Primero encontraron cinco cadáveres. Yuri Doroshenko y Yuri Krivonischenko, vestidos únicamente con ropa interior, yacían cerca de un cedro, a un kilómetro y medio pendiente abajo de la tienda de campaña abandonada.
El líder de la expedición, Ígor Diatlov, vestido, pero sin calzado y con calcetines diferentes en cada pie, uno de lana en el derecho y uno de algodón en el izquierdo, se hallaba boca abajo en la nieve, rodeando con su brazo un abedul. El cadáver, orientado hacia la tienda, se encontró a 300 metros del cedro.
A unos 300 metros más arriba, en la pendiente, estaba Zina Kolmogorova, igualmente con la cabeza orientada hacia la tienda y también sin zapatos. Más arriba, a 180 metros de Zina, se encontró a Rustem Slobodin con el cráneo fracturado, el pie derecho cubierto con una bota de fieltro y cuatro calcetines y el izquierdo desnudo. El resto de miembros de la expedición fueron encontrados mucho más tarde, al cabo de dos meses, entrada ya la primavera. Liudmila Dubinina estaba de rodillas junto al arroyo, mirando al agua. Junto a ella estaban abrazados Semión Zolotarev y Alexander Kolevatov y, dentro del arroyo, encontraron a Nicolas Thibeaux-Brignollel. A Zolotarev le faltaba un ojo; a Dubinina, un ojo y la lengua. Se habló también del extraño color de la tez de las víctimas, tirando a rojo o anaranjado.
Corría el año 1959 en la Unión Soviética. En los periódicos no se escribía sobre estos temas. Además, la gente no tenía la costumbre de enterarse de lo que ocurría por la prensa.
Para los soviéticos, el verdadero medio de difusión de noticias era la rumorología, las leyendas urbanas y el boca a oreja. En los funerales de los componentes de la expedición se congregó todo Sverdlovsk (entonces Ekaterimburgo).
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Décadas antes de que en internet aparecieran los primeros foros rusos dedicados a la muerte del grupo, los relatos de la terrible muerte de los alpinistas, enriquecidos con detalles reales y ficticios, se transmitieron oralmente de generación en generación.
En la década de 1950, el turismo de masas en Rusia no se asociaba con fotografiarse delante de monumentos famosos sino con expediciones románticas a lugares remotos con un equipaje de mochilas, tiendas de campaña y guitarras. Y, para varias generaciones de turistas, la historia del grupo de Diatlov fue su primera leyenda: era interesante y aterrador hablar de ella por la noche, junto a una hoguera en plena montaña.
El paso en la ladera en que murieron los alpinistas recibió el nombre del jefe de la expedición, Diatlov, en su memoria. Ahora allí hay un monumento conmemorativo que erigieron algunos admiradores.
Posibles causas de las muertes
En los años 90, cuando se eliminaron las prohibiciones soviéticas en los periódicos, el investigador Lev Ivánov, que en 1959 determinó que la causa de la muerte de los alpinistas había sido una “fuerza desconocida e irresistible”, concedió algunas entrevistas.
En ellas, aludió claramente a que aquella “fuerza” estaba relacionada con algún fenómeno paranormal, un OVNI, un hombre de las nieves o algo por el estilo.
Evidentemente, el archivo del investigador Ivánov fue la principal fuente de información sobre el caso del grupo de Diatlov. Durante toda la expedición, los miembros del grupo escribieron diarios y se tomaron muchas fotografías: todas las imágenes se adjuntaron al expediente y poco a poco todo el archivo fotográfico pasó a dominio público.
Caras alegres, ropa de otra época y los paisajes impresionantes del norte de los Urales: montañas y nieve, nieve y más nieve. No hubo una versión oficial de las muertes y, evidentemente, nunca la habrá, pero cuando ocurre algo que encierra un misterio siempre hay escépticos que no creen en los enigmas. Norte, nieve, invierno… Para ellos, está claro que los mató la nieve. Un alud o una nevada copiosa se abatió sobre la tienda de campaña, y los chicos, asustados, trataron de huir medio vestidos y murieron congelados.
Pero, ¿y si no fue la nieve? Un lugar frío y sin vida, del cual nadie sabe nada a ciencia cierta y en el que, con igual probabilidad, podría haber estado ubicado un gulag, una planta nuclear secreta o un campo de pruebas militares. Incluso un lugar encantado: los que vivieron en estas tierras mucho antes de la llegada de los rusos, la tribu de los mansi, llamaban al paso la montaña de los nueve muertos y, casualidad, el grupo de Diatlov estaba compuesto por nueve alpinistas. Todos estos datos y un final cerrado en falso es la trama perfecta para una película de terror.
Además, los prolijos y apasionados debates en foros de internet al principio estaban limitados a la región de los Urales pero luego saltaron a Moscú. La red se inundó de presentaciones multimedia con las fotografías de archivo de los montañeros, acompañadas por una música electrónica tétrica.
Se publicaron artículos de escritores populares de novela negra y libros de admiradores que han dedicado años al estudio pormenorizado de la expedición.
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