Los zapatos rojos y el Holocausto

Fuente: Servicio de prensa

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Hasta hace poco, poca gente había oído hablar de Constantine Fam. Ha aparecido de improviso en el mundo de las grandes películas; el año pasado ganó, uno tras otro, todos los premios de los grandes festivales europeos. Finalmente, su película 'Zapatos' (Tufelki) fue nominada a los Óscar junto con 'Stalingrado' de Bondarchuk.

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Zapatos (Tufelki) es un conmovedor corto sobre el Holocausto en el que no se oye una palabra ni se ve una cara. Solo se ven unos zapatos rojos durante toda la película. Pero impacta más que cualquier película de gran presupuesto, demostrando que la guerra puede explorarse de manera simple, sabia y silenciosa.

Fam sabe cómo contar una historia sencilla. Él mismo es una historia, aunque no es en absoluto sencilla. Su madre es judía y su padre vietnamita. Uno de sus abuelos murió en Vietnam, el otro desapareció en combate. Su abuela vivía en la Ucrania ocupada. “Mi madre recuerda buscar patatas heladas por los campos, que sus cuerpos se hinchaban por la inanición. Recuerda que llamaron a la puerta, que los insultaron y los echaron fuera, al frío. La guerra es una tragedia para todos, pero para los judíos fue así.”

Ha hecho películas durante toda su vida o, al menos, lo ha intentado. Ha rodado decenas de cortos, series y anuncios, un currículum normal en este ámbito. Por eso no estaba preparado para el éxito que tuvo Zapatos (Tufelki). Y no se puede explicar solo por la temática judía.

Realmente, en la pantalla no pasa gran cosa. Una chica se compra los zapatos de sus sueños. Se enamora, se casa. Tiene niños. Son una pareja normal, muy feliz. Toda esta felicidad se despedaza cuando estalla la guerra. La gente como ellos es el objetivo de esta guerra. La última escena son las cámaras de gas cerrándose de golpe y montañas de zapatos sin dueño.

Algunos podrían encogerse de hombros o aburrirse. Pero muy pocos se quedan indiferentes. Mucha gente llora durante las proyecciones de Zapatos (Tufelki).

“Visité Auschwitz hace ocho años”, cuenta el director. “Durante dos horas, yo, un hombre adulto, estuve histérico. No podía controlarme. Cuando ves los zapatitos de niño, te preguntas cómo pudo suceder todo eso, cómo puede ser cierto. Tengo cinco hijos y los llevo cada año a Auschwitz para contarles qué sucedió. Sé que no es el mejor lugar para un niño, pero tienen que verlo. Si no, no entenderán cosas importantes sobre la vida.”

Siempre aconseja a sus amigos que lo visiten. Fam tiene amigos poco comunes. Uno de ellos visitó Auschwitz durante su luna de miel en Europa. Lo llamó a Mosçu y le contó que estaba enfrente de un escaparate donde había unos zapatos rojos iguales que los que había visto en el campo. De ahí surgió la idea de la película. Un mes después, Fam estaba ya en Polonia negociando el rodaje; fue a Auschwitz-Birkenau y a Majdanek. Recorrió el ghetto de Cracovia y terminó escribiendo el guión en un pequeño motel, cuyas ventanas daban a la morgue del campo de concentración. Rodó en Praga, Bielorrusia y París. “Me quise asegurar de que nadie reconociese el lugar donde sucede la película. Esto forma parte de la historia de toda Europa, no de un solo país.”

También por esto no se ven caras. Si enfocas un rostro, la historia se vuelve inmediatamente personal. No es un experimento artístico, es la postura del director. Esta película es como un monumento al soldado desconocido o, más bien, a las víctimas desconocidas de la guerra.

La audiencia lo nota. Tras ver la película, todo el mundo se queda en silencio un momento. Después se levantan y se van.

La respuesta a esta película fue más moderada que en Occidente. No es raro si piensas que aquí se han estrenado recientemente dos películas sobre el Holocausto: ¿Es el Holocausto cola de empapelar? (Holocaust – is that wallpaper paste?) y Zapatos (Tufelki).

“Creo que tienen miedo”, dice Fam. “Este tema pone de manifiesto algunas acciones terribles. No había suficiente Gestapo para matar a varios millones de judíos. Pero ya lo hicieron otros... Todos querríamos ser nietos de héroes, pero ¿querríamos ser descendientes de criminales? Los verdugos, los delatores tienen nietos que viven a mi lado; eso me asustaba. Crecí en un pequeño pueblo de Ucrania. De pequeño no te das cuenta de que no tienes abuelos como los otros niños y de que los demás no te tratan bien. Y luego empiezas a preguntarte por qué.”

No se trata solo de antisemitismo, creedme. A la gente no le gustan los “otros” en general: judíos, gais, disidentes. Esta actitud imperial, el deseo de poder, parece muy fuerte. Pero para superar una debilidad o una enfermedad primero tienes que reconocerla. Sería absurdo que alguien enfermo del hígado presumiese de poder beber solo por soberbia. Tienes que buscar ayuda. Si no, terminarás mal. Es necesario entender los propios errores. Si no, se acumulan y el dolor es insoportable.

Una delegación israelí llegó a Bielorrusia. Una mujer mayor con muletas cayó a sus pies, llorando. “¡Perdonadme!”, dijo. “¿Por qué?”, preguntaron. Les contó que su madre se acercó a una zanja donde habían arrojado cadáveres de judíos asesinados y le quitó a una mujer sus zapatos: eran unos elegantes zapatos rojos. “Me los puso a mí. Toda la vida he tenido mal las piernas. No lo puedo soportar más”.

Hay otra historia. Unos judíos llegaron a una granja, mataron la última vaca y se la comieron. Estaban hambrientos; habían vagado por el bosque durante días. La mujer que vivía allí llamó a la policía, que mató a los judíos. Pero también golpearon a la mujer y violaron a su hija.

Mis niños están creciendo. Espero que nunca tengan que enfrentarse a una elección así, pero tienen que entender lo que es. Vivimos en tiempos relativamente calmados, pero mañana podría cambiar. Si no conoces la diferencia entre el bien y el mal puedes convertirte en un villano, un cobarde, una bestia, incluso si no lo esperabas de ti mismo. Entonces será ya demasiado tarde, no hay vuelta atrás. ¿Cómo podrás vivir con ello?

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