Más allá de Ucrania: potenciales conflictos entre Rusia y la OTAN

El enfrentamiento actual tiene una dimensión geopolítica que incluye al espacio postsoviético. Fuente: Corbis / All Over Press

El enfrentamiento actual tiene una dimensión geopolítica que incluye al espacio postsoviético. Fuente: Corbis / All Over Press

El conflicto en Ucrania demuestra que tanto Rusia como la OTAN están utilizando el espacio postsoviético como un nuevo escenario de confrontación geopolítica.

Durante la guerra fría existía la amenaza de un enfrentamiento militar directo entre las dos superpotencias, pero en realidad ese peligro era mínimo. La causa no era tanto la presencia de armas nucleares sino la continua disminución en el número de pretextos para una confrontación entre ambos. Ninguno de los dos estaba dispuesto a comenzar un conflicto militar a gran escala. Ni en la Casa Blanca ni en el Kremlin había fanáticos dispuestos a arriesgarlo todo por la consecución de unos objetivos ideológicos.

Con la caída de la URSS se creó la ilusión de que Rusia y EE UU no tenían ya un confrontamiento ideológico, aunque estos comenzaron tan pronto como 1993. Rusia se negó a reconocer los conceptos estadounidenses de liderazgo mundial y de "expansión de la democracia" y propuso una visión alternativa que cristalizaba en el concepto de "mundo multipolar".

A mediados de los años 90, los diplomáticos rusos se acercaron al eje franco-alemán a la hora de resolver las crisis internacionales. La situación cambió con la crisis de Kosovo de 1999, que confirmó a las autoridades rusas que no había diferencias fundamentales entre los EE UU y la UE.

Así las cosas, para conseguir dialogar con EE UU, Rusia tenía que hacer periódicas demostraciones de fuerza. La Casa Blanca se refería a estas acciones de Moscú como una manera de revisar el orden mundial surgido después de 1991, lo que aumentaba el riesgo de confrontación.

Para las autoridades rusas y un creciente número de expertos, a pesar de las declaraciones estadounidenses sobre una "asociación estratégica", el objetivo de la política exterior de EE UU respecto a Rusia consistía en socavar su potencial estratégico y en asegurar que no se pudiera recuperar rápidamente. La cuestión más alarmante para Moscú era la reforma de la ley internacional, según la cual EE UU se había arrogado el derecho de quitar por la fuerza a los líderes de estados soberanos que considerase peligrosos.

En un contexto como este, se daban las circunstancias para que el ámbito postsoviético se convirtiera en un campo de batalla. La diplomacia estadounidense trataba de sacar provecho geopolítico de la caída de la URSS, mientras que Rusia trataba de crear nuevos procesos de integración.

Para finales de 1997 la Confederación de Estados Independientes (CEI) se había dividido esencialmente en tres grupos: los países que formaban parte, de una u otra manera, de procesos de integración con Rusia (Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán); los que encontraban un equilibrio entre Rusia y otros poderes (Uzbekistán, Turkmenistán y Armenia); y los que se oponían a los proyectos rusos (Georgia, Ucrania, Azerbaiyán y Moldavia).

Este último grupo de países se convirtió en una fuente de rivalidad indirecta entre Rusia y EE UU. En todos ellos había conflictos étnico-políticos y estos países acusaban a Rusia de violar su integridad territorial. Por otro lado, EE UU veía que había una masa crítica lo suficientemente amplia como para prevenir algún tipo de proyecto que se asemejase a la restauración de la URSS.

En este sentido, si Rusia trataba de fortalecer su posición en el ámbito postsoviético, tenía que debilitar a estos países, o por lo menos, su acercamiento a Washington. En realidad, el Kremlin no está centrado en la destrucción del actual orden mundial sino que pretende una revisión coordinada del mismo. El objetivo es forzar a los EE UU a reconocer que Rusia tiene el derecho a influir en un área de "especial interés" junto a sus fronteras.

Este objetivo hace que Moscú tenga que ejercer la fuerza de manera periódica en el espacio postsoviético. Los objetivos del Kremlin han sido diferentes: buscar el compromiso de Washington, mantener una zona neutra entre Rusia y la OTAN y crear las condiciones para presionar a los regímenes antirrusos.

Por su parte, los objetivos de la Casa Blanca eran antagónicos: forzar a Moscú a reconocer los regímenes antirrusos y posponer los proyectos de integración de Rusia. El resultado han sido tres crisis, con distintos tipos de intensidad, en Moldavia, Georgia y Ucrania.

La actual crisis ucraniana forma parte del objetivo estadounidense por interrumpir el proceso de integración que supone la Unión Euroasiática.  Rusia quería evitar que Ucrania se inclinase hacia Occidente, lo que según Moscú supone una amenaza para la posición de Rusia en el espacio postsoviético.

Además están las cuestiones regionales de la propia Ucrania, pero el componente global es el de mayor preocupación. Desde el principio de la crisis, las nuevas autoridades ucranianas han enfatizado que sus acciones cuentan con el respaldo de la OTAN. Políticos estadounidenses no niegan que la Casa Blanca conocía los planes militares de Kiev. Además, EE UU realizó un enorme esfuerzo diplomático y aumentó la presión económica para tratar de que Rusia dejase de apoyar a las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, además de responsabilizar a Moscú por el conflicto.

Esta lógica de "confrontación mediada" tiene el potencial de crear nuevos puntos de enfrentamiento en la ya deteriorada relación entre Rusia y la OTAN. El lugar más probable para un potencial conflicto es la zona báltica, que es el lugar más vulnerable para Rusia. En primer lugar, la posición geográfica del enclave ruso de Kaliningrado dificulta su protección. En segundo lugar, los países bálticos son miembros de la OTAN, lo que facilita enormemente conductas en contra de Rusia. Además, la neutralidad de Suecia y Finlandia es crucial, ya que sin ella se pararía el tráfico marítimo desde y hacia Kaliningrado.

Por otro lado, el enclave de Transdniéster es otro posible foco de confrontación, aunque menos probable. Rusia no tiene conexión por mar o tierra con el 14º Ejército establecido allí. Moldavia, de la que formaba parte Transdniéster no la reconoce, y podría estar tentada a resolver el problema por la vía militar. El conflicto se podría agravar con la implicación de Rumanía, miembro de la OTAN.

Por su parte, es poco probable que se desarrolle un nuevo conflicto en el Cáucaso. Georgia mantiene la integridad territorial de sus fronteras desde la guerra con Rusia en 2008,  y tras la llegada del nuevo primer ministro, han mejorado las relaciones con el vecino del norte.

A más largo plazo, podría darse un foco de conflictos en el Lejano Este. Rusia y EE UU mantienen disputas territoriales acerca de la división de la plataforma continental en el mar de Bering, la demarcación del mar de Chukchi y por el no reconocimiento de EE UU de estatus del mar de Ojotsk. Estas discrepancias tienen la potencialidad de aumentar si la situación no mejora.

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Artículo publicado originalmente en Russia Direct.      

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