Stolypin: el primer ministro ruso muerto a manos de los terroristas

Dibujado por Natalia Mijáilenko

Dibujado por Natalia Mijáilenko

Todo el país odiaba a este hombre, quien por otro lado logró convertir a Rusia en una potencia europea y sortear muchas de las catástrofes del siglo XX.

Piotr Stolypin (1862-1911), primer ministro de la Rusia zarista, fue un reformista y un auténtico europeo. Nació en Dresde, vivió en Lituania y pasaba las vacaciones en Suiza. Era un hombre alto y apuesto, un trabajador incansable (dormía 4 horas al día) y un buen padre de familia (tenía cinco hijas y un hijo); las mujeres lo adoraban.

Cuando estalló la revolución en 1905, era gobernador de Sarátov. Stolypin se desplazaba por los distritos sublevados sin escolta ni armas. Durante uno de sus viajes sufrió un atentado en el que murió mucha gente, aunque Stolypin sobrevivió. De aquel momento se conservan aún dos fotografías: en una los insurrectos amenazan al gobernador con puños y palos, en la otra suplican su perdón de rodillas...

El zar Nicolás II lo nombró ministro del Interior primero y primer ministro después. Era la única persona de aquel gobierno capaz de manejar el país. El propio Zar era una persona de carácter débil, los funcionarios del Estado solo se guiaban por su propio interés, y los diputados de la Duma (el parlamento ruso) discutían hasta la afonía, pero no solucionaban nada.

El país vivía una situación realmente compleja: Rusia acababa de sufrir una denigrante derrota en la guerra con Japón; las crisis políticas se sucedían una detrás de otra; en las ciudades reinaba el caos y la devastación; la lucha armada se había extendido por todas partes y en seguida comenzó la persecución de los altos funcionarios.

En una ocasión, una potente carga de dinamita hizo volar la dacha de Stolypin por los aires. Las hijas del ministro resultaron heridas y murieron 30 personas, entre miembros del servicio e invitados. La explosión fue tan potente que los cristales llegaron a un edificio situado en la otra orilla del río. Cuando el Zar le ofreció dinero a Stolypin para cubrir los gastos del tratamiento de sus hijas, este le respondió: “Majestad, yo no vendo la sangre de mis hijos”.

Al inicio de su actividad política impulsó la creación de un tribunal militar y anunció una reforma agraria, es decir, que entregó la tierra a los campesinos; justo lo que Lenin prometió al pueblo en 1917. Aunque Lenin no cumplió su promesa y Stolypin sí. Este comprendió que convirtiendo al campesino en propietario reduciría el riesgo de que se produjera una revolución.

Apostó por el liberalismo económico y por un gobierno fuerte. Habiendo examinado detenidamente la esencia de las reformas de Stolypin, quien entonces fuera káiser en Alemania, Guillermo II, declaró que la guerra contra Rusia debía empezar cuanto antes, pues de lo contrario sería imposible ganarla.

La reforma de Stolypin debía entregar al campesinado lo que no le dio la abolición de la servidumbre en 1861; y es que entonces los siervos se emanciparon sin obtener tierra alguna. Se convirtieron en hombres libres, pero no en terratenientes.

Stolypin pretendía convertir la Rusia comunal en una Rusia agrícola y ganadera, como EE UU, los países bálticos y prácticamente todos los países occidentales, donde el terrateniente constituía la base de la actividad agropecuaria del país.

Uno de sus asistentes escribió en una ocasión: “La tragedia de Rusia reside en que no se abordó una distribución de la tierra inmediatamente después de la Liberación... Europa Occidental esquivó (y seguirá esquivando) el bolchevismo porque en Francia, Alemania, Inglaterra o Italia la explotación de la tierra se organizó hace mucho tiempo”.

Sin embargo, en Rusia se perdió la oportunidad. La sociedad adoptó una postura hostil ante la reforma. Tolstóise mostraba particularmente contrariado; llegó a dirigirse directamente al propio Stolypin: “¡Detenga cuanto antes su horrible gestión! Basta de mirar hacia Europa, ya es hora de pensar con mentalidad propia”. Tolstói discutía a menudo acerca de este asunto con Dostoievski, quien apoyaba la idea de la propiedad privada en lo referente a la tierra. Dostoievski escribió: “Si queréis rehabilitar a la humanidad y que las personas dejen de comportarse como animales, repartid la tierra con ellos y lo conseguiréis”.

Dicha rehabilitación llegó, aunque precedida de un baño de sangre. Más de mil terroristas fueron ejecutados por orden de los tribunales militares de Stolypin, quien afirmó en una entrevista: “Tengo a la revolución sujeta por el cuello y, si yo mismo sobrevivo, la estrangularé con mis propias manos”.

La reforma erró —los terratenientes temieron por sus propiedades, los socialistas sabían que perderían el apoyo del pueblo si la reforma salía adelante, y el pueblo tampoco ansiaba la posesión de las tierras (hubo que llevar a los nuevos propietarios a sus explotaciones por la fuerza en los famosos vagones de Stolypin)—. Aun así, la reforma surtió efecto.

Antes de estallar la Primera Guerra Mundial, Rusia era un país próspero según todos los indicadores económicos.

El propio Stolypin, por cierto, no vivió para verlo. Todos sabían que acabaría siendo asesinado, incluso él y la policía secreta. Ocurrió en el teatro, durante una representación del Cuento del Zar Saltán, de Rimski-Korsakov. Tras el famoso Vuelo del moscardón se le acercó un joven y le disparó dos veces. El ministro se desabrochó la casaca, observó su chaleco empapado en sangre, se hundió en la butaca y dijo: “Me siento afortunado de morir por el Zar”. El Zar, dicho sea de paso, estaba presente. El hecho de que Stolypin fuera asesinado en presencia del jefe del Estado era una clara muestra de que se le temía más que a este.

El asesino, que según se supo después era un tal Bogrov —un revolucionario que trabajaba como agente de la policía secreta— fue rápidamente procesado y ahorcado. Por otro lado, nunca se supo quién estaba detrás del atentado. Lo único que estaba claro es que todo el mundo odiaba a Stolypin: tanto el pueblo como las autoridades… el mismo país al que había tratado de introducir por la fuerza en el siglo XX. 

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