“Los grandes escritores no pertenecen a una escuela, simplemente fundan una literatura”

'Literatura rusa', el libro de la eslavista Laura Estrin que reúne once ensayos sobre algunos de sus autores rusos favoritos, es algo más que un texto aparentemente académico. Es un diálogo íntimo con los escritores que han marcado la vida privada, docente y artística de su autora. En sus páginas invoca a Shklovski, Bábel, Platónov, Dovlátov o Jlébnikov.

 

Fuente: archivo personal

Su libro publicado en la editorial Letranómada es el resultado de quince años de vinculación con las letras eslavas desde frentes distintos: la docencia, la edición, la escritura. ¿Es el motivo de que Literatura rusa tenga un estilo mixto: confesión, ensayo, autobiografía intelectual?

No tengo ideas y luego busco las palabras para transmitirlas. La literatura que me gusta me empuja a escribir. De esa indefinible afección extrema nace este libro, igual que todos los que he publicado. 

Laura Estrin es profesora de Teoría literaria y Literaturas eslavas en la Universidad de Buenos Aires desde 1992. Es autora de los poemarios Álbum (2001), Parque Chacabuco (2004), Alles Ding (2007), A maroma (2010), Tapa de sol (2013) y el inédito Ánimas, así como una decena de ensayos sobre literatura. Como editora colabora con Santiago Arcos y Letranómada. Junto con la traductora Irina Bogdaschevski ha publicado Simbolistas rusos (2006), Mi Pushkin (2003), Tres poemas y Cazador de ratas de Marina Tsvietáieva (2006), Cartas de Chéjov (2009), y La tercera fábrica de Shklovski (2012). Actualmente trabaja en obras de Remízov, Dovlátov y Tsvietáieva.

Al seleccionar a autores como Jlébnikov, Dovlátov o Shklovski, ¿intenta salir de la zona de confort en la que dice que se han acomodado las editoriales? ¿Se puede entender como un acto reivindicativo? 

Dicen que todo es político pero, en este caso se trata de una política menor: la 'comodidad' de leer y editar siempre lo mismo. Al escribir Literatura rusa fui llevada a una política extrema, la única que sé hacer: hablar de la literatura que me apasiona. A veces no se trata tan sólo de ignorancia, no se quiere leer o no se quiere entender lo que dicen algunos libros: por eso no se editan y no se ponen al alcance para que sean leídos. 

¿Cómo se ha enriquecido su lectura de la literatura rusa en su aproximación a la argentina? ¿Qué vínculos ha encontrado?  

La primera frase que me vino a la mente cuando empecé a leer acendradamente la literatura rusa fue ésta: “entrar en una literatura nacional es entrar en un mundo, en una atmósfera”. Vivo en el clima de la literatura argentina, leo y escribo sobre ella, el destino hizo que me cruzara con los rusos y allí recuperé algo de la brisa eslava que soplaba en la casa de mi infancia, el del recuerdo de mis abuelos y sus padres rusos. 

Escribí entonces una especie de moneda literaria que en una cara tenía Bábel y en otra a Alberto Gerchunoff. Los inmigrantes judíos-rusos arrastran aún vientos de viejas usanzas. Como cuenta mi padre que hacían los suyos. En su envés argentino, David Viñas una vez dijo que los inmigrantes rusos corrían los muebles de su casa cada tanto, como señal de que querían regresar… mi hermana aún lo hace sin saber por qué… 

¿Qué propone este libro: dar pistas, acompañar en las lecturas, descubrir al lector…? 

No propongo, soy mucho más exigente que eso. Escribí lo que sentí, viví y pude asir al leer esos libros y esos autores. Los libros que me gustan son los que me golpean, transforman, cambian. Los ensayos que más me gustan pertenecen siempre a grandes escritores: los de Blok, Mandelstam, Tsvietáieva, Ripellino, Slonim, Berlin y varios más. Son los que luchan por decir alguna verdad singular. 

¿Por qué no se siente, como dice, tan convencida con la literatura rusa contemporánea? 

He leído algunos autores posteriores a la década de 1970 –Bitov, Petrushévskaia, Pelevin, Popov, Guinzburg…-, pero ninguno me ha cambiado la vida como Shklovski y Tsvietáieva. Hay autores que no tienen retorno. Dovlátov y Platónov me conmueven sobremanera por su audacia de describir lo real en finas líneas cotidianas. Después de ellos ya no volví a sentir lo mismo con ningún otro. 

¿Cómo fue la aventura de crear una cátedra de literatura eslava? 

La Universidad de Buenos Aires sustanció en el año 2003 un proyecto que tenía muchos años y dio paso a la creación de la cátedra de Literaturas eslavas, aunque habría que definir más bien como 'rusa', puesto que no hemos llegado más allá de la ucraniana. Los primeros años académicos fueron fructíferos en el estudio de la lengua y la literatura rusa en su conjunto, y gozó de una buena recepción. Incluso impartí un seminario, “El realismo y sus extremos en la literatura de las primeras décadas del siglo XX”, cuyo núcleo fueron mis autores preferidos, aquellos que abordo en este libro. 

El trabajo en la Universidad de Buenos Aires me dio la oportunidad de conocer y trabajar con tres escritores y traductores excelentes: Irina Bogdaschevski, Lilia Popovic y Fulvio Franchi. 

Otro de los autores citados en el libro con bastante asiduidad es Zamiatin. ¿Cree que no ha tenido el reconocimiento que se merece? 

Zamiatin forma parte de un momento creativo excepcional, las primeras décadas del siglo XX. Suele colgársele la etiqueta de autor de ciencia ficción, cuando Nosotros es una de las novelas de amor más singulares que existen. Me atrevería a decir en forma de quiasmo metafórico que si Las afinidades electivas son una geometría del amor, Nosotros es su matemática. Considero que quedarnos en las formas genéricas es un gesto de enorme debilidad crítica. 

Un autor tan moderno, inteligente y agudo como Dovlátov, ¿por qué no ha calado más entre los lectores en español? 

Con la ironía, a veces no se sabe qué hacer con ella. Se obvia que con la literatura no se puede hacer otra cosa que leerla y 'soportarla'. 

De Bábel extrae sus ingredientes principales: la idea del fracaso, la tristeza como alimento del corazón, la austeridad formal. ¿Qué territorio literario simboliza Bábel? 

En Bábel no debemos mezclar lo que es destino histórico (persecución, tortura y asesinato) de lo que fue su concepción, digamos, casi flaubertiana, meticulosa, de la escritura. A ésta se la lee claramente en la perfección de sus relatos, a la otra hay que marcarla para que los oídos ensordecidos escuchen. Shklovski tuvo bastante libertad, pudo hablar de la barbarie que se cometió y dejar que supusieran que eso era 'formalismo'. 

Bábel intentó decir su tragedia en pequeñas retranscripciones, las únicas que, como dice Céline, se puede pasar del lenguaje hablado al escrito. Así perpetuó su música triste, sus retratos fieles del shtetl de Odesa. 

Blok siempre escribió cuadernos íntimos, llevó un diario. Usted también escribe uno que, por lo que cuenta, está adquiriendo unas proporciones considerables. ¿Adónde la lleva? 

“Mis poemas son mi diario” son palabras que están en Esenin, en Tsvietáieva y en algún autor más. La escritura es una sola, el autor es uno solo. Un autor argentino ha dicho ser “autor de una sola obra”. Los grandes autores escriben un solo libro, esa “conversación que solo apaga la muerte”, como lo llamó un escritor francés. 

La literatura como territorio de la ética, ¿es una de las cualidades de algunos escritores rusos? 

Sí, la relación con la verdad es el trato que todo autor tiene al escribir. Y es un callejón sin salida, como dijo Brodsky de la lengua empleada en los relatos de Platónov. Aunque hoy no pueda olvidarse de que, si bien se trata de formas discursivas, estás se concretan en un cuerpo determinado, no andan sueltas por ahí. 

En un pasaje resume la obra de Chéjov de esta manera: “escribía obras que no decían nada pero donde había pasado todo”. 

Hay escritores sobre los que no se puede decir mucho, son los más grandes y Chéjov es uno de ellos. Por eso parece que no pasa nada en sus relatos, si bien la tragedia que presentan es inaudita, insoportable. Es la desazón de una vida perdida en el vacío de la vida provinciana: la provincia geográfica y la provincia del tiempo. 

De Tsvietáieva dice que una singularidad recorre su obra, ni simbolista, ni futurista, ni decadente: rusa”. Esa adscripción a Rusia es, a la vez, una sentencia y la condición de posibilidad de su obra. 

Los grandes escritores no tienen escuela, ni pertenecen a movimientos o modas, simplemente fundan una literatura. Al afirmar que el único adjetivo que la nombra es 'nacional' quise poner de relieve su original pertenencia y, simultáneamente, el perfecto estallido que con ella hace la tradición rusa al cruzarse con su obra. 

La literatura no permite las medias tintas, las definiciones aguadas. Arremete y lleva al límite, arrasa toda contradicción, suma opuestos. Tsvietáieva es plenamente rusa pero también es una autora para el público lector de todo el mundo. 

Cita en su libro a M. Tsvietáieva confesando que prefería que la entendiesen a que la amasen. 

Tsvietáieva vivió de una manera extrema. Lo quiso todo: entender y ser entendida, amar y ser amada. Si en un momento afirma que la comprensión es superior al amor es porque en ese instante su amor era más poderoso que cualquier otra cosa para ella, no necesitaba del de nadie pero sí a alguien para entregárselo. 

Jlébnikov, como recalca en su ensayo, carga con todos los tópicos de quienes no lo han leído. ¿Cómo explicaría a un lector que no conociera a Jlébnikov su peculiar personalidad y obra? 

Entrar en una literatura es entrar en un mundo, y leer es querer seguir leyendo, por eso los lugares comunes que se activan en ciertas lecturas vociferan subordinaciones, deudas, cegueras e ignorancias supremas. No hay autores difíciles. Sólo la vanguardia es, a mi entender, una ganga para los vagos de las letras. Hay autores que nos tocan directo, nos afectan duramente, nos hablan más que otros, nos llevan más lejos. 

Jlébnikov es un enorme autor que luchó para decir más, para ampliar la literatura con la matemática, la zoología y otras “ciencias mortales”; la lectura deja todo eso atrás para sentir que con lo que hizo sobrepujó una obra que dice mucho y concentra una cantidad de información enorme –como enseñó Yuri Lotman-, saberes que no sé si tuvieron una continuación posterior. Los traductores Irina Bogdaschevski y Fulvio Franchi han trabajado en profundidad una selección extensa de ensayos y textos de Jlébnikov, la mayoría inéditos, que espero que sea un acontecimiento editorial, junto a la única antología que existe hasta ahora en español, de 1984, a cargo de Javier Lentini. 

Dentro de los autores seleccionados se encuentra un cineasta, Tarkovski. 

No soy una especialista en cine pero algunas películas de Tarkovski me parecieron una especie de luz profana para pensar ciertos aspectos de Blok, Bieli, Gippius…

o, mejor dicho, de un momento finisecular que ellos atravesaron. Me gusta más Esculpir el tiempo, cercanísimo a El rumor del tiempo de Mandelstam, que sus larguísimas y trémulas películas llenas de figuras poéticas. Prefiero el realismo a los juegos de palabras y manos, prefiero Ningún lugar adónde ir de Jonas Mekas. 

De algunos de estos autores dice que escribieron novelas que ya no son novelas, ¿se adelantaron al posmodernismo? 

El espacio y el tiempo no tienen un lugar en la literatura. Vienen del futuro, dijo Tsvietáieva. Muchos se apresuran a decir que la novela es cosa del siglo XIX únicamente, o que hay un arte de la novela del que se ocupan remanidamente sin saber que Flaubert, con el tapado de piel que le había regalado Turguéniev, también se moría de frío en Rouen….

Otros saben que la Biblia nació poema sin distinguir prosa y verso. De este lado me quedo, porque siento que escribir es luchar contra lo que está domesticado. Es ir al extremo y caminar sobre el abismo, “atreverse a fracasar como nadie se atreve”, como escribió Beckett.  

¿Cómo se han 'infiltrado' todos estos autores en su propia escritura? 

Estos escritores fueron el aire en que anduve estos años, junto a ellos sobreviví. Ahora leo La maleta de Dovlátov y, como un golpe, en el mismo tono terminal de Dovlátov, escribí en Ánimas, mi poemario inédito: “La tragedia es esa maleta/ la de Dovlátov./ Pero preguntan:/ ¿es todo?/ Y en los años/ no hay nada”.

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