Vladímir Sorokin: un pilar de las letras contemporáneas

Es el Día del Libro y presentamos a uno de los prosistas más particulares y destacados de las literatura rusa actual. Fuente: AFP / Eastnews

Es el Día del Libro y presentamos a uno de los prosistas más particulares y destacados de las literatura rusa actual. Fuente: AFP / Eastnews

La biografía y el recorrido artístico de uno de los prosistas rusos más particulares están cubiertos de paradojas. Una cosa es indiscutible: hoy en día Sorokin cumple todos los requisitos para aspirar al título de clásico de la literatura rusa. Duante décadas, Sorokin ha acaparado la atención del público más exigente, ha despertado polémica y ha inspirado numerosos debates.

Vladímir Sorokin se ha erigido como un pilar de las letras en Rusia. No se trata de un escritor de proyectos, como es el caso de Akunin, que se introdujo en la literatura rusa con una serie de novelas previamente ideadas.

La escritura de Sorokin es compleja y sufrida, y no responde a ningún encargo. Prefiere escribir cuando le viene la inspiración, convencido de que un escritor “debe tener la valentía de no escribir”. En este sentido, se encuentra fuera de la industria literaria, habiendo conservado la libertad de la literatura soviética no censurada, que ni siquiera aspiraba a ser leída ni tampoco a alcanzar el éxito, sino que se conformaba con el reconocimiento de una audiencia solitaria de simpatizantes cualificados.

Vladímir Sorokin.Fuente: ITAR-TASS

Sorokin forjó el periodo de Óchered (La cola), su memorable debut, a partir de una expresión artística libre (era también pintor y dibujante de libros), a partir de las entrañas del hermético mundo del conceptualismo moscovita.

Biografía

Vladímir Sorokin nació el 7 de agosto de 1955 a las afueras de Moscú.Se licenció como ingeniero mecánico, pero en 1975 entró en el círculo underground de la capital. Trabajó como ilustrador y se dedicó a la pintura conceptual.

Su primera novela publicada, Óchered (La cola), vio la luz en 1985 en París. En los años 90 se empezó a publicar en Rusia, donde casi todas sus novelas consiguen una gran acogida del público. Es autor de doce obras de teatro, guiones de películas y libretos para la ópera.

Pronto tomó conciencia no solo del valor que tiene el distanciamiento artístico, sino también de la esencia del arte posmoderno, donde el texto no es más que texto, ‘letras sobre el papel’, que guardan una relación bastante mediada con la realidad. “Aprendí muy pronto las lecciones de los conceptualistas moscovitas”, confiesa Sorokin. “Si hubiera vivido y llevado a la práctica todo lo que he escrito, estaría destrozado”.

El gran público ruso no estaba acostumbrado a este nivel de retraimiento. Sus novelas, Norma (La norma), Goluboe salo (Tocino azul), Pir (El banquete) y la trilogía Liod (El hielo), eran leídas como prosa realista tradicional. El público daba por hecho que el autor escribía sobre sus vivencias, que transformaba su propia experiencia en expresión artística, y como tal percibían el chocante mundo sorokiniano.

Obras en español

Se han publicado El día del oprichnik (2008) y El hielo (2011), ambas en Alfaguara y traducidas por Yulia Dobrovolskaia y José María Muñoz Rovira. Esta año asistirá a la Feria del Libro de Buenos Aires que se celebrará del 25 de abril al 13 de mayo. Su obra ha sido traducida a 25 idiomas.

Lo que crea Sorokin es una realidad artística convencional para después destruirla: sea esta el mundo de las novelas o los ensayos clásicos rusos, o bien el de la prosa social y doméstica soviética. Sus novelas son un juego de palabras, por supuesto cargadas de sentido artístico, pero nada más que un juego. Se trata de textos interpretables, pero cuya existencia es independiente del autor. Así era sobre todo Sorokin en su primer periodo.

Desde entonces, no ha cambiado su esencia. Como antes, Sorokin continúa sin pretender ser ‘un maestro de la vida’, un predicador, ni siquiera un Escritor, sino que prefiere seguir considerándose un compositor de textos. Desde la perspectiva de Sorokin, la literatura es una cosa, y la vida otra.

Premios: En 2001 fue reconocido con el Premio Andréi Bely por “sus excepcionales aportaciones a las letras rusas” y su novela Serdtsá chetirioj (Corazones de los cuatro) recibió el Premio Booker Popular, entre otros muchos. 

Incluso las sátiras El día del oprichnik (Den Opríchnika) y Sajarni Kreml (Kremlinazucarado), que no solo fueron clasificadas como sátira y denuncia de la realidad rusa actual, sino también como augurio del futuro próximo de Rusia, el propio Sorokin las valora exclusivamente en el marco del discurso literario.

Una prueba más de su abstracción en la literatura sería el relato Metel (La ventisca), a día de hoy, la última obra del autor. Se trata de un escrito magistral, que incide en uno de los arquetipos más importantes de la literatura rusa: una carretera invernal azotada por la ventisca y una persona extraviada en la nieve.

En opinión de Sorokin la mayor riqueza de sus conciudadanos es la literatura clásica rusa: “Cada vez que me encuentro en Occidente recuerdo que, como literato, juego con cierta ventaja, porque tengo dos ases en la manga: Tolstói y Dostoievski. Cualquier persona que comience a escribir en ruso cuenta con la misma ventaja”.

Y para Sorokin la literatura rusa consiste, sobre todo, en experimentar el descubrimiento del discurso artístico, de la correcta expresión. Sí, la literatura son palabras, pero estas palabras deben ser certeras y estéticamente sólidas. En esto radica precisamente el principal problema de Vladímir Sorokin actualmente, en qué idioma escribir, cómo restablecer el valor artístico de la palabra: “Una vez estuve durante siete años sin escribir nada. Dejé de escribir en 1991 porque comprendí que el mundo a mi alrededor estaba sufriendo unos cambios tan intensos, incluso desde el punto de vista estilístico, que era muy difícil describirlo, había que esperar. Recientemente entré en la librería Moskva para hojear las primeras páginas de los libros más recientes. La imagen es abrumadora, porque o bien encontramos el lenguaje intelectual de los años 70, o bien la jerga callejera de hoy en día. Pero el problema no reside solo en el lenguaje. La realidad no resulta muy interesante cuando describe a unos provincianos recién llegados a Moscú cuya jerga, inundada de extranjerismos, resulta ininteligible. O cuando describe los suburbios, donde también el lenguaje es marginal”.

De aquí proviene un arraigo en el pasado cada vez mayor: “Últimamente, cada vez creo más en el pasado, en la gente del pasado, en la Rusia prerrevolucionaria".

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