Viaje en color a la antigua Rusia

Coincidiendo con la feria “Paris Photo” que se ha celebrado en el Grand Palais de la capital francesa, el museo ubicado en el antiguo domicilio y taller de Ossip Zadkine (1890-1967), donde vivió y trabajó durante casi cinco décadas a escasos metros de la sede del Instituto de Estudios Eslavos, propone una visita particular por su exposición permanente. Hasta el 13 de abril, las esculturas de madera y piedra del artista nacido en Vítebsk están acompañadas por cajas de luz en las que el vasto Imperio Ruso de los últimos compases del zarismo se nos aparecen en color gracias a la pionera técnica de la tricomía, perfeccionada por Prokudin-Gorski (1863-1944).

En 1909, Ossip Zadkine, después de pasar su infancia en Smolensk y realizar una estancia de dos años de formación en Inglaterra, se instaló en París. Allí siguió sus estudios artísticos y trabajó primero en la mítica residencia de planta circular La Ruche, donde recalaron otros que, como él, buscaban en la gran metrópolis un hueco en el mundo del arte y contaban para ello con escasos medios económicos. Nunca volvería a Rusia. 

Ese mismo año, Prokudin-Gorski, nacido en el seno de una familia de la vieja nobleza rusa y de formación multidisciplinar, tuvo su primera audiencia con el zar Nicolás II en Tsárkoye Seló. Había cosechado un gran éxito en la capital rusa con la presentaciones públicas de sus imágenes tricromáticas. El 30 de mayo de 1908 fue invitado para que realizase una de sus demostraciones ante el Consejo de Estado y la Duma. Uno de los espectadores presentes fue el Gran Duque Aleksandr Mijáilovich. Admirado por la novedosa técnica de Prokudin-Gorski que permitía reproducir la realidad a todo color, el hermano del zar le abrió las puertas del mejor mecenas posible para su ambicioso proyecto de documentar los confines del Imperio ruso. 

La técnica de la fotografía color de Prokudin-Gorski 

Apasionado de las ciencias y la tecnología y formado en los más prestigiosos centros educativos rusos, Prokudin-Gorski frecuentó muy pronto la Sociedad Imperial de Tecnología de cuya quinta sección, dedicada al incipiente arte de la fotografía, se puso al frente en 1898. Su emprendimiento vocacional y talante científico inquieto hizo que en 1901 abriera en San Petersburgo un estudio de fotocincografía (impresión fotográfica sobre planchas de cinc) mientras iniciaba sus investigaciones sobre la fotografía en color, una técnica todavía titubeante y experimental. 

Para ello se puso en contacto con el físico y astrónomo Adolf Miethe, titular de la cátedra de fotografía, fotoquímica y análisis espectral de la Escuela Superior de Tecnología de Charlottenburg, también conocido por ser el coinventor del flash de magnesio o el diseñador del primer teleobjetivo fotográfico. Precisamente uno de sus diseños, presentado públicamente en 1903 y que despertó el interés de Prokudin-Gorski, fue una cámara intercambiable que impresionaba tres negativos sucesivos con la ayuda de tres filtros de color distintos (azul, rojo, verde). 

Luego se producían, por contacto, tres positivos sobre placas de vidrio cuya proyección simultánea con un aparato concebido para tal fin permitía la restitución de la imagen definitiva en color. El proceso en sí no era complejo. La verdadera dificultad residía en que la sensibilidad de las emulsiones de las placas utilizadas no es la misma en todo el espectro de luz visible, resultando unos colores poco fieles. Prokudin-Gorski se impuso la tarea de perfeccionar esta técnica con la ayuda sus profundos conocimientos químicos. En 1905 se erigió como especialista absoluto del proceso de tricromía, el único capaz de reproducir la realidad en su color natural, supernado en calidad al autocromo de los hermanos Lumière. 

El encuentro con el zar 

En 1909 Prokudin-Gorski tenía perfeccionada su técnica de fotografía en color y cuando acudió a la audiencia con el zar, un apasionado de la fotografía de quien nos ha llegado un importante archivo fotográfico, sabe que tiene en sus manos el mejor instrumento para documentar y fijar para la posteridad el esplendor natural, patrimonial y artístico del Imperio ruso. El zar quedó automáticamente subyugado con las proyecciones y le dio carta blanca a Prokudin-Gorski en cuanto a permisos y fondos se refiere, además de un vagón laboratorio y un barco a motor para sus desplazamientos.  

Galería de fotos: memorias en color del Imperio Ruso

Los números de su proyecto dan cuenta de su ambición artística: se impuso la tarea de producir 10.000 imágenes en diez años, desde el Báltico hasta el Pacífico. Sin embargo, tanto la Primera Guerra Mundial como la Revolución rusa truncaron sus objetivos: entre 1909 y 1916, año de la última expedición fotográfica, alcanzó las 3.500 tomas, 1.902 de las cuales fueron compradas por la Biblioteca del Congreso de Washington. Los positivos de vidrio originales no se han conservado, ni tampoco el aparato que diseñó Prokudin-Gorski para su proyección. Las imágenes de la Rusia de hace un siglo que podemos contemplar en París proceden del escaneo de los negativos y su tratamiento digicromatográfico. 

Las distintas misiones fotográficas

Las imágenes de la exposición se agrupan según las distintas misiones fotográficas a las que pertenecen. Las primeras con las que se encuentra el visitante son fruto del encargo directo del zar con motivo del centenario de la batalla de Borodinó, contra las tropas de Napoleón. La elección de los responsables del concepto expositivo no es casual, ya que las ciudades que visita Prokudin-Gorski, Vitebsk y Smolensk, son las mismas en las que nació y creció Zadkine. Aparecen como un pedazo de Rusia recuperado de la memoria. 

La segunda sala está consagrada a las expediciones a los Urales y Siberia, territorios de gran riqueza mineral y actividad metalúrgica, especialmente al sur de Bashkiria. Allí documentó las costumbres y actividades de sus pobladores. Su última misión por la región, en 1912, la hizo a bordo de un barquito a motor que le facilitó el Ministerio de Transportes. Con él siguió el curso del río Chusovaia. Pero antes de ir a los Urales cumplió su primera misión: documentar el canal Mariinski cuya centenario estaba a punto de conmemorarse. La ruta le llevó por el canal Ladoga, siguió después por el río Svir hasta el lago Onega, luego navegó por el Vitegra y el Novo-mariinski hasta alcanzar el lago Béloye. El material resultante fue proyectado en sesión privada para el zar el 20 de marzo de 1910, como aparece anotado en la agenda del Romanov.  

La envergadura de este trabajo se confirma en las últimas tres salas, dedicadas a sus viajes por el alto Volga (plasma el esplendor de las ciudades del Anillo de Oro, que ocupan un lugar muy especial en el imaginario ruso), las montañas de Daguestán y las estepas de Asia Central.

Para Prokudin-Gorski la fotografía es el único medio para salvar del olvido el rico legado artístico y natural ruso, ofreciendo a las generaciones futuras un testimonio de gran riqueza visual. Es por eso que también diseñó un proyector de bajo coste que se habría distribuido por todas las escuelas para que los alumnos pudieran contemplar la grandeza de su tierra natal. 

En la región de Bujará tomó fotografías de los palacios de verano del emir y retrató a centinelas y a funcionarios con turbante. Las imágenes tomadas en esta región durante sus primeros viajes antes de la audiencia con el zar, fueron las más impactantes y convincentes para que su trabajo llegara a oídos de Nicolás II. 

Cierra la exposición un grupo de imágenes tomadas en verano de 1906 de una nueva línea férrea, la que se dirigía a Múrmansk y que, vía Carelia, permitía el acceso al mar de Barents. La región al norte de San Petersburgo recordó al fotógrafo las primeras imágenes que tomó en color en 1903, cuando documentó aquel territorio con la primera cámara que había recibido de Alemania. La de 1916 fue la última misión, acometida en plena Primera Guerra Mundial. En 1918, Prokudin-Gorski se exilió en París.  

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