Fuente: Lori / Legion Media
Las construcciones de estilo estalinista o ‘estálinki’ eran viviendas de élite. Fueron levantadas desde finales de los años 30 hasta mediados de los 50, siguiendo una línea predominantemente neoclásica.
Las ‘estálinki’ destacaban por su amplitud y monumentalidad. Techos altos —de entre 2,9 y 3,2 metros—, alféizares profundos y muros gruesos. Estas suntuosas fachadas, sin embargo, podían ocultar tabiques interiores de mala calidad, que se acababan deteriorando con el tiempo o recubrimientos de madera entre las diferentes plantas. Estos apartamentos solían tener entre tres y cuatro habitaciones.
Existían dos tipos de ‘estálinki’: los de la alta sociedad soviética y los de la clase trabajadora.
Los primeros se conocían como los edificios de la nomenklatura (la clase dirigente), ya que generalmente estaban ocupados por los altos cargos del Partido, dirigentes soviéticos, la cúpula militar y los empleados de las estructuras de seguridad, así como importantes representantes de la inteligencia científica y cultural. La distribución de estas construcciones era muy buena y muchos pisos contaban con despacho, habitación para los niños, biblioteca, habitación para el servicio, una cocina amplia, baño y aseo, grandes dormitorios —entre 15 y 25 metros cuadrados, a veces incluso 30— y trastero.
Normalmente, los bloques de viviendas de la cúpula directiva eran edificios de grandes dimensiones, con entresuelos altos y paredes enlucidas con estuco, que respondían a un estilo arquitectónico clásico de escasa ornamentación. Estos edificios se erigían en el centro de las ciudades o junto a alguna plaza. Habitualmente se trataba de proyectos exclusivos y hoy se han convertido en una atracción más de la ciudad.
Para fines comunales se construían unos edificios más simples. En un mismo piso se alojaba a varias familias, las cuales hacían uso común del aseo, el baño y la cocina (estos pisos se conocían como ‘kommunalki’). Su superficie era inferior a la de los pisos de la clase dirigente y, con frecuencia, las habitaciones estaban dispuestas de tal manera que había que pasar por la del vecino para entrar en la propia.
A veces, las casas de tipo pasillo, construidas tras la guerra, carecían de cuarto de baño. Se trataba de una arquitectura sin excesos, con fachadas prácticamente lisas o con un estuco estándar. Este tipo de ‘estálinki’ se construía en los asentamientos de trabajadores, junto a las fábricas o en los barrios más alejados.
De hecho, los edificios ponían de manifiesto la gradación que existía en la sociedad. La igualdad promulgada oficialmente era, en realidad, una sociedad dividida en dos categorías bien diferenciadas.
Cambios en la época de Jruschov
Fuente: Lori / Legion Media
Desde 1956, construcciones se reducen y se decoran de un modo más austero. Nikita Jruschov, que sucede a Iósif Stalin, acepta el testigo de la construcción industrial en serie y las últimas ‘estálinki’ se levantan ya sin ningún tipo de ornamento. Después de 1960, se modificó el aspecto exterior de las viviendas de construcción en serie. A partir de entonces, la igualdad de los inquilinos de estos nuevos edificios se hace realidad. Es la era de las ‘jruschovki’. Mientras que las ‘estálinki’ se consideraban viviendas de élite y de calidad, las ‘jruschovki’ eran sinónimo de vivienda barata y poco confortable.
Las ‘jruschovki’ eran edificios de tres a cinco plantas formados por pisos de pequeñas dimensiones. Los primeros proyectos de este tipo surgieron a finales de los años 40 y sus tejados estaban hechos de pizarra y teja; pero la lucha contra los excesos arquitectónicos llevó a la construcción de tejados de betún, con menos espacio para los desvanes.
La estructura de los edificios era de acero, aunque más adelante se empezó a utilizar estructura de hormigón armado, del que finalmente se prescindiría. En realidad, estos edificios se parecían más a un mecano, con piezas de fábrica, montado en un lugar determinado sin tener en cuenta la arquitectura del entorno ni el paisaje.
La vida útil de estas construcciones era tan solo de 25 años. Las autoridades contaban con solucionar temporalmente el problema de la vivienda con ayuda de estos inmuebles, pero la realidad es que hoy en día siguen en uso.
En Moscú, con cierta periodicidad, se anuncia la demolición de todas las ‘jruschovki’ restantes, aunque en realidad sigue habiendo un número bastante elevado de estas, por no hablar de otras ciudades más pequeñas. Siendo tan elevado el precio del metro cuadrado, las ‘jruschovki’ resultan una opción de compra más o menos asequible, aunque su precio es comparable al de la vivienda en los países europeos.
A pesar de las numerosas desventajas que evidenciaban estas construcciones, estaban muy bien valoradas en la época soviética. Y es que la gente se mudaba de las ‘kommunalki’ a este tipo de pisos. Las cocinas pequeñas, los techos bajos, el mal aislamiento acústico y, a menudo, las habitaciones combinadas solo se contrarrestaban con el hecho de que el piso alojaría a una sola familia.
El primer barrio formado en su totalidad por este tipo de edificios fue el de Cheriomushki, en Moscú; después la experiencia se repetiría por todo el país. Estos barrios eran tan parecidos entre sí que, aun hoy, alguien que se encuentre en uno de ellos tendría problemas para determinar a qué ciudad pertenece. En Rusia se construyó este tipo de edificios hasta el año 1985.
Durante la siguiente etapa —bastante breve— aparecieron las ‘brezhnievki’, que debían su nombre al presidente de turno. Se trataba de edificios altos, de entre 9 y 17 plantas, pero también bastante corrientes. Aunque la calidad de la obra era un poco mejor que la de las ‘jruschovki’, por fuera parecían una copia ampliada de aquellas incómodas viviendas. Por otra parte, las ciudades se transformaron en espacios impersonales y uniformes, donde la gente, encerrada en sus jaulas, parecía obedecer unas reglas internas que estaban en consonancia con las públicas, un marco de pensamiento que no dejaba cabida a la creatividad.
Estas reglas asentadas durante décadas, se desmoronaron en un minuto junto con la URSS. Los arquitectos obtuvieron, oficialmente, su libertad; aunque aún no han logrado escapar de los edificios en serie ni de las ciudades impersonales.
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