Víktor Tíjonov, el entrenador más duro de la historia

Uno de los mejores técnicos que dio el deporte soviético, recordado por sus tres oros olímpicos, pero también por sus despiadados métodos de dirección. Fuente: ITAR-TASS

Uno de los mejores técnicos que dio el deporte soviético, recordado por sus tres oros olímpicos, pero también por sus despiadados métodos de dirección. Fuente: ITAR-TASS

La Unión Soviética dominó el medallero olímpico durante décadas formando deportistas con métodos de entrenamiento espartanos. En disciplinas colectivas, nadie representó mejor esa fama que Víktor Tíjonov, seleccionador nacional de hockey hielo en la gloriosa década de los 80. La historia le recuerda por sus extraordinarios resultados (tres oros olímpicos y una plata), así como por sus métodos de dirección, que los que jugaron para él califican como estrictos, autoritarios, o directamente despiadados.

Para entender los métodos de Tíjonov hay que entender la estructura del deporte en la Unión Soviética. El hockey hielo era y en cierto modo sigue siendo el deporte nacional. Los resultados en competiciones internacionales (en plena Guerra Fría) suponían una cuestión de orgullo patriótico, así que no se escatimaban medios.

Existía una liga nacional de hockey, en la que casi siempre ganaba el mismo equipo, el CSKA. Era la sociedad deportiva del Ejército Rojo, lo que le otorgaba potestad para llamar al servicio militar a cualquier joven que despuntase en un país de 300 millones de habitantes. La práctica deportiva eximía a los muchachos de las obligaciones militares, y entre jugar al hockey y hacer guardias a temperaturas de doble dígito bajo cero, la elección era evidente.

El CSKA se convirtió en el alter ego del equipo nacional, pues compartían al entrenador y a la mayoría de jugadores. El club se dirigía con rigor castrense, no en vano todos sus miembros ostentaban literalmente rango militar.

Tíjonov (Moscú, 1930) no fue un estudiante ejemplar, trabajó durante su juventud como mecánico de autobuses hasta que descubrió su talento para el hockey. Paradójicamente desarrolló su carrera como jugador en el eterno rival, el Dinamo, la sociedad deportiva de la policía. Tíjonov, defensa, disputó 296 encuentros y anotó 35 goles. Una vez retirado, se hizo nombre como entrenador dirigiendo al modesto Dinamo de Riga, hasta que en 1977 llamó a su puerta el CSKA, que le nombró entrenador, lo que implicaba además el rango de coronel del Ejército Rojo. Tíjonov introdujo un durísimo régimen en el equipo.

“Ejercía un poder absoluto, controlaba todos los aspectos de la vida de sus jugadores. Comían, dormían y entrenaban a sus órdenes, era un ambiente carcelario”, describe John Sanful, autor del libro Revolución Rusa, éxodo a la NHL, para el que entrevistó a muchos de estuvieron a las órdenes de Tíjonov. La fidelidad de los jugadores se basaba en los beneficios que recibían por el rango de oficial del Ejército que se les asignaba, y que implicaba una mejor vivienda, coche y oportunidades de educación y empleo para sus hijos. Cualquier atisbo de crítica a los métodos de Tíjonov suponía arriesgar el bienestar de sus familias.

El salario de los jugadores era  alto comparado con el del soviético medio, 250 dólares al mes, más un bonus de 2.500 por medalla de oro olímpica. Sin embargo, era ridículo en comparación con las estrellas de la NHL norteamericana, sus rivales en las competiciones internacionales, a los que además casi siempre ganaban.

Cuando Gorbachov subió al poder, introdujo reformas y relajó el control del sistema, el CSKA tuvo cada vez mayores dificultades para retener a sus jugadores ante los cantos de sirena de la NHL. Definitivamente, los métodos de vieja escuela de Tíjonov no eran amigos de la Glasnost, que permitía cierto nivel de crítica.

Así, uno de sus jugadores, Ígor Larionov, que tenía una oferta de 350.000 dólares anuales de los New Jersey Devils, publicó en una revista rusa una carta abierta en la que relataba los métodos de Tíjonov: “Los jugadores sufríamos insultos y humillaciones constantes. Vivíamos 11 meses al año en un campo de entrenamiento, aislados del mundo, confinados en barracones. También los que estábamos casados, es un milagro que nuestras mujeres se quedasen embarazadas”.

Obligado por las formas, Tíjonov respondió públicamente que de ninguna manera se oponía a que sus jugadores se marchasen a la NHL si era su deseo, pero puertas a dentro recurrió a sus conexiones políticas para evitar la fuga de talento. A modo ejemplarizante y llevado por la paranoia, a finales de 1990 expulsó de la selección a varios jugadores drafteados, a los que consideraba desertores potenciales: Pável Bure, Valeri Zelepukin, Evgeni Davídov, y Vladímir Konstantinov. Fue un último intento por mantener el viejo orden en la selección, sin embargo, era poner puertas al mar.

La Unión Soviética se desintegró meses después y la mayoría de los jugadores emigraron a EE UU y Canadá. Aun así, Tíjonov logró llevar al Equipo Unificado (CEI) al oro olímpico en Albertville’92. Fue el tercero y último de su brillantísimo palmarés, que incluye además ocho títulos mundiales.

Tíjonov siguió entrenando hasta 2004, con 73 años, aunque dicen los que le conocen que relajó sus métodos tras la caída de la URSS. Su nieto, que también se llama Víktor, milita en la NHL y es uno de los mejores jugadores rusos de la actualidad, formó parte del equipo que se proclamó campeón del mundo la semana pasada. Preguntado por su abuelo, descubrimos al fin la persona tras el coronel: “Tiene dos habitaciones en casa llenas de trofeos. He escuchado muchas historias sobre su carácter autoritario, pero conmigo es un abuelo normal, amable y atento”.

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