La difícil relación entre escritores rusos y el Premio Nobel de Literatura

Fuente: AP

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Desde que se instauraron los Premios Nobel, 109 escritores han sido galardonados con el de literatura, aunque no existe entre ellos un ganador indiscutible. Los demás candidatos han levantado tantas o más pasiones que los ganadores. Rusia Hoy recuerda a los candidatos rusos al premio.

Desde principios del siglo XX hay un debate abierto sobre cuál de los grandes escritores y poetas del mundo merece realmente el Premio Nobel. Entre otras nominaciones, Alfred Nobel dedicó un punto aparte de su testamento a la concesión de un premio al autor que “creara la obra literaria más destacada de tendencia idealista”. Así fue como empezó todo... 

En 1901, el primer Premio Nobel de Literatura fue otorgado al desconocido poeta lírico francés Sully Prudhomme, lo que despertó la indignación de los círculos literarios europeos. Los escritores e intelectuales suecos llegaron a enviar una carta de Lev Tolstói  en la que manifestaban su descontento con la decisión del Comité del Premio Nobel, aunque en 1901 Tolstói ni siquiera se encontraba entre los 25 nominados. 

No obstante, durante los siguientes cuatro años, su candidatura fue propuesta cada año, pero el Comité del Premio Nobel y el secretario de la academia sueca, Carl Vincent no estaban por la labor de dárselo. Lo cierto es que Vincent se oponía radicalmente a Tolstói, pues afirmaba que “este escritor ha condenado todas las formas de civilización existentes e insiste en adoptar en su lugar estilos de vida primitivos, aislados de todos los preceptos de la alta cultura”. 

A pesar de que a finales del siglo XIX la literatura rusa era considerada como una de las más destacadas de Europa, hasta el año 1933 —cuando se le concedió a Iván Bunin—  ningún escritor ruso fue galardonado con el premio. Nunca fueron nominados Antón Chéjov, tan aclamado por toda Rusia y Europa, el escritor y periodista Vladímir Korolenko, el idealista romántico Alexánder Blok ni el fundador de la escuela del acmeísmo, Nikolái Gumiliov. 

Aunque entre los candidatos sí que apareció en más de una ocasión el nombre de Dmitri Merezhkovski. Se podría llamar plusmarquista de los Premios Nobel a este escritor, traductor, historiador y filósofo religioso: desde 1914, hubo ocho intentos de incluirlo en la lista de nominados, hasta que, finalmente en 1937, los académicos adoptaron la decisión de no incluirlo por considerar que “las intrincadas obras del escritor eran meras especulaciones místico-religiosas”. 

Otro de los aspirantes reincidentes fue Maxim Gorki, un clásico tanto de la literatura rusa como de la soviética. El Comité del Premio Nobel rechazó su candidatura en 1918 bajo la opinión unánime de sus miembros de que “las obras anarquistas y, a menudo, bastante crudas de Gorki no encajaban de ninguna manera en el marco de los Premios Nobel”. 

Sin embargo, Maxim Gorki volvió a aparecer en la lista de nominados en 1923, en 1928 y en 1930, ocasión en la que se le acusó de “servir al bolchevismo”, a pesar de que, estrictamente hablando, Alfred Nobel no escribió nada en su testamento sobre la ideología política de los escritores. 

En 1923, se unió inesperadamente a la lista de nominados rusos el poeta simbolista y excepcional traductor de la lírica europea Konstantín Bálmont, quien también fue desestimado y no volvió a figurar entre los candidatos. 

En 1930, Thomas Mann, sobrecogido por la epopeya El sol de los muertos, propuso la inclusión de su autor, el escritor y pensador ortodoxo Iván Shmeliov —que por aquel entonces llevaba mucho tiempo exiliado en París— entre los candidatos al premio. Pero los expertos del comité escribieron sobre el autor esta displicente sentencia: “Aunque Shmeliov, verdaderamente, tiene dotes de gran escritor, no ha llegado a serlo”. 

El siguiente premio se le otorgó en 1958 a Borís Pasternak por su novela Doctor Zhivago —publicada en el extranjero sin su consentimiento— pero el acoso al que fue sometido en la URSS obligó al escritor a renunciar al premio. Y en 1965 fue Mijaíl Shólojov, un escritor profundamente soviético, quien obtuvo el galardón (el único otorgado con el consentimiento de los dirigentes de la URSS). 

De ahí en adelante, no se puede saber con exactitud qué otras nominaciones hubo, ya que toda la información relacionada con el trabajo del Comité del Premio Nobel se clasifica durante 50 años. Muchos otros novelistas y poetas fueron merecedores, si no de ganarlo, al menos de convertirse en aspirantes al Premio Nobel de Literatura: Bulgákov, Platónov, Leónov o Tvardovski primero y, más adelante, Belov, Rasputin, Shalámov, Iskander, Aksánov, Arábov y Petrúshevskaya.  

En los años 60 se rumoreó que Anna Ajmátova había sido designada ganadora del premio. Más adelante, en 1972, el escritor y disidente —previamente galardonado con el premio— Alexánder Solzhenitsin escribió al Comité del Premio Nobel para proponer a Vladímir Nabókov como ganador. 

Se cree que Andréi Voznesenski —el cual gozaba de gran popularidad en la Unión Soviética y era capaz de llenar enormes salas de lectura de apasionados oyentes— tuvo la oportunidad a finales de los 70, pero en 1978 se le concedió el Premio Estatal de la URSS y el Comité del Premio Nobel se olvidó rápidamente de él.

Desde la entrega del Premio Nobel de literatura a Joseph Brodsky en 1987 (ese mismo año se decía que entre los posibles candidatos se encontraba también el distinguido autor clásico soviético Chingiz Aitmátov) apenas se ha hecho mención de los novelistas y poetas contemporáneos rusos. 

En 2010 apareció una lista extraoficial de aspirantes en la que afloraron repentinamente los nombres de las poetas Bela Ajmadúlina y Yevgenia Yevtushenko, cuya fama llegó más bien en el periodo de estancamiento; y en 2011 volvió a sonar el nombre de Yevtushenko y el del intelectual ruso número uno, Víctor Pelevin. Nada más se sabe desde entonces. 

¿Cómo se concede el Premio Nobel de Literatura, bajo qué criterios? Muchos creen que hace tiempo que la decisión del Comité del Premio Nobel no está exenta de motivos políticos. Se desconoce si esto es cierto, pero una cosa está clara: sin misterio no existiría ni la literatura ni los premios literarios.

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