Vladímir Putin y Alexánder Solzhenitsyn. Fuente: ITAR-TASS
La literatura y el poder político han tenido en Rusia una relación de amor y odio. Ha habido numerosos escritores exiliados o llevados a una pelotón de fusilamiento. También ha habido periodos en los que han sido respetados, honrados y escuchados con atención. Tras la caída de la URSS sobrevino un periodo de indiferencia entre el poder y los escritores. En un clima de duras luchas políticas, crisis económica y guerra, el poder estaba ocupado en otras cosas y no pensaba en la literatura. Los círculos literarios respondieron de la misma manera, durante un tiempo escribir sobre cuestiones políticas estaba considerado inaceptable.
Este periodo ha llegado a su fin. De nuevo el poder y los escritores se están prestando más atención. Tras largos años de indiferencia, vuelve un periodo de atracción y repulsión mutua. La postura política, la oposición y el poder en general se han convertido en cuestiones importantes para los creadores así como para la sociedad rusa. El viejo eslogan soviético que decía: “Artistas, ¿de qué lado estáis?”, vuelve a ser relevante.
El pasado mes de enero tuvo una reunión entre el presidente Vladímir Putin y los escritores que ha vuelto a dividir la comunidad literaria en dos campos: un grupo que pretende cooperar con el gobierno y recibir un trato preferencial y otro, que se opone al poder mediante libros, opiniones y protestas callejeras.
Todo empezó hace siete años, en una recepción en la residencia del presidente en Novo-Oragiovo, la residencia campestre del presidente ruso en las afueras de Moscú. En aquella ocasión, Putin tuvo un encuentro con jóvenes autores comprometidos con la política, entre los que se encontraba el conocido autor de izquierdas Zajar Prilepin. En aquel encuentro, el presidente recuperó un fenómeno soviético ya olvidado: la contratación pública. Las prioridades del Estado en la contratación pública de la literatura debían ser, en opinión del presidente, “la propaganda de una vida sana, de la familia, el Ejército y la guerra contra las drogas”. Por su parte, los escritores propusieron al presidente la creación de una comunidad rusa de jóvenes talentos. Es decir, algo parecido a una Unión de Escritores, pero para jóvenes.
Estos encuentros entre los escritores y el presidente siguieron celebrándose regularmente. Algunos autores, como Borís Akunin, se negaron a participar e informaron de ello a sus lectores. Otros acudían de buena gana y expresaban una opinión positiva sobre el régimen.
Curiosamente, un gigante como el Premio Nobel Alexander Solzhenitsyn también sintió atracción hacia el poder en el año 2000. Conocido por su postura radicalmente antisoviética, en su momento quiso participar personalmente en la construcción de un nuevo Estado, basado en unos principios distintos de los de la época soviética. Para ello volvió desde Estados Unidos, donde había vivido durante muchos años.
En septiembre del año 2000, el presidente visitó al escritor en su casa de Tróitse-Lykovo y mantuvo con él una larga conversación. Más tarde, Solzhenitsyn habló positivamente sobre el presidente y declaró que “le había dado consejos” para dirigir el país. La segunda vez que Putin visitó a Solzhenitsyn fue para felicitarle por la obtención del Premio Estatal. Cuando murió Solzhenitsyn, el presidente acudió personalmente a su entierro y llevó a su tumba una corona de flores. De este modo, un hombre que había sido antisoviético y antiestalinista y que había sido condenado al gulag, se convertía postmortem en un partidario del poder.
Además de la atracción, existe también la repulsión mutua. E incluso el enfrentamiento. Su primera manifestación fueron las acciones de la organización de las juventudes denominadas Caminando Juntos, creada por la Administración del Presidente de la Federación Rusa, contra el escritor Vladímir Sorokin. La acción tuvo lugar a las puertas del Teatro Bolshói. Durante esta, los activistas tiraban los libros del escritor, a quien acusaban de propaganda pornográfica, en un inodoro gigante.
Los escritores participaron muy activamente en las protestas de 2012. Dieron discursos en las plazas, entraron en el Consejo de Coordinación de la Oposición e incluso organizaron una acción de protesta propia, que fue llamada El paseo de los escritores. Este paseo era la respuesta a las detenciones masivas de opositores que tuvieron lugar en la manifestación del 6 de mayo y en él participaron varios miles de personas. El paseo dio comienzo frente al monumento de Pushkin. Entre los paseantes se encontraban Borís Akunin, Liudmila Ulítskaya y Dmitri Bíkov. La acción se llevó a cabo de forma pacífica, sin consignas ni pancartas.
Otro ejemplo de la actividad de los escritores durante las protestas es la historia de Mijaíl Shishkin. Escritor ruso con residencia en Suiza, Shishkin envió durante la primavera de 2013 una carta a la Agencia Rusa de Prensa y Medios de Comunicación en la que declaraba que se negaba a representar a Rusia en la feria del libro Book Expo America 2013, ya que no podía representar a “un país en el que el gobierno estaba invadido por un régimen corrupto y criminal, el Estado era una pirámide de ladrones, las elecciones se habían convertido en una farsa y los jueces estaban al servicio del poder y no de la ley”. Esta carta provocó una enorme reacción en los medios, pero cuando se calmaron las aguas resultó que Shishkin seguía publicando en Rusia y nadie parecía tener nada serio que reprocharle.
Le preguntamos a Andréi Vasilevski, editor jefe de la revista Novimir,¿Debe una persona del mundo de las artes tener hoy en día una firme postura política?:
“Puede hacerlo, pero no es obligatorio. Un artista es artista no por su postura política, sino porque se dedica al arte. Hoy en día, en una obra se refleja la opinión política del autor, por supuesto, pero puede ser que el propio autor decida no mostrarla. Sus ideas siguen estando en su cabeza, a nosotros sólo nos llega lo que él ha querido escribir. Y dentro de cincuenta o cien años, su postura política tendrá importancia únicamente como un hecho más en su biografía. Iván Bunin y Andréi Platónov son clásicos de la prosa rusa a pesar de su actitud disconforme y en ocasiones opuesta respecto al poder.”
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