Dibujado por Vladímir Makovski (1899). Haz click en la imagen para aumentar.
Es bien sabido que la historia puede ser muy caprichosa con algunos personajes a los que el infortunio les persigue de comienzo a fin. La vida de Nicolás II, el último zar de Rusia, es una prueba de ello. Recogió un imperio que, con su padre, Alejandro III “El pacificador”, había disfrutado de años de paz relativa, pero se enfrentaba a un inminente –y ya convulso– cambio al siglo XX.
Alejandro III falleció en 1894 a causa de nefritis cuando Nicolás tenía 26 años, pero contaba con una trayectoria educativa y cultural envidiable. No disfrutaba, sin embargo, de la total confianza de su padre como heredero al trono por su falta de carácter y madurez en el mando. Serguéi Witte, ministro ruso de finanzas de Alejandro, vio potencial en Nicolás en la economía y sugirió introducirle en el Comité del Ferrocarril de Siberia –el Transiberiano fue obra de Alejandro–.
Pese a ello, la prematura muerte de su padre le obligó a acelerar el proceso de preparación a su pronta coronación como futuro zar de Rusia, rey de Polonia y gran duque de Finlandia. Esto tendría lugar el 26 de mayo de 1896 –según el calendario gregoriano; el 14 de mayo según el juliano, que hasta 1918 utilizó el pueblo ruso–, año importante en Rusia, ya que también desde mayo se celebraría la Expo de Nizhni Nóvgorod, la mayor de la época prerevolucionaria y que contaría con las mejores obras de la ingeniería de Vladímir Shújov mostradas al mundo.
Un lugar con tradición
La zona escogida para la coronación de Nicolás era el campo de Jodynka (o Jodýnskoye Pole), nombre que recibe del pequeño río homónimo, situado al noroeste de Moscú. En este amplio terreno tuvieron lugar episodios de la historia rusa, como la batalla del ejército del rey Basilio IV contra Dimitri II “El Falso”, a principios del siglo XVII. También, Catalina II en 1775 celebró una gran fiesta en Jodynka por el final de la guerra con Turquía.
En 1834 se abrió en Jodynka un hipódromo y, posteriormente, se construyeron unos barracones que servían como base de entrenamiento militar. La Iglesia ortodoxa rusa también erigió allí la Iglesia de San Sergio de Radonezh, que fue demolida después de la Revolución de octubre por el gobierno soviético.
Alejandro II y Alejandro III habían sido coronados en Jodynka, por lo que nada impedía que el descendiente continuase con la tradición.
El zar Nicolás II fue coronado formalmente el 26 de mayo de 1896 en la Catedral de la Dormición de Moscú, en el Kremlin, y se anunció que la celebración tendría lugar el 30 de mayo con una gran fiesta en el campo de Jodynka a la que estaba invitado todo el pueblo de Moscú.
Avalancha desesperada
Ya desde la tarde del 29 de mayo, el día anterior a las festividades, algunos moscovitas comenzaron a escuchar los regalos que el zar entregaría al pueblo ruso. Principalmente comida y vasijas. Desde las cinco de la mañana del día de la celebración ya había un importante número de congregados en el sitio, pese a que la hora de comienzo de la fiesta era a las diez de la mañana.
A medida que iba avanzando el día, y la espera, entre la multitud corrió el rumor de que no había suficientes regalos del zar para todos los allí presentes, por lo que los reunidos avanzaron para tratar de recoger cuanto antes su parte.
Los prados de Jodynka eran el mejor lugar para reunir a tan inmensa cantidad de personas, pero el terreno no era lo suficientemente regular debido a las trincheras y otros elementos propios de una base de entrenamiento militar que había sobre el firme y que no habían sido eliminados.
Las fuentes que presenciaron el suceso se hicieron eco de la gran multitud de ciudadanos que estuvieron esperando horas antes del comienzo. El escritor Vladímir Gilyarovski señaló que allí había “varios cientos de miles” que avanzaban en masa, prácticamente “sin poder mover sus brazos”. El historiador estadounidense del cine soviético Jay Leyda aseguró, en su libro de 1960 A History Of The Russian And Soviet Film, que había medio millón de moscovitas en Jodynka.
Los desesperados ciudadanos avanzaban, casi obligados ya, hacia el lugar donde el zar Nicolás II daría los regalos, pero, sin saberlo, fueron conducidos ellos mismos hacia una zanja que acabó cediendo ante semejante peso. Los relatos de Gilyarovski sobre lo que vio en la zanja son sobrecogedores, ya que el agujero estaba lleno de gente pidiendo auxilio –niños entre ellos– que algunos podían escapar, pero otros caían. Todo ello, según el escritor y periodista ruso, durante cerca de una hora.
Además, tras ocurrir el desplome de la zanja se inició la estampida humana que elevó la cantidad de muertos a 1.389, según las autoridades oficiales, y alrededor de 1.300 personas resultaron heridas pese a los 1.800 policías que se encontraban allí. Militares y bomberos ayudaron a evacuar a las víctimas a los hospitales, pero la fiesta continuó ajena a la tragedia, como puede leerse en el diario del militar Alexéi Kuropatkin.
Alexéi Vólkov, criado en la corte junto a Nicolás II, relató en sus memorias lo que experimentó el fatídico día de la festividad y declaró, sorprendido, que de todas las personas que se encontró regresando de Jodynka con sus regalos, “ninguna mencionaba la catástrofe y sólo me enteré de ello al día siguiente”.
Reacción del zar
Nicolás y su esposa Alejandra Fiódorovna estuvieron visitando a los heridos hospitalizados el resto del día. Sin embargo, esa noche estaba programado en la embajada francesa en Moscú un baile al que el nuevo zar debía acudir.
La primera reacción de Nicolás II fue no acudir al evento, pero sus consejeros le recomendaron ir al baile, ya que, de lo contrario, supondría un desaire fatal a París, dadas las delicadas relaciones entre ambos países, que acababan de firmar la alianza franco-rusa tan sólo cuatro años antes.
Finalmente, y contra sus propios deseos, el zar acudió a la fiesta en la embajada e inauguró el baile con la condesa de Montebello, mientras que la zarina bailó con el conde de Montebello, el embajador francés. Para entonces, el pueblo ruso ya sabía que el mal augurio acompañaría al reinado del nuevo zar.
El destino quiso que la coronación de Nicolás II, el último zar de Rusia, estuviese manchada de sangre, como sangriento fue su final, asesinado por los bolcheviques en Ekaterimburgo, en plena Revolución rusa en 1918, acabando así con la historia zarista en Rusia.
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