Fuente: Aleksandra Sopova
El proyecto fundamental de la Quinta Bienal de Arte Contemporáneo de Moscú está situado en el corazón de la ciudad, en la sala de exposiciones más grande, en el Manezh. En un intrincado laberinto (desde ningún punto de vista se alcanza a ver toda la sala y la vista de los muros desde arriba recuerda a un cuadro de Malévich) conviven proyectos de pequeña y gran escala de 72 artistas.
Encuentros en el Manezh
Comparten espacio expositivo artistas que antes no habían colaborado entre sí: en el nivel 2, una pared de 150 metros está cubierta de dibujos de tres creadores. El americano Mark Licari y el uruguayo Ricardo Lanzarini dijeron: tenemos apellidos italianos, que se sume a nosotros un tercero que sea un auténtico italiano. La curadora de la bienal, la crítica de arte belga Catherine de Zegher, invitó a Andrea Bianconi y los tres artistas crearon una composición sobre el tema del giro y de la transformación de las cosas. Algunos de sus elementos rebosan inquietud, otros humor: un perro se transforma en un lampazo y personajes fantásticos se persiguen entre sí.
Los filipinos Alfredo e Isabel Aquilizan, emigrados a Australia, crearon una obra sobre el país eslavo vinculada con un invierno nevoso y en la que fueron protagonistas los esquíes y los trineos. Para su proyecto, utilizaron trineos expuestos en museos, cuya antigüedad se mide en siglos. Otros, en cambio, son de finales del siglo XX, de fabricación industrial, que la gente voluntariamente ha cedido en respuesta a una petición mediante Internet.
Arte sobre la cotidianidad
Fuente: Aleksandra Sopova
Un enorme espacio está ocupado por la instalación del artista chino Song Dong, que colocó miles de objetos desperdigados del padre: zapatos viejos y rotos, tubos estrujados de pasta dentífrica, vajilla, revistas usadas atadas en pilas, ropa interior e incluso trozos de embalajes de electrodomésticos. La madre de Song Dong los guardó a lo largo de toda su vida. A exponer todos esos objetos cotidianos en un museo, el artista quiso ayudar a su madre a vencer el dolor de la pérdida tras la muerte de su padre.
El trabajo de Song Dong, increíble por su fuerza, que constituye una metáfora de las personas absorbidas por sus circunstancias cotidianas, que no les permiten oponer resistencia y pensar en categorías superiores, ofrece una visión del mundo a través del prisma de la cotidianidad, según declara a Rusia Hoy el comisario permanente de la bienal, Joseph Backstein. “Por otro lado, es un intento de trazar una nueva frontera entre lo que es arte y lo que no”.
Arte sobre discriminación y ecología
Catherine de Zegher (la primera mujer curadora de la bienal de Moscú) aseguró que no considera digno la inclusión de proyectos dedicados a cataclismos políticos actuales. No obstante, eso no significa que en la bienal haya un apoliticismo absoluto.
“La bienal acoge obras de calado político y refleja el sentimiento feminista de la curadora: por ejemplo, ha invitado a la artista Umida Ajmédova de Uzbekistán, que fotografía a chicas orientales con sus suegras y en cada imagen se puede intuir la relación que hay entre ambas generaciones de mujeres en la familia”, declara Joseph Backstein.
Por cierto, por primera vez en la bienal hay paridad de género: la mitad de los participantes son mujeres.
También tienen cabida las obras dedicadas a los problemas de los aborígenes. El artista australiano Richard Bell ha presentado una obra de su famosa serie El teorema de Bell. A los problemas de los aborígenes también está consagrada la obra Tres ríos de la australiana Lorraine Connelly-Northey. Su instalación de hierros oxidados rinde un homenaje a aquellos que no tienen acceso siquiera al agua potable.
La obra del irlandés Tom Molloy se centra en los mítines y manifestaciones: gente con pancartas a favor o en contra de la misma causa se mezclan en sus instalaciones. La instalación del estadounidense Alan Michelson, RoundDance consiste en una serie de pantallas dispuestas en círculo, de modo que si el espectador se sitúa en el centro puede sentirse parte integrante de las danzas de las tribus nativas americanas.
A los acontecimientos en el Cairo está dedicado el trabajo Enamorados, de la etíope Julie Mehretu, afincada en Estados Unidos. Inspirado por la situación en Irán, se exhibe un muro pintado con mariposas ornamentales: los padres de la artista Parastou Forouhar, de Irán –conocidos opositores- fueron asesinados brutalmente en 1998. Si se observa con detenimiento, se advierte que cada mariposa dedicada a la memoria de los padres está formada con cuerpos desmembrados o mujeres encogidas llorando. El nombre de la madre de la artista se traduce también del árabe por mariposa.
Fuente: Aleksandra Sopova
Utopía y realidad en una misma sala
Entre las obras clásicas de la bienal se muestra un dirigible que ha sobrevolado desde 1969 todos los museos del mundo, del artista belga Panamarenko (seudónimo de Henri Van Herwegen, su alias artístico es un acrónimo de Pan American Airlines and Company). El artista es conocido por sus aparatos voladores utópicos.
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Al lado del dirigible se encuentra una obra del ruso Alexánder Brodsky: una entrada de metro de madera en un campo sembrado de bolas de papel de aluminio. Durante tres días varios voluntarios estuvieron haciendo las bolas para esta instalación.
En el nivel 2, una figura que ya es referente del arte contemporáneo, la artista anglo-palestina Mona Hatoum, colgó una telaraña hecha de bolas de cristal en que se refleja todo lo que ocurre en la bienal. La polaca Gosia Wlodarczak, residente en Australia, llenó de dibujos con rotulador blanco todas las superficies de la planta baja: reprodujo todo lo que veía alrededor, incluidas las caras de los empleados y de las estructuras auxiliares. Todas las líneas de la artista tienen el mismo grosor, porque no existen acontecimientos más o menos importantes: ese es su principio a la hora de reflejar la realidad.
“Cada época (romanticismo, modernismo, etc.) tiene su propio modelo de mundo, incluso espacio-temporal”, dice Bakstein. “Ahora no existe un gran estilo dominante y los artistas prestan atención a las diferentes circunstancias espaciales, temporales, incluso cotidianas del mundo, distanciándose del glamour. No hay una comprensión del mundo europea: aquí hay muchos artistas asiáticos y cada uno representa un modelo de mundo en circunstancias neocapitalistas. Uno de los posibles ‘cuadros del mundo’ se exhibe aquí. Acude a verlo multitud de gente: ahora el espectador no tiene expectativas ni esquemas preestablecidos, ya está preparado para cualquier cosa.”
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