Sobre cómo los pastores de venado de la península de Kola luchan contra la noche, el viento y la fatiga, por un futuro más claro. Fuente: Lori / Legio Media
Las colinas de frente plana y la tundra sin fin de la península de Kola se parecen a los paisajes que describe Ray Bradbury en Crónicas marcianas. Es el mismo país, la misma lengua y las mismas personas. Solo que por encima de ellos el cielo es escarlata, la noche dura seis meses, las casas se posan sobre trineos y el viento sopla con tanta fuerza que eleva los perros hacia el aire.
Tatiana prepara una sopa lapona con verduras y carne de venado. El sabor de la carne de ciervo se parece al de la ternera, pero no a todos les gusta. Es cálida y huele a bayas y resina. En los tablones de madera yacen pieles de ante, junto a la entrada, donde se enciende la estufa. Los tarros con moras y arándanos tintinean con cada ráfaga de viento.
Desde allí hacia el este, en la costa de la península de Kola, se encuentra Gremija, 'el pueblo de los perros voladores'. Sólo se puede llegar allí por agua, y con buen tiempo. En invierno, debido a las tormentas de nieve y el oleaje, existe riesgo de quedar atascado unas semanas a la espera de un barco.
Los fuertes vientos pueden levantar a los perros y animales pequeños hacia el aire, y con el mal tiempo, los peatones se ven obligados a desplazarse agarrados a unas barandas de metal, que conforman un "sendero peatonal" que recorre todo el pueblo.
En comparación con Gremija, Lovozero es la zona tranquila de la tundra.
"Nosotros tenemos un apartamento en Lovozero, e incluso hay quienes tienen casas. Pero no vas a dejar allí el venado. Visitamos la ciudad una vez al mes: para comprar comida y lavar. Nuestro hijo, Yégor, quiso construir un baño ya hace un tiempo, pero no lo consiguió: se hundió hace seis años... ", explica Tatiana.
Por encima de la mesita cuelga una fotografía en blanco y negro de un sonriente hombre de cabello oscuro con un jersey de cuello alto. Ella se la queda mirando un buen rato, luego empuja la puerta que se abre de ancho, y el frío se une inmediatamente al interior de la casa de madera.
Es difícil durar más de cinco minutos en el exterior si uno no está acostumbrado. Valeri, con la chaqueta desabrochada, corta leña. Tatiana, envuelta en un suave capullo, trata de poner un cálido abrigo de piel de reno a su esposo. Sus rostros enrojecidos por el frío y el viento parecen reflejar la luz del cielo carmesí.
En la noche polar, que aquí se prolonga del 10 de diciembre al 3 de enero, el cielo se ilumina tan solo durante dos horas. El sol no tiene tiempo de ir más allá del horizonte y pronto, después del amanecer, llega la puesta del sol coloreando el cielo de tonos de rojo.
Cerca de la casa hay una moto de nieve. Misha llega fumando, levantando ligeramente la visera del casco.
Organiza viajes en trineo y moto de nieve en Lovozero durante el invierno; y en verano, excursiones por la península de Kola. A veces se lleva a los turistas a las familias de pastores, y allí los montan en un ciervo por un módico precio.
"La región de Múrmansk dispone de un programa para apoyar a los pueblos indígenas lapones: los sami. Se les apoya con dinero, con ciervos. Pero nosotros somos komi, indígenas de Karelia, a pesar de que vivimos aquí, - explica Misha, - y no se nos tiene en cuenta en este programa: nos dicen que regresemos con los nuestros, a Karelia, con nuestros ciervos. Yo nací y crecí aquí, ¿por qué debería ir a ninguna parte? Así que vivimos ayudándonos entre nosotros".
Misha y su hermano participan voluntariamente en las operaciones de rescate de personas sepultadas por avalanchas, ayudando a los equipos de Múrmansk y Jibin. "En nuestra región no hay equipo de rescate, y los visitantes no se orientan en la zona; les acompañamos en motos de nieve - dice él. - Lástima que nadie nos eche una mano con los costes de la reparación de vehículos y gasolina. Si uno quiere ayudar, uno mismo tiene que correr con el gasto... "
Tatiana vierte la sopa en silencio, y luego echa un vistazo a la foto, mientras en la ventana el venado soñoliento gira perezoso la cabeza al viento, tratando de morder los pedazos de cabello que se adhieren a la nieve.
"La vida en realidad no da miedo, si estamos los dos -sonríe Tatiana. - Sólo asustan los perros que los cazadores no encierran por la noche. Un perro de caza puede asesinar a un ciervo que nosotros necesitaríamos embestir juntos. A veces alguien viene a restaurar el orden, pero al día siguiente ves al perro otra vez caminando alrededor del lago... "
Cuando los ciervos comen aquí toda el suelo se echa a perder, y la familia se mueve a una nueva tierra. "Nos sale a cuenta tener la casa sobre un trineo y el aseo en los corredores; para moverse no es difícil, - razona Tatiana -; solo que ahora el coque de petróleo se sepultó bajo la nieve, y no hay manera de sacarlo fuera ..."
Un cobertizo grande, cubierto con pieles de reno y fieltro, ser erige en la distancia. Está rodeado de postes oscuros, clavados en la nieve: sirve para secar la ropa, y más aterrador aún, está hecho con ramas y azadas. La ropa interior cuelga de los postes, y parece que nunca vaya a secarse.
"Las autoridades locales tuvieron la idea de llevar a cabo el proyecto "Laponia rusa" (el hotel y las pistas de ski). Ahora está todo congelado, y eso que nosotros para el desarrollo del turismo no necesitamos mucho; para empezar a recaudar bastaría una pequeña empresa...”, expone Misha entre dientes, tratando de encender un cigarrillo contra el viento.
Las motos de nieve corren a través de los montículos de hielo, empujando el trineo atado a ellas por un camino resbaladizo. La perdiz nival pasa volando, y esquiva hábilmente los troncos serpenteantes de los árboles arrancados por el viento. En el camino trillado cubierto de nieve se ven huellas carmesí: detrás del largo laberinto de cercas hechas con postes campa el venado.
Muy cerca se encuentran varias casitas grises, mataderos, y en la puerta de una de ellas yace el cadáver de un ciervo atado a un trineo.
"Antes, cuando aquí mandaban los suecos, iba mejor. Ahora todo se aboca a la desolación. Es duro luchar solo..., - lamenta Misha, subiéndose a una cerca – Con los ciervos, si el líder corre, todos correrán. Uno se separa, parte hacia un rincón, espera, espera, y de nuevo se dirige a la manada. Mientras están despiertos, corren. Para mantenerse en calor... Pero de uno en uno todo es más difícil".
Cuatro puntos negros flotan en el aire. Uno de los cuervos, cansado de luchar con el viento, deja de batir las alas, y la primera ráfaga que le envuelve lo desecha contra la pared gris de un matadero de venado. El rastro carmesí rezuma un olor azucarado. Oscurece precipitadamente y parece que será más claro solo en primavera.
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