Crónica de una adopción en la posguerra fría

Fuente: archivo personal

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Llibert Ferri se fue a Moscú en 1993 como corresponsal de TV3, el canal de televisión público catalán, después de cubrir el “divorcio de terciopelo” checoslovaco. Alquiló una habitación a María, excombatiente del Ejército Rojo. Tenía a su cargo a Aliosha, su nieto. La Unión Soviética se estaba resquebrajando, los rusos despertaban de una ficción: “no había sido posible ni asaltar los cielos, ni crear una civilización, ni disfrutar de una felicidad planificada”. Con solo diez años, Aliosha “ya era todo un superviviente de la gran depresión en la que cayó Rusia después de vencida la guerra fría”, escribe Llibert Ferri. Niño y adulto se encuentran y se reconocen. Hasta que un día el primero lo llama “padre”. En “Viatge a Moscou” [Viaje a Moscú], el periodista reconstruye el periplo vital de la adopción de Aliosha durante el limbo del precapitalismo ruso.

“No me lo propuse pero, en cierta medida, Viaje a Moscú es una crónica del siglo XX”, explica Llibert Ferri a RBTH. A pesar de que el libro se centra en cómo conoció a su hijo adoptivo en Moscú, cada uno de los personajes implicados lleva consigo su propio equipaje personal con el que Ferri traza una cartografía histórica y sentimental del pasado siglo.

“Mi padre nació en los albores de la Primera Guerra Mundial y murió en 1989, una semana antes de la caída del muro. Mi madre nació en plena guerra mundial y falleció en 1992, coincidiendo con los bombardeos sobre los Balcanes. De Sarajevo a Sarajevo. En 1945, María, la abuela de Aliosha, entró conduciendo un tanque T-34 en la capital alemana, y yo nací tres años después, cuando arranca la guerra fría. Y mi hijo pertenece a la generación del fin del estancamiento que creció con la perestroika”.

Llibert Ferri ha sido enviado especial de TV3 en Europa Central y Oriental y en la antigua Unión Soviética de 1987 a 2007. Testigo directo del proceso de la perestroika y de la transición democrática, ha publicado diversos libros sobre esta temática: Crónicas postsoviéticas, Memoria del frío o El estallido del Este. También es autor de diversos reportajes y documentales sobre la realidad postcomunista: Rumanía, la transición más difícil, La URSS que muere, la Rusia que nace, Chernóbil, 10 años después, Cinco años sin la URSS, Al otro lado del muro o Rusia por la fuerza, así como del documental histórico Operación Nikolái, que desvela las incógnitas sobre el secuestro y asesinato del líder marxista Andreu Nin a manos de la policía estalinista. Es columnista de El temps y Ara.

Un arco histórico que permite al periodista rememorar el pasado familiar republicano, la posguerra española y, pasando por Berlín, acabar tendiendo la mano al hijo de una pareja de moscovitas devastados por la pesadilla soviética. “Tenemos unos hijos alcohólicos en un país que se nos ha caído encima hecho pedazos”, le reprendió María al abuelo Alekséi para que apoyara la adopción y que Aliosha pudiera tener un futuro mejor en Barcelona.

Este agricultor siberiano de Novosibirsk, que llegó incluso a ser ministro, guardaba todavía en las entrañas cierto orgullo y lealtad a la patria. “La culpa de toda esta miseria no es del comunismo, sino de los comunistas que nos vendieron”, le dijo a Ferri mientras esperaban en el aeropuerto a que su nieto cogiera el primer vuelo a España. En el libro se respira en todo momento la atmósfera de desasosiego e incertidumbre de aquellos años, cuyas palabras más habituales eran “hiperinflación”, “privatización”, “fraude” o “mafia”.

“Nuestros demócratas se han comportado con la misma prepotencia e inconsciencia que aquellos bolcheviques que pretendían cambiar el mundo en tres días”. Son palabras de María recogidas en el libro, el prototipo de “madre coraje” rusa que, pese a la edad y los fraudes del Estado, todavía tenía fuerzas para echarse el peso de la familia a la espalda.

Pero a parte del escenario y del momento histórico, esta crónica tiene otra lectura. Además del “vínculo evidente entre una generación española y Rusia como promesa de redención de la que quedaron fascinados personas como Andreu Nin o Rovira i Virgili, aunque luego pagaron las consecuencias”, comenta Ferri, está la “extraña pareja” que formaban él, soltero y homosexual, con un niño cuyo pasaporte tenía las siglas “CCCP” en la Barcelona postolímpica.

En Viaje a Rusia se describe el rocambolesco proceso legal para conseguir la custodia que acaba adoptando tintes de novela de intriga. El primer pasaporte, por ejemplo, lo consiguen inscribiendo a Aliosha con un grupo de niños que pasan las vacaciones en Alcudia (Baleares) con familias de acogida españolas, previo envío de la documentación a Arjánguelsk gracias a un método propio de los tiempos de la guerra fría.

Hoy esa adopción no sería posible con los  nuevos requisitos que impone Rusia a España. “El 74% de la sociedad rusa está afectada por tics homófobos de diversa intensidad, desde lo que no quieren tener a un gay por vecino hasta los ‘tolerantes’, que les permiten vivir pero no admiten ningún tipo de ley de parejas y matrimonio homosexual, y mucho menos de adopción por parte de este colectivo. Pero siempre será positivo que las parejas españolas heterosexuales puedan adoptar a niños rusos”, sostiene Ferri.

A la década de 1990 ya no se puede volver. Hoy Rusia es otra, ondea una bandera con más colores y su peso geoestratégico le permite volver a enseñar músculo. Desde las páginas del periódico Ara, Llibert sigue escribiendo sobre Europa del Este. En uno de sus últimos artículos decía que Putin buscaba una nueva versión de “soberanía limitada” en las regiones de mayoría rusa de Ucrania.

“A la Unión Europea y a los Estados Unidos la cuestión rusa se les ha ido de las manos, del mismo modo que a Vladímir Putin se le ha ido de las manos la intervención en Ucrania, controlada por los sectores más duros. Estamos ante una guerra fría chapucera sin los protocolos pactados de la auténtica guerra fría”.

De momento, opina, la situación todavía le da un rédito político en Rusia. “Su mandato ha ‘ordenado’ parte de las estructuras socio-económicas y ha propiciado el surgimiento de una clase media -un 25% de la población urbana-, que puede permitirse viajar y se informa por internet. Aunque ven a Putin como un estorbo, su sentir todavía no se ha articulado políticamente”.

Según el periodista, Mijaíl Jodorkovski, a quien dedicó un documental en 2011, volverá a la política. “No tengo dudas y me arriesgo a decirlo”, afirma.

El libro, como es lógico, tiene un final abierto. Aquel niño de diez años sigue creciendo y los desafíos son otros, si bien Aliosha, por su origen, ya es alguien que ha sabido sacar fuerzas de la adversidad. Un padre nunca tiene claro si lo podría haber hecho mejor. En los últimos compases de Viaje a Moscú se vislumbra un futuro episodio: la recuperación de los recuerdos rusos del hijo, la sensibilidad latente hacia su país de origen. Un camino que el autor confía en seguir haciendo juntos. “Rusia ha sido demasiado importante para los dos como para dejarla aparcada”, concluye.

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