Pasó la infancia recorriendo Asia tras los pasos de sus padres. Él fue cónsul en la China de Mao y después embajador en Burna. Ella trabajó como periodista, corresponsal para asuntos militares. No es casualidad por tanto que, una vez asentada la familia en Moscú, Yuri cursase sus estudios en un colegio militar, la escuela Zukovski, donde se graduó con honores académicos.
Allí nació, previo paso por el boxeo y la grecorromana, su afición por la halterofilia, heterodoxa para un estudiante ejemplar de clase alta, cuyo destino lógico hubiese estado en el Politburó. La halterofilia era un deporte asociado entonces (y probablemente todavía hoy) a hombres rudos e iletrados de provincias, y que por tanto chirriaba en la foto de una familia de diplomáticos de capital.
Pero Yuri verdaderamente destacaba con las
pesas y eligió escribir su propio camino: en 1957, con sólo 22 años, se le
concedió el rango de Maestro de Deportes de la Unión Soviética.
Continuando la vinculación militar, su casa durante toda su carrera estuvo en
los gimnasios del CSKA de Moscú, la sociedad deportiva del Ejército Rojo. Hoy
su busto reside en el paseo de la fama del club (avenida Leningradski, 39),
flanqueado por leyendas como Valeri Jarlámov y Alexander Gomelski.
Su trayectoria en la elite fue corta pero
fulminante, no perdió ninguna competición entre 1959 y 1963. Enfundado en sus
características gafas de pasta se alzó con cuatro títulos mundiales y un oro
olímpico, todos en la categoría reina de la halterofilia, la de los pesos
pesados (más de 95 kilos), en la que estableció hasta 31 récords mundiales que
le valieron durante años el apodo de ‘el hombre más fuerte del planeta’.
Vlasov, además de romper estereotipos, se erigió en precursor y referente
absoluto de la halterofilia moderna soviética hasta la irrupción de Alekseyev,
una década más tarde.
Entre sus fans declarados se contaban Marilyn Monroe, el rey de Suecia, Gina
Lollobrigida y un por entonces jovencísimo Arnold Schwarzenegger, con quien
coincidió en una ocasión en un gimnasio de Viena y que años más reconoció que
Vlasov fue su ídolo de juventud.
En 1964 Yuri perdió su imbatibilidad a manos de su compatriota Leonid Zhabotinski y se tuvo que conformar con la plata en los Juegos de Tokio. Meses después puso fin a su carrera debido a serios problemas de espalda, tan serios que durante algunos años después de la retirada le postraron en una silla de ruedas.
“El deporte me hace sentir más joven, me ayudó
a sobrevivir a varias operaciones graves después de una lesión de la columna y
volver a la vida normal”, explicó en una ocasión el propio Vlasov, al que sin
embargo le precede fama de esquivo con la prensa.
Fuente: youtube / recordsandstrength
Yuri, que por cierto habla chino e inglés muy fluidos, había escrito ya durante su carrera deportiva ensayos para revistas literarias, pero fue tras la retirada cuando se dedicó de lleno a las letras.
Publicó casi una decena de libros, la mayoría sobre historias de superación personal. Pero el más famoso trataba sobre las andanzas de su padre en Asia, titulado Una región especial de China, firmado bajo el seudónimo Vladimírov y traducido a siete idiomas. Su carrera en la literatura se torció en 1976, cuando cayó en desgracia al imprimirse en Occidente su obra La Cruz en llamas, lo que le convirtió en ‘disidente leve’ a ojos del sistema y sus libros dejaron de ser publicados.
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Tras un periodo de ostracismo, Yuri probó suerte en la política en los años de la Perestroika, cercano a los Andrái Sájarov, Anatoli Sobchak y Borís Yeltsin. En 1993, tras la caída de la URSS, llegó a ser elegido parlamentario en la Duma estatal y tres años más tarde probo suerte como candidato presidencial, logrado únicamente un 0,2% de los votos.
Ese día puso fin a su carrera política, abandonó la esfera pública para regresar a sus libros y a sus pesas, ambos como hobby. En 2004, a la edad de 69, Yuri levantó nada menos que 185 kilos en una competición de veteranos. Y sí, llevaba las gafas puestas.
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