Paseantes frente a la escultura del escritor ruso Mijaíl Lérmontov, durante una fuerte nevada en la ciudad rusa de Stávropol. Fuente: AFP / East News
Lérmontov soñó en español
Cuando se cumple el 15 de octubre dos siglos del nacimiento de Mijaíl Lérmontov puede afirmarse que su obra vive uno de sus mejores momentos en lengua española y catalana de la mano de una nueva generación de traductores.
Desde que George Portnoff, un ingeniero ruso atrapado por el estallido de la Primera Guerra Mundial en Francia y luego en España, tradujera para una editorial madrileña Un héroe de nuestro tiempo a finales de la década de 1910 se ha recorrido un largo camino. Nuevas versiones directas del ruso se incluyen en los catálogos de grandes y pequeñas editoriales españolas como Nórdica, Akal, Alianza o Cátedra.
Las catalanas no les van a la zaga. Un ejemplo es la antología poética a cargo de Arnau Barios y Miquel Desclot, con prólogo del eslavista Ricard San Vicente, que Alpha, con la ayuda del Instituto de Traducción ruso, acaba de publicar. Hace tres años el mismo sello publicó, con versión de Miquel Cabal, la novela protagonizada por el héroe byroniano Grigori Pechorin.
De alguna manera se está correspondiendo el genuino interés que Lérmontov, especialmente en su obra pictórica, profesó por España y que trascendió los mitos literarios románticos y las ideas liberales que circularon por la península ibérica a partir de la Guerra de Independencia.
La imaginación de Lérmontov, influenciada eso sí por la extensa bibliografía romántica de corte orientalista inspirada por la cultura española, creó un vínculo genealógico con este país según el cual los Lérmontov, antes de instalarse en Escocia, habían morado en España hasta la ocupación árabe.
De esta manera su identidad, como supuesto descendiente del ducado de Lerma, quedaba vinculada con “las pasiones impetuosas e incontenibles” hispanas y con el mestizaje cultural, como Pushkin. En su tragedia en verso Los españoles, protagonizada por un joven que debe enfrentarse a los embates del destino, Lérmontov utilizó localizaciones y personajes españoles de los siglos XVI Y XVII como prisma a través del cual analizar lo que sucedía en la Rusia del XIX.
“Los grandes escritores no pertenecen a una escuela, simplemente fundan una literatura” |
El lugar donde se organizó el congreso, el Museo de Literatura de San Petersburgo, también conocido como Casa Pushkin, es la sede de la colección más importante de manuscritos del poeta, legado del editor Andréi Kraevski (1810-1889) quien empezó a recopilar todo este material cuando Lérmontov todavía vivía. Algunos de los materiales más relevantes del fondo son las copias manuscritas de sus primeras poesías con las correcciones del autor y documentación referente a las circunstancias del duelo que acabó con el trágico resultado de su muerte.
También objetos personales que pueden visitarse en la exposición permanente. Sin olvidar la faceta pictórica de Lérmontov, también se expone uno de sus cuadros, El duque de Lerma, el retrato de un antepasado ficticio de esta familia nobiliaria española nacida en 1599 y que inmortalizó con sus propios rasgos. A la labor de preservación de todos estos objetos y manuscritos, el Museo de Literatura también se ha encargado de la edición crítica de sus obras completas en seis volúmenes.
Recordando a Lérmontov en Tánger
La creación artística no sigue un patrón sometido a reglas estrictas. Es el resultado de una complicada y aleatoria combinación de ingredientes dispares: lecturas, experiencias, sueños, viajes, coincidencias, azar. Se nutre de factores impredecibles que orientan la imaginación en una dirección u otra. Unos versos traducidos de un poeta ruso del siglo XIX pueden precipitar la escritura, en una lengua distinta, de otro escritor separado por miles de kilómetros y más de un siglo de distancia.
Lérmontov, el protagonista de este ejemplo, también nos sirve para poner de relieve la importancia de la traducción literaria. Además de conectar a un autor con los lectores de una cultura extranjera sin que éstos necesiten abandonar su lengua materna, el traductor también pone en relación a los creadores de espacios lingüísticos distintos. Las diversas literaturas nacionales han evolucionado y alcanzado la madurez gracias a la lectura de traducciones. Así lo hizo Rusia con las literaturas francesa, alemana o inglesa. El propio Homero, al escribir La Odisea, vertió al griego los relatos de los navegantes fenicios.
Se celebra la prosa de Lérmontov como uno de los elementos fundadores de la novela rusa, en particular con Un héroe de nuestro tiempo, y su poesía como digna relevo de la lírica pushkiniana, y eso a pesar de su fugaz carrera literaria de poco más de diez años.
La fuerza, carácter y universalidad de sus versos se confirman cuando son capaces de zarandear el inconsciente de otro escritor, Juan Goytisolo, cuando éste se encontraba exiliado en el norte de Marruecos, frontera con Occidente como el Cáucaso.
Con la misma óptica periférica a través de la cual Lérmontov oteó la capital del Imperio, expuso su indignación ante el servilismo ruso, su rechazo al despotismo zarista y su aspiración a una libertad individual sin condiciones, Goytisolo exhortó “lermontovianamente” a la España franquista con la adaptación de unos versos del poeta ruso.
El afán de ruptura política, cultural y ética de Goytisolo con el orden imperante en la sociedad española de la época tiene un sorprendente paralelismo con las desventuras de Lérmontov, dos veces obligado a vivir en el exilio durante el reinado de Nicolás I. Así lo explicó Goytisolo en un pasaje de En los reinos de Taifas:
“Un sol indulgente, cordial, invita a sentarse en las mesas distribuidas en la pendiente a lo largo de las terrazas floridas: nidos de espeso verdor, a cobijo de toda mirada indiscreta, en los que solitarios, grupos, parejas, fuman, leen, divagan, paladean un té con menta ovillados en la tibieza y ociosidad. La escarpa costera es abrupta y, desde la altura, puede atalayar el panorama del Estrecho de Tarifa a Gebel Tarik, la aguerrida sucesión de olas que en lenta cabalgata suicida rompen y mueren entre espumas al pie del cantil, verificación reiterada de la distancia que le separa de la otra orilla, almendra de su ansiedad agresiva y vehemente afán de traición. Con el libro de su gerifalte mentor en la mano, acecha el conciso relámpago cuya nitidez le transfigurará; pero de Lérmontov y no de Góngora, de una indigente traducción española casualmente leída meses atrás, saltará la liebre veloz del refrán en forma de unos versos que se impondrán con evidencia avasalladora: adiós, Madrastra inmunda, país de siervos y señores/ adiós tricornios de charol, y tú, pueblo que los soportas. Un alborozo y emoción nuevos se adueñan al punto de él, le disparan a la embriaguez de quien da por resuelto el enigma. El poema que acaba de adaptar conforme a su tesitura es aurora de algo: la frase febrilmente anotada, inaugura e impulsa el surco genitivo de la escritura”.
Goytisolo transformó la versión de Antonio Pérez-Ramos del famoso poema de Lérmontov ["Adiós a ti, del ruso/ sucia patria,/ Nación de encomenderos/ y de esclavos…] cambiando las “guerreras azuladas” por el negro sombrero de tres picos de la policía española, la muralla del Cáucaso por la del Estrecho de Gibraltar, la madre patria rusa por la ‘madrastra’ española.
Como el poeta que desde el Cáucaso conjuró en su poema contra la esclavitud impuesta por la tradición autoritaria rusa, Goytisolo, desde un territorio donde también predomina la cultura de raíz islámica, conjuró también contra otros tiranos escondiéndose “de su ojo que todo lo registra, de su oído que nada escucha en vano”.
El resultado fue la redacción de Reivindicación del conde don Julián, un ajuste de cuentas con la cultura española, una expurgación de los valores tradicionales caducos y enquistados que ahogaban las libertades individuales y creativas.
Su protagonista recita los versos de Lérmontov versionados desde un café con vistas a la costa española. En una reciente colección de ensayos de Goytisolo titulada Belleza sin ley, en la que comparte sus relecturas de autores rusos como Bulgákov, Gógol, Bieli o Tolstói, el escritor español nos recuerda que en las diferentes culturas siempre hay etapas de aparente letargo en la que no se aporta nada al “árbol frondoso de la literatura”, y afirma que una buena traducción de Pushkin y Lérmontov “supera con creces la poesía escrita en español” durante el Romanticismo. Por ello le dijo personalmente a Antonio Pérez-Ramos que había escrito el poema que ningún romántico español acertó a componer. Gracias a Lérmontov.
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