Los bailes en la Rusia imperial

Una exposición en Moscú rememora la suntuosidad y la elegancia que acompañaba a estas celebraciones. Fuente: María Afónina

Una exposición en Moscú rememora la suntuosidad y la elegancia que acompañaba a estas celebraciones. Fuente: María Afónina

La vida mundana de los siglos XVIII y XIX en Rusia iba indisolublemente unida a los bailes, las celebraciones elegantes, los vestidos pomposos, las joyas y otros símbolos de la vida de lujo. En el museo-reserva de Tsarítsino se ha inaugurado una exposición que lleva por título “Gran baile”, para conmemorar el 400º aniversario de la dinastía de los Romanov.

El primer baile que se celebró en Rusia se remonta al siglo XVII, con motivo de la boda del Falso Dmitri con Marina Mnishek, pero no entraron a formar parte de la vida de la nobleza rusa, por decreto, hasta 1717, bajo el reinado de Pedro I. Desde entonces se organizaron bailes no sólo para la nobleza sino también para los comerciantes y los pequeños propietarios. 

Más tarde, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, el carácter oficial pasó a un segundo plano y empezaron a organizarse bailes públicos de manera profesional; por ejemplo, por compañías de teatro, artistas o arquitectos. 

La palabra 'bal' (baile), que procede del francés, arraigó en la lengua rusa en el siglo XVIII. En estos bailes, la danza no era el único entretenimiento. Los asistentes también se divertían, charlaban, y los representantes de la vieja generación hablaban de la actualidad política y jugaban a las cartas. 

El lenguaje del abanico

En el siglo XVIII el lenguaje del abanico se utilizó para fines comunicativos. He aquí algunos de los gestos más significativos de la época:

-Si el abanico estaba abierto y la dama lo agitaba a cierta distancia ante sí: “Estoy casada”.

-Si se cerraba el abanico: “Me resulta usted indiferente”.

-Si la dama abría sólo el primer pliegue del abanico: “Conténtese con mi amistad”.

-Si el abanico está completamente abierto: “Es usted mi ídolo”.

A caballo entre los siglos XIX y XX, en los bailes comenzaron a incorporarse conciertos y se invitaba a solistas de ópera y bailarines. Apareció, asimismo, el concepto de bailes-lotería, cuyas ganancias iban destinadas a personas sin recursos. 

La temporada de bailes se inauguraba a finales de otoño y se prolongaba hasta la primavera. Eran especialmente festivos durante el periodo de Carnaval. Pero el verano también era una estación igual de propicia para estos divertimentos, excepto los periodos de ayuno. 

En San Petersburgo se encontraban los lugares predilectos para la celebración de los bailes cortesanos. La sala Nikoláiev, en el Palacio de Invierno, acogía el 'Gran baile', que marcaba el pistoletazo de salida de la temporada. Los bailes 'pequeños' y 'medianos' se celebraban en el Ermitage y en el Palacio Anichkov. 

 

Fuente: María Afónina.

En verano, se recibía a los invitados en el Palacio de Peterhof o en el de Tsárskoie Seló. A pesar de lo fastuoso de estos bailes, según el tío hermano de Nicolás II, el gran duque Alejandro Mijáilovich (1866-1933), los gastos que conllevaban no eran muy elevados: “No exigía hacer compras especiales ni contratar a servicio complementario. La Dirección principal de los territorios se encargaba del suministro de vino, mientras que las flores procedían de diferentes invernaderos del zar. En cuanto a la orquesta, se alojaba permanentemente en palacio”. 

El éxito de una temporada de baile no se medía únicamente por el esplendor de las recepciones y de los vestidos, sino también por la cantidad de parejas que, a resultas de ella, contraían matrimonio.

Los preparativos del baile

Antes de cada baile los invitados recibían pequeñas invitaciones elegantes, a menudo dibujadas por los mejores artistas. Los pintores también se encargaban del diseño de las coloridas carteleras. 

Las damas se preparaban para el baile hojeando las revistas de moda de la época, la mayoría francesas. Si bien la moda de la vestimenta no dejaba de cambiar, el abanico era invariablemente un accesorio indispensable para las damas. Con él no sólo se abanicaban durante o después del baile sino que atraían también la atención de los caballeros, ahora dejando al descubierto el rostro, ahora moviendo de manera seductora el abanico. 

Las flores siempre completaban la indumentaria de baile: adornaban los peinados, los cuerpos y las faldas de los vestidos. O bien simplemente se portaban en la mano. En los siglos XVIII y XIX un accesorio de moda que no podía faltar era el porta-ramos, un adorno de joyería similar a un pequeño jarrón para llevar ramos de flores sintéticas. 

Después de la Revolución tanto los bailes como toda la herencia de la Rusia imperial se perdieron en el pasado, pero el mito poético del «baile ruso» llegó al siglo XX y lo encontramos representado en el cine, en la música o en el teatro.

Por último, ninguna dama podía asistir a un baile sin su carnet du bal, donde inscribía el nombre del caballero con el que deseaba bailar una polonesa, una mazurca o una cuadrilla. 

Bailes de disfraces 

El primer baile de disfraces se celebró en 1763, en el Palacio de Invierno, durante el reinado de Catalina II. En ese tipo de bailes se congregaban varios miles de invitados: nobles, pero también ricos comerciantes. 

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En el siglo XIX se mantuvo la tradición de los bailes de disfraces. Habitualmente se solían organizar el 1 de enero o en Carnaval. La esposa de Nicolás I de Rusia, Alejandra Fiódorovna, cuenta que, en 1818, durante un baile de disfraces en el Palacio de Invierno, se disfrazó de princesa india y la emperatriz Elizabeta Alekséievna hizo lo propio de murciélago.

A menudo se celebraban bailes de temática oriental o histórica. Así, en 1837, Nicolás I apareció en un baile de disfraces chino vestido como un mandarín, con una gran panza y una larga trenza colgada a un lado. 

Bailes famosos

Los bailes de coronación eran especialmente suntuosos. Los bailes en el Palacio de las Facetas, un edificio del Kremlin de Moscú, organizados por primera vez durante la coronación de Catalina II, inauguraban oficialmente la celebración ceremonial. 

A menudo los bailes se alternaban con recepciones de embajadores extranjeros, como, por ejemplo, el británico y el francés. Así, durante la coronación de Nicolás I, en 1826, se celebró un baile en la residencia del embajador francés, el mariscal Marmont, del duque de Raguse y del embajador británico, el duque de Devonshire. 

En 1903, el célebre baile de disfraces 'a la rusa' se dio en el Palacio de Invierno, para el cual los invitados se vistieron inspirándose en la indumentaria de la época del zar Alejandro Mijáilovich. Muchos asistentes copiaron el estilo de la ropa de sus antepasados a partir de viejos retratos y muchas damas llevaron vestidos rusos tradicionales, túnicas y tocados parecidos a los kokoshniki. 

El último gran baile de época se celebró en 1913, en la sala de la Asamblea de la nobleza, un 23 de febrero, con motivo del 300º aniversario de la dinastía de los Romanov. 

Según las memorias del conde Kokovtsev, a la sazón presidente del gobierno zarista, la fiesta no dejó una huella particular. “No porque no hubiese una auténtica animación, ni porque yo sintiera un miedo consciente por el futuro próximo, sino por las preocupaciones cotidianas relativas a los preparativos del día siguiente y sobre cómo prevenir una catástrofe mundial, que absorbían toda mi atención”, se lee en sus escritos. 

La exposición “Gran baile”

La exposición “Gran baile” está abierta al público hasta el 3 de octubre en el museo-reserva Tsarítsino, al suroeste de Moscú. En ella se exhiben más de 460 piezas relacionadas con la cultura de los bailes en Rusia: vestidos e indumentaria de baile, así como carteles y pinturas que representan las veladas y a los bailarines. 

Una parte de la exposición está dedicada a los bailes incluidos en las producciones del Teatro Bolshói, a lo largo de toda su historia: bocetos de decorados y vestuario, tutús y, por ejemplo, el traje que utilizó la estrella de danza Maya Plisétskaya, creación de Pièrre Cardin. Los artículos expuestos provienen de diez museos de Moscú y San Petersburgo.

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