Margarita Gasparyan. Fuente: Ria Novosti
Margarita Gasparyan, 19 años recién cumplidos,
puesto 318º del ranking WTA. Irina Jromachava, 18 años, número 249 del ranking.
Alexandra Panova. 24 años, 140º del ranking. Alysa Kleybanova, 24 años, 185º
del ranking. Con estas cuatro jóvenes tenistas se presentó el fin de semana
pasado la selección rusa a disputar en Cagliari (Italia) nada menos que la
final de la Fed Cup, equivalente femenino de la Copa Davis. El resultado fue
lógicamente una aplastante victoria local, 4-0.
Las dos grandes estrellas del tenis italiano acudieron puntuales a la cita,
Sara Errani y Roberta Vinci. En cambio, ni una sola de las 10 mejores raquetas
rusas por ranking mundial respondió a la llamada del seleccionador, no importó
que se tratase de una final. María Sharápova esta vez tenía excusa, es baja de
larga duración por una importante lesión en un hombro. Estaba previsto que Ekaterina Makarova disputase la final pero lamentablemente
se lastimó la mano de juego apenas un par de días antes de la serie.
¿Dónde se metió el resto? Svetlana Kuznetsova,
21º del ranking mundial, la más fiel a la selección en los últimos años,
comunicó que estaba oficialmente de descanso. Semana sabática, vaya. María
Kirilenko, Elena Vesnina, Anastasia Pavlyuchenkova y Nadia Petrova participaron
en el torneo de Sofía, perteneciente al circuito WTA y con una dotación de
750.000 dólares, donde por cierto firmaron una discreta actuación. Es decir,
todas las mejores tenistas rusas disponibles prefirieron disputar un torneo
regular antes que defender a su selección en la final de la Fed Cup.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? Es vox populi que existe un
problema de sobrecarga de calendario, las eliminatorias de la selección
nacional (que no reportan ningún beneficio económico directo al tenista)
coinciden en fecha con torneos del circuito regular, principal fuente de
ingresos de los profesionales, junto a la publicidad.
Un problema, por cierto, común a todos los
deportes con ligas muy profesionalizadas, como el fútbol o el baloncesto. Jugar
con la selección supone perder dinero. Pero es una excusa a medias. La
sobrecarga de calendario no es un problema nuevo, Rusia ha ganado la Fed Cup
cuatro veces en la última década bajo las mismas condiciones. Dementieva y
Myskina no rehuían la llamada de la selección, desde luego nunca una final,
independientemente de que fuese a domicilio y con un pronóstico desfavorable,
como era el caso de este año.
Este verano el vicepresidente de la Federación Rusa de Tenis acusó públicamente
a los jugadores de codicia y falta de patriotismo, al parecer Mijaíl Youzhny
habría solicitado 150.000 dólares para defender los colores de Rusia. No todos
los casos son iguales. Kirilenko, Vesnina y Makarova lideraron el camino de la
selección femenina a la final, batiendo a Japón y Eslovaquia en cuartos de
final y semifinales, respectivamente.
Ambas eliminatorias se disputaron en Moscú con una sonrojante escasez de público en las gradas. En el lado opuesto está María Sharápova que, siendo la mejor tenista rusa desde hace seis-siete años, sólo ha jugado tres eliminatorias de Fed Cup en toda su carrera. La última, por cierto, en Moscú ante España, febrero de 2012.
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Escarbando un poco debajo de las explicaciones más populistas aparecen otros motivos para la ausencia de las tenistas rusas a la selección, como la falta de coordinación entre la Federación Internacional (ITF), la que organiza la Fed Cup, y la WTA, responsable del circuito. La WTA cuenta no sólo con la dotación económica de sus torneos, sino que organiza el ranking mundial. Dado el sistema, la renuncia a participar en un torneo le supone al tenista una pérdida importante de puntos en el ranking (llave a patrocinadores e invitaciones a mejores torneos).
Sin un calendario más o menos homogeneizado, como se ha conseguido por ejemplo en el fútbol, en que no se solapan partidos de las principales competiciones de clubes y de selecciones, la ITF lleva las de perder, y con ella las selecciones nacionales de tenis.
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