El Mariinski y el Colón: más de un siglo de historia compartida

El teatro Mariinski. Fuente: Lori / LegionMedia

El teatro Mariinski. Fuente: Lori / LegionMedia

El intercambio entre los dos teatros siempre ha sido desigual. Mientras el de San Petersburgo aportaba su experiencia y mostraba a sus grandes figuras, el de Buenos Aires se entregaba a la admiración de los artistas del Mariinski al tiempo que le servía de refugio en épocas convulsas.

El Teatro Colón comenzó sus representaciones en 1908. Para entonces el Mariinski de San Petersburgo, que debe su nombre a María esposa de Alejandro II, llevaba casi cinco décadas en funcionamiento. 

Fue en la década de 1910 cuando los gestores del Colón (empujados por una burguesía porteña acostumbrada a visitar los grandes teatros europeos), comenzaron a contratar a compañías como el Ballets Rusos de Diághilev.

El bailarín principal era Vaslav Nijinski, formado en la Escuela Imperial de San Petersburgo. Fue el primer ballet importante que visitaba Buenos Aires y Nijinski deslumbró a todos con sus representaciones de El baile de los cisnes, Cleopatra o Las danzas Polovtsianas. La compañía hizo dos giras en Buenos Aires, en 1913 y 1917, y en la primera visita Nijinski contrajo matrimonio en la Iglesia de San Miguel con la bailarina Romola de Pulszky, a quien había conocido en el barco que les traía a la Argentina. 

Anna Pavlova, también de la Escuela de San Petersburgo, se había marchado de la compañía de Diághilev unos años antes disgustada por el giro hacia la modernidad que habían tomado las representaciones. Pero vino al Colón poco después con su propia compañía. Según cuenta Enrique Destaville, historiador de danza, “la Pavlova para entonces se había instalado en Londres y había contratado principalmente a bailarines del Mariinski”. 

Tras unos años convulsos, en 1925 llegó desde San Petersburgo la ópera El gallo de oro con Adolp Bolm como repositor de la obra. “El consejo principal que Bolm dio a la directiva del Colón fue que se formara la compañía de ballet del teatro y así fue como le adjudicaron la dirección. Con él vino George Kyasth quien se ocupó de la formación de los alumnos. Pero cuando terminó el año se volvieron a San Petersburgo”, cuenta Destaville. 

Los siguientes directores del ballet también vinieron del Mariinski. Bromislava Nijinska, hermana de Nijisnki, vino con su marido y con algunos bailarines que ella había formado. Para Destaville, “ella fue una auténtica representante del Mariinski en Buenos Aires. En su método de enseñanza y en su forma de crear las obras a bailar era una representación total del modernismo en el ballet. Lo dejó todo por venir aquí y estuvo entre 1926 y 1927”. Después llegaría Borís Romanov, maestro de baile en San Petersburgo, trayendo consigo a su esposa y al primer bailarín del Mariinski que había huido con Romanov a Occidente, Anatoli Oboukhov. 

Pero hacia 1934 los lazos entre los dos teatros desaparecieron. Las relaciones diplomáticas entre Rusia y Argentina se habían roto durante la era soviética y sólo se restablecieron hacia 1950. Así que los intercambios entre el Mariinski (que había pasado a llamarse Kirov) y el Colón fueron muy discontinuos. 

En 1971 llegó a Buenos Aires Rudolf Nureyev, contratado por el Colón para montar con su ballet estable una versión de El Cascanueces en la que él mismo bailaba. Para el rol principal contó con la bailarina Olga Ferri quien al terminar la representación fue tan ovacionada que saludó al público con humildad. Según la versión de la bailarina, Nureyev le dijo: “Nunca más saludes con humildad, si no como lo que eres, una gran bailarina, de lo contrario no te habría elegido”. 

Las grandes colas que se formaron en el Colón para adquirir las entradas de El Cascanueces impresionaron tanto a Nureyev, que cuando acudía a los ensayos les llevaba facturas para hacerles más leve la espera. 

“A finales del siglo XX la colaboración entre los dos teatros fue mucho más fluida”, cuenta Destaville. En 1999 vinieron Valery Guérgiev, director del Teatro Mariinski, el coreógrafo y director del ballet y una primera delegación de bailarines, “algunos de los cuales ya eran conocidos aquí porque habían actuado en los escenarios porteños individualmente”.  Así se pudo volver a ver a Uliana Lopatkina e Igor Zelenski en una deslumbrante representación de El lago de los cisnes. 

Ya por entonces el Teatro Colón había mostrado en Rusia las virtudes de uno de sus grandes bailarines: Julio Bocca. El artista que había recibido la medalla de oro en el Concurso Internacional de Ballet de Moscú en 1985, actuó diez años después como artista invitado en el Mariinski con La Bayadera. También subió al escenario a su compañía Ballet Argentino y fueron los primeros extranjeros que actuaron en el Hermitage de San Petersburgo. 

Pero quien mejor representa el arte argentino actualmente en el Mariinski es el director de orquesta Gustavo Plis Sterenberg. En 1986 recibió una beca del Ministerio de Cultura de la Unión Soviética para estudiar en Moscú. Enrique Destaville le recuerda de su época antes de marcharse: “Me acuerdo de él cuando iba al Colón a hacer cola para comprar las entradas, fue a principio de los 70 cuando hubo una época dorada en la programación del teatro”. 

Sterenberg ha sido el primer extranjero en 76 años en ser aceptado como director de orquesta permanente del Teatro Mariinski, y para Destaville es incluso lógico ya que “es un excelente director de orquesta y sobre todo muy comprensivo de la música del ballet”.

La reciente visita de Valery Guérgiev al Colón dirigiendo el concierto La música de la ciudad de las noches blancas ha tenido como colofón la firma de un acuerdo de colaboración ente los dos teatros. Se vuelve a enlazar así la historia de dos teatros que siempre han caminado de forma paralela. 

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