusos han leído más en 2013 (con una media de 4,2 libros por trimestre) que en 2011 (cuando la media era de 3,9 libros).

Aún así, se puede calcular la popularidad de los libros impresos analizando el volumen de publicación. En Rusia, como en el resto del mundo, este ha caído de manera constante aunque no drástica. Según las estadísticas aportadas por la Cámara del Libro, el número total de copias impresas en el país en 2012 cayó un 12%, en comparación con 2011. 

Las librerías rusas han respondido generalmente de manera flexible a esta situación. Han disminuido los establecimientos que se dedican solo a la venta de libros en las principales áreas metropolitanas, mientras que la mayor parte de las librerías o cadenas de librerías han optado por fomentar la creación de bases de fidelidad.

Las librerías se han convertido en clubes, cafeterías o salones de lectura; se han abierto también tiendas 24 horas y se han desarrollado proyectos especializados e incluso móviles.

Uno de ellos es el proyecto infantil conocido como Bumper, el cual constituye, además de una librería, un club con un notable programa educativo y una actitud muy activa. “Nosotros no nos limitamos a esperar a que la gente venga y compre libros, sino que seleccionamos los más interesantes y se los llevamos al lector”, reza el lema de Bumper. Se trata de un autobús que recorre las provincias de Rusia durante el verano, informando a los niños sobre los títulos más recientes. 

Las cadenas de lectura o bookcrossing están ganando popularidad y ahora se pueden encontrar numerosas estanterías de intercambio de libros en muchas librerías, clubes y cafeterías.

La venta en línea de libros impresos está aumentando. Alexéi Kuzmenko, director de la sección de libros de OZON.ru (el mayor minorista de internet en Rusia) ha explicado a RBTH que “las ventas por internet de libros impresos no dejan de crecer. Por ejemplo, hemos registrado un crecimiento del 30% en términos monetarios y un 27% en cuanto al número de copias vendidas en 2012”. Sin embargo, añade también que dicho crecimiento se concentra en las regiones, más que en Moscú y San Petersburgo, de modo que será en ellas donde se despliegue la lucha por la captación de clientes.

La afirmación de que los rusos de hoy están perdiendo el interés por la lectura resulta controvertida si se tiene en cuenta la opinión popular de que los ciudadanos de la URSS eran los que más leían del mundo. 

Se sabe que los libros eran muy apreciados en la época soviética; entonces había escasez de ellos y uno tenía que conseguirlos, como ocurría con la ropa moderna o las delicatessen. Había incluso listas de esperas de lectores soviéticos para las suscripciones. 

También se podía conseguir un cupón para obtener un libro de Alejandro Dumas, por ejemplo, acumulando 20 kilogramos de papel para reciclar. Al final de la época soviética, aparecieron las librerías de segunda mano, pero su repertorio era limitado y los precios altos. Solo en la década de los 90 la situación empezó a cambiar.

Desde el punto de vista del lector contemporáneo, destacan dos tendencias en cuanto a la circulación de libros. En primer lugar, los libros impresos han dejado de ser la principal fuente de lectura: muchas personas prefieren leer en la pantalla de un ordenador, una tablet o un libro electrónico, algunos incluso se decantan por escuchar un audiolibro. 

En segundo lugar, los libros han perdido prestigio en Rusia: poseer una edición limitada ya no es símbolo de estatus social, como solía ocurrir en los tiempos soviéticos. De acuerdo con una encuesta del VTsIOM, el 83% de los rusos tiene una biblioteca personal, pero el 46% de ellos tiene como mucho 100 libros. Incluso los cuestionarios escolares en los que se pide a los padres que enumeren los libros infantiles que tienen en casa solo dejan tres líneas para la respuesta.

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