La doble moral y las torturas de la CIA

La senadora estadounidense Dianne Feinstein rodeada de periodistas tras dar a conocer el informe sobre torturas de la CIA. Fuente: AP

La senadora estadounidense Dianne Feinstein rodeada de periodistas tras dar a conocer el informe sobre torturas de la CIA. Fuente: AP

El informe del senado de Estados Unidos sobre las torturas de la CIA ha provocado una gran conmoción. Por una parte, aunque algunos detalles de las torturas practicadas por la CIA después del atentado del 11 de septiembre ya se conocían, no deja de resultar llamativo un país que se erige como abanderado del mundo libre y defensor de la democracia y de los derechos humanos en unos crímenes de tal crueldad y sofisticación.

La reacción de algunos miembros del establishment norteamericano a la publicación de dicho informe ha sorprendido tanto o más que los hechos aireados por el Comité de Seguridad del Senado. Parece que algunos políticos norteamericanos encuentran en la horrible tragedia del 11 S una suerte de indulgencia que les exime de todos sus pecados y delitos, y les da derecho a proclamar su superioridad moral frente al mundo que les rodea independientemente de sus actos.

Igual desazón provoca el enorme pragmatismo de una parte de la élite política estadounidense, que lleva a Washington a calificar de eficiente o ineficiente el uso de las ‘técnicas de interrogatorio mejoradas’ (eufemismo utilizado para referirse a la torutra). Se condena el empleo de una crueldad excesiva e ineficiente, es decir, que si la crueldad empleada resulta eficiente, puede estar justificada a pesar de su carácter desmedido. Dicho con otras palabras: el fin justifica los medios.

En este sentido, no deja de sorprender la particular escrupulosidad y la rigurosa observación de la ley por parte de los responsables de la CIA en la organización de cárceles secretas en el extranjero, fundada en la prohibición de la tortura en los EE UU. Esta situación recuerda irremediablemente la hipocresía de la inquisición, que recurrió a la quema de herejes porque la Iglesia no podía derramar sangre.

Resulta también llamativo que Colin Powell, quien fuera secretario de Estado durante la primera legislatura de George Bush, supuestamente desconocía la existencia del programa de interrogatorios de la CIA.

Los agentes de la CIA implicados en la práctica de ‘técnicas de interrogatorio mejoradas’ enviaron informes deliberadamente falsos, trataron de ocultar la verdad a la administración y pincharon los teléfonos de los congresistas que favorecieron la investigación.

Al mismo tiempo, según el periódico británico The Times, miembros de los servicios de inteligencia norteamericanos aseguran que “Bush estaba al tanto de las torturas”. El portavoz de la CIA, Ryan Trapani, declaró ante la prensa que todo formaba parte de un programa presidencial coordinado con la Casa Blanca. Cuesta decidir qué es más grave, la ceguera del Gobierno o su complicidad en los crímenes.

La postura expresada durante una rueda de prensa en la Casa Blanca por el presidente Obama —exento de responsabilidad por el programa secreto de la CIA— resulta incomprensible: “Hemos hecho muchas cosas bien, pero también hemos torturado a algunos chicos. Hemos actuado en contra de nuestros valores”. Sobran los comentarios.

El reconocimiento por parte de la Administración norteamericana no ha pasado desapercibido al mundo: ni entre las organizaciones para la defensa de los derechos humanos, ni entre los aliados de EE UU, ni tampoco entre los Estados más críticos con este país. No cabe duda de que la imagen de Estados Unidos se ha visto afectada por el escándalo. 

Dicho esto, también cabe reconocer que la publicación de este informe, que muestra la cara más oscura de los Estados Unidos, da fe del coraje de la administración de Obama, un coraje que no solo explican la guerra entre partidos o la cercanía de las próximas elecciones.

La fuerza del Estado se manifiesta, ante todo, en su capacidad para reconocer los errores cometidos por terribles que sean. Es la forma de evitar caer de nuevo en ellos. El escritor y periodista francés Emile Zola escribió: “la verdad y la justicia están por encima de todo, puesto que solo de ellas depende la grandeza de la nación”. Aunque por ahora hay serias dudas de que EE UU vaya a reconocer los abusos cometidos. 

Artículo publicado originalmente en Russia Direct.      

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