Fotografía de Rasputin (centro). Fuente: Andréi Shaprán
Jionia Kuzminichna Guseva nació en 1880 en la localidad de Syzrán, en la antigua provincia de Simbirsk, en lo que hoy es Uliánovsk. Creció en el seno de una familia muy pobre, hija de Kuzma y Marta, quienes tuvieron, además de Jionia, al menos cuatro hijos más que se sepa, ya que los registros de la Rusia Imperial eran de escasa fiabilidad y la altísima mortalidad en las zonas rurales hacían imposible conocer el dato a ciencia cierta.
La familia Gusev se marchó pronto a Tsaritsin –actual Volgogrado– en busca de mejor calidad de vida y trabajo. Sin embargo, la joven no pasaría allí desapercibida. En primer lugar, su aspecto no invitaba a ello: Jionia Guseva era extremadamente delgada y no tenía nariz, fruto, según su hermano Andréi, de una sífilis que heredó de su abuela; otras fuentes, en cambio, señalan que la joven contrajo la enfermedad en uno de los burdeles de la ciudad en los que solía trabajar.
Hacia 1908 llegó a Tsaritsin Iliodor, un monje también conocido como “el santo demonio”, que rápidamente ejerció una gran influencia sobre Guseva. El monje Iliodor, cuyo verdadero nombre era Serguéi Trufanov, era un agitador de masas miembro de la violenta organización de los Centurias Negras, un movimiento antisionista y estrechamente ligado al zarismo que actuó en Rusia entre las dos revoluciones rusas de 1905 y 1917.
Iliodor fue uno de los monjes más cercanos al enigmático Grigori Rasputin, pero en 1911 acabó su amistad y comenzó un obsesivo plan para acabar con el influyente místico que vivía desde hace unos años entre los Romanov.
Los preparativos
Pese a vivir en los círculos más íntimos de los zares en San Petersburgo, Rasputin tenía esposa e hija en la localidad siberiana de Pokróvskoye, en el óblast de Tiumen, su ciudad natal. Iliodor conocía este dato y sabía que su rival viajaría allí a visitar a su familia, por lo que preparó un ataque.
Jionia había sido la elegida por Iliodor para acabar con la vida del monje siberiano. La joven desnarigada no tenía ninguna razón que justificase su enemistad hacia Rasputin, pero Iliodor se encargó de convencerla. De hecho, Guseva, en los días previos a la llegada de Rasputin, reveló a Iliodor –como éste refleja en su autobiografía–: “Padre, ¡qué demonio es Grishka (refiriéndose a Grigori Rasputin). Me gustaría apuñalarlo como el profeta Elías, por orden de Dios, mató a los 450 falsos profetas de Baal!”.
Inicialmente, y según las propias palabras de Iliodor, el monje trató de hacer entrar en razón a Guseva, advirtiéndole que lo que pensaba hacer era pecado. Sin embargo, el día en que el archiduque de Austria Francisco Fernando moría en un atentado en Sarajevo, Rasputin bendijo al zar Nicolás II, predijo una “guerra victoriosa” y partió hacia Siberia. Cuando Iliodor recibió estas noticias llamó a Guseva: “Sigue a Rasputin y mátalo esté donde esté”.
El intento de asesinato
Las escasas imágenes de Jionia Guseva la muestran con una túnica negra y una camisa blanca. Prendas muy holgadas elegidas precisamente para esconder el cuchillo que el propio Iliodor puso sobre el cuello de Guseva atado a una cadena y asesinar a Rasputin. Fue entonces cuando Guseva comenzó la fatal búsqueda para acabar con la vida de Rasputin.
La joven partió hacia Yalta, donde se suponía que debía estar el polémico monje, pero no lo encontró allí. Sin embargo supo que su objetivo se encontraba en San Petersburgo –por aquel entonces aún llamada Petrogrado– y puso rumbo hacia la ciudad de los zares.
A su llegada le dijeron que Rasputin se había marchado a su ciudad natal de Pokróvskoye, un viaje de nueve días hasta llegar a esta localidad siberiana, pero no fue así. Aún seguía en Petrogrado. Guseva viajó hasta el nuevo destino y, aunque Rasputin no emprendió su viaje hasta unos días después, Guseva decidió esperarlo en el lugar.
El 29 de junio de 1914, Jionia esperó a Rasputin en la puerta de la casa de éste y, cuando llegó, sacó el cuchillo que tenía guardado bajo sus ropas y apuñaló al monje en el vientre bajo. Rasputin trató de detener la hemorragia con sus manos y, como pudo, huyó desesperadamente mientras Guseva gritaba “¡He asesinado al Anticristo!”. La joven, al comprender que la herida no fue mortal, persiguió a su víctima para consumar el asesinato, pero Rasputin la golpeó con un palo que encontró y los vecinos corrieron a ayudar al herido.
Las autoridades lograron detener a Jionia Guseva, que ingresó en prisión durante un año en Tiumén, donde se le negó el derecho a juicio. Mientras tanto, Rasputin guardó reposo en un hospital de la misma ciudad, se comunicó con los zares y se atribuyó su supervivencia como “una intervención de Dios”. Transcurrido el año, Guseva fue trasladada a un hospital psiquiátrico en Tomsk.
Los funcionarios periciales de la Rusia Imperial encontraron evidencias de “graves desequilibrios mentales” que provocaron la enajenación de Guseva y el crimen, como aseguró el encargado de supervisar a la desgraciada mujer, E. S. Radzinsky. Jionia, por su parte, aseguró estar perfectamente lúcida en el momento del apuñalamiento sabiendo lo que hacía, por lo que el informe médico quedó en entredicho.
Caída en olvido
Como prácticamente todo lo que rodeó a Rasputin, el intento de asesinato no estuvo exento de polémica. En la remota Pokróvskoye se encontraba en el momento del crimen un agente de la policía secreta y también periodista del Petersburgski Kurier, un periódico de San Petersburgo, que publicó una entrevista con Jionia repleta de detalles del suceso.
Sin embargo, nadie pudo tener acceso a la reclusa tras el incidente, por lo que las sospechas se dirigían a que, o bien el texto era inventado o, más grave aún, el personaje conocía las intenciones de Jionia Guseva.
La joven campesina regresó a Tsaritsyn en 1917 donde fue internada y castigada en una celda en la que fue colgada de un gancho de hierro por el cabello y azotada en la planta de sus pies. En todo momento negó que el instigador hubiera sido el monje Iliodor, quien durante los días que rodearon al apuñalamiento se las arregló para huir de Rusia disfrazado de mujer.
La vida de Jionia Guseva, pese a haberse considerado ella siempre en sus cabales, continuó en caída libre. En 1919, dos años después de la Revolución, Guseva atentó contra la vida de Tijón I de Moscú, el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa, pero tampoco consiguió consumar su objetivo.
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