Las tropas soviéticas mostraron mucha más confianza en verano del 43 que en el del 41.Fuente: Photoshot.
De aquella mañana en la que las tropas alemanas pasaron al ataque sobre Kursk han pasado 70 años. El tiempo ha ido cambiando ideologías, pasiones y propagandas desde aquella gran batalla.
Y una cosa se ha hecho evidente. Los alemanes nunca habían sido más débiles que el 22 de junio de 1941.
El 5 de julio de 1943 en aquella parte del frente tenían concentrada una enorme cantidad de fuerzas: hasta 50 divisiones. Contaban con tanques, artillería y aviación. Casi un millón de soldados, dirigidos por los mejores generales alemanes: von Kluge y Manstein, que, no se les puede, tenían un gran conocimiento del arte militar.
Su idea era atacar con los carros de combate de las divisiones de tanques en la parte delantera del frente, como si se tratara del cuello de un hombre. Y después cerrar el puño de la infantería motorizada sobre Kursk, estrangulando de este modo al Ejército Rojo.
Dado el número de fuerzas que la comandancia soviética tenía concentradas en Kursk, esta estrategia de los alemanes tenía muchas posibilidades de ser un éxito: las tropas de los frentes Central y de Vorónezh podían acabar rodeadas, y sustituir semejante falta de tropas habría sido excesivamente complicado para el Ejército Rojo.
Además, las tropas alemanas superaban técnicamente a las soviéticas: los 348 tanques y unidades de artillería autopropulsada de los nuevos modelos T-34 eran mucho mejores que los rusos. Por otra parte, el Ejército Ruso superaba en cantidad al ejército alemán en todos los tipos de unidades, aunque aquello también había ocurrido en 1941.
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Por lo visto, y esto lo ha señalado poca gente, en julio de 1943 las posiciones de partida repetían las de junio de 1941.
Pero el resultado fue muy distinto. El Ejército Rojo estaba preparado para el ataque, a pesar de que en el comienzo de la guerra también se veía venir al enemigo, esta vez las tropas y la técnica militar estaban mucho mejor preparadas. ¿Por qué? Hay varios motivos.
Primero: las tareas de inteligencia habían mejorado enormemente. En lugar de la multitud de mensajes contradictorios y equivocados sobre los plazos de cumplimiento de la operación Barbarroja (que eran totalmente desconocidos para la comandancia general soviética), en esta ocasión el texto de las directrices para la operación Ciudadela (nombre que los nazis dieron a al operación) estaba en la mesa de Stalin tres días antes de que lo firmara Hitler. Sesabíalosuficienteparaestarpreparados.
Segundo: el claro entendimiento de las tareas estratégicas de la comandancia general. Y especialmente la estoica defensa, el desgaste del enemigo y el posterior paso al contraataque. De nuevo un contraste drástico con el año 1941, cuando, según explicaban los propios generales alemanes, estos no entendían el sentido de la posición de las tropas soviéticas ante la frontera: no era apropiada ni para la defensa ni para el ataque.
Tercero: la experiencia y seguridad de las tropas. Esta seguridad también la tenían en 1941 (y llegó incluso al exceso de confianza: “poca sangre en suelo extranjero”). Pero después regimientos enteros entraron en pánico ante los defectuosos tanques alemanes, que en comparación con los Tigres de 1943 eran pequeñas cajas de estaño que avanzaban lentamente. En 1943 las tropas soviéticas ya no temían a los Tigres. Les tenían respeto, pero no miedo. Lo mismo se demostró en la batalla de Prójorovka.
Cuarto: el abastecimiento. No es un secreto que en 1941 esto estaba muy mal organizado. Los almacenes estaban situados casi a la vista del enemigo y el suministro de municiones fue del todo insuficiente. A decir verdad, al principio era inexistente.
Muchos almacenes ardieron, volaron por los aires o cayeron en manos del enemigo, incluidos muchos tanques que se habían quedado sin combustible. Pero en los recuerdos sobre la batalla de Kursk se encuentran episodios como este: “Un proyectil enemigo alcanzó un almacén de artillería, pero no pasó nada, teníamos otros dos de reserva y continuamos disparando”.
Y por último, pero quizás lo más importante.
Lo que Tolstói llamaba “el espíritu de la tropa”. Como bien dicen, en la batalla de Kursk hubo quien retrocedió, pero no hubo quien desertara. Las unidades soviéticas, o bien encontraban otras posiciones debido al agotamiento de las fuerzas y de los medios de defensa, o bien morían en pie de guerra: la potencia del ataque del enemigo era terrible. Mucho mayor que la de 1941.
Pero los batallones continuaban repeliendo los ataques del enemigo incluso tras perder la comunicación con la comandancia, totalmente rodeados, sin ninguna esperanza. Lo mismo había sucedido dos años antes: pero a diferencia de aquel verano, en esta ocasión la resistencia no sólo fue a la desesperada, sino también eficaz.
El resultado
Oficialmente se considera que la victoria en Kursk supuso el cambio de la balanza a favor del Ejército Rojo. Y así fue. Los propios generales alemanes reconocían que esta batalla fue el último intento de mantener la superioridad en el Este: “Con este fracaso, la iniciativa se puso definitivamente del lado soviético. Por esta razón, la operación Ciudadela es un punto decisivo que cambió el curso de la guerra en el frente oriental”.
Pero aquella batalla tuvo también otro resultado.
La herida de la catástrofe de 1941 había dejado una huella muy profunda en el ánimo del ejército y en el espíritu del pueblo. Y dos años después aquella herida continuaba sangrando a pesar de las victorias en Moscú y Stalingrado. La batalla de Kursk consiguió cerrarla con su feroz fuego salvador. Sólo quedó la cicatriz.
Artículo publicado originalmente en ITAR-TASS.
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