Los orígenes de Gala, la inspiración rusa de Dalí

El arte de Dalí no hubiera sido el mismo sin la aparición de su musa procedente de Kazán, Gala, que poseyó la mente del genio español. Gala y la pintura de Dalí se exponen en el Museo Reina Sofía de Madrid hasta el 2 de septiembre.

 

"Gala asomada a la ventana", escultura de Salvador Dalí. Fuente: wikipedia / Manuel González Olaechea y Franco

Fue modelo y objeto de inspiración en más de un centenar de cuadros para Salvador Dalí, además de ser agente y representante del polémico artista español. Hechizó a quien quiso entre los más destacados representantes del panorama literario y artístico de comienzos del siglo XX y su cuerpo reposa eternamente en un castillo. Sin embargo, ¿quién fue realmente Gala?

La vida de Elena Ivánovna Diákonova, especialmente sus orígenes, siempre fueron un misterio o, sencillamente, nunca hubo excesiva luz sobre de dónde procedía la musa de Salvador Dalí. El artista de Figueras siempre divagaba y recordaba su infancia, pero Elena se mostró más reservada en este aspecto durante su larga y agitada vida.

Nació en Kazán, capital de Tartaristán, el 7 de septiembre de 1894 –según el calendario gregoriano, el 26 de agosto según el juliano, propio del pueblo ruso hasta 1918– en el seno de una familia humilde. Su madre se llamaba Antonina y su padre Iván Diákonov, trabajaba como funcionario del Imperio ruso en el Ministerio de Agricultura. Iván murió cuando Elena contaba con apenas once años, pero los recuerdos de la niña hacia su padre no fueron los mejores.

El matrimonio de los Diakonov tuvo, además de Elena, tres hijos más: Vadim, Nikolái y Lidia, la más pequeña. La familia, debido al trabajo del marido, vivió en varios puntos de Siberia. La abuela de Elena vivía en Tobolsk y la niña, durante algún tiempo, residió en Pokrovskoie, célebre por ser la ciudad natal de Rasputin. Su madre rehizo su vida sentimental con un abogado judío moscovita y la familia partió a Moscú.

El hombre que se convirtió en padrastro de los niños era Dimitri Ílich Gomberg, que ejerció una gran influencia en Elena, que lo consideró su verdadero padre. De hecho, adoptó su nombre como patronímico –Elena Dimitrievna Diákonova– en lugar del que tenía su padre. Dimitri Gomberg era judío únicamente por parte paterna, lo que le ayudó a evitar la represión judía de Moscú hasta 1917. Liberal, en contraposición de los valores ortodoxos de su familia, Elena sintió especial predilección por su padrastro, configurando la abierta mentalidad que caracterizaría siempre a la joven.

Gala, más que un sobrenombre

La familia Diákonov inició una nueva vida en Moscú al amparo de Dimitri Gomberg. Elena destacó en el colegio con calificaciones brillantes, pero no tanto en el deporte, debido a su debilidad física y su ya incipiente enfermedad.

Durante esa época, Elena trabó una especial amistad con Anastasia Tsvetáieva, hermana de la poetisa Marina Tsvietáieva. Cuando Elena tuvo que dejar Rusia, su amistad fue una de las pérdidas más tristes para ella. Anastasia escribiría, en 1971, una biografía de Gala en ruso llamada Recuerdos.

El carácter de Elena iba adquiriendo tintes únicos. Prueba de ello fue que la joven comenzó a presentarse a sí misma como Gala, en lugar de su nombre real. Ese apodo apenas había sido escuchado en Rusia hasta ese momento. Algunas fuentes sostienen que sería un diminutivo de Galina, nombre muy común en Ucrania, pero incluso así debería ser “Galia”, no “Gala”. De cualquier forma, ése fue el nombre con el que se distinguió y pasaría a ser recordada para siempre.

La prosperidad económica de la nueva familia –no llegaron a casarse Antonina y Dimitri por prohibir, la Iglesia ortodoxa rusa, un segundo matrimonio– hizo posible que los veranos los pasasen en un destino turístico muy popular, la península de Crimea, junto al mar Negro, al sur de Ucrania. Allí fue donde Gala se enamoró por primera vez de un muchacho telegrafista, pero su madre se encargó de que aquello sólo fuese un amor de verano.

Exilio forzoso

El estado de salud de Gala era cada vez más delicado y su familia decidió enviarla a una lujosa residencia sanatorio en la localidad suiza de Clavadel, en los Alpes. Gala ingresó allí en 1913 para ser tratada de neurosis y ciclotimia, enfermedades que causan en ella unos graves cambios en su humor y en su personalidad.

En Clavadel permanecerá un año, donde encontró el amor en el poeta Paul Éluard, víctima de tuberculosis. Juntos pasan el tiempo, de forma más parecida a una estancia en un hotel que en un centro sanitario, entre libros y promesas de amor.

En abril de 1914, Gala y Paul Éluard salen del sanatorio y cada uno pone rumbo a su hogar en Moscú y París, respectivamente, esperando reencontrarse pronto para casarse. Sin embargo, sus deseos se truncan al estar Europa en un clima enrarecido por las tensiones que provocaron la Primera Guerra Mundial y en la que Francia y Rusia tomaron parte activa en el mismo bando aliado.

Éluard debe ingresar en el Ejército francés, pero finalmente es enviado a servicios auxiliares, donde puede continuar carteándose con Gala, que espera en Moscú en un estado deprimente, desoyendo a su madre y hermana Lidia a que acuda al teatro o al ballet.

La joven no soporta más la distancia y en abril de 1916 decide ir a París para casarse con Éluard. Europa, en ese momento, está totalmente inmersa en el conflicto y destruida, por lo que viajar a París desde Moscú pasando por Alemania y el Imperio Austrohúngaro –dos de los ejércitos enemigos– sería imposible. El trayecto que debe seguir Gala es totalmente rocambolesco y la lleva a viajar a Helsinki, Estocolmo y Londres para llegar a la capital francesa. El 21 de febrero de 1917 se casa de verde con Paul Éluard y el 10 de mayo de 1918 nace su única hija, Cécile.

Las esferas vanguardistas en las que se movía tanto Gala como Éluard ayudaron a desarrollar sus inclinaciones sexualmente liberales, lo que implicaba correspondencia y fotografías eróticas desde siempre entre ambos. Incluso relaciones consentidas de Gala con otros hombres, como con Pablo Picasso en 1924, que sentía especial predilección por las mujeres rusas y no dudó en pintar y regalar un cuadro a su amante.

En 1929, el matrimonio Éluard visitó a Salvador Dalí en Cadaqués, en la Costa Brava, gran amigo de Paul. Gala tenía en ese momento 35 años y Dalí diez menos. Para el pintor fue amor a primera vista. Paul tenía que regresar a París, pero Gala decide quedarse unos días más en España, aprovechando la enfermedad de su hija como excusa para quedarse junto a Dalí. Sería para siempre. “Ya nunca más nos separaremos”, prometió Gala a Dalí. Nunca lo hicieron.

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