Cuadrado negro sobre fondo blanco. Fuente: wikipedia
A veces la historia da tantas vueltas que vuelve al punto de partida. Lo que ayer era merecedor de aplauso hoy puede incluirse en una lista negra para mañana ser recibido de nuevo con todos los honores. Algo parecido ha sucedido con las vanguardias rusas en el último siglo: de estandartes de la modernidad pasaron a ser perseguidas y silenciadas durante décadas para, actualmente, merecer la atención de los expertos, del público y de las instituciones. Incluso para colarse en el marketing nacional. Con la llegada del G20 a San Petersburgo, las calles y edificios principales de la ciudad lucieron carteles y banderolas con el logotipo de la cumbre. En el sitio web de este foro internacional se dice que artistas como Malévich o Kandinsky forman parte de “un periodo honroso del rico legado histórico y artístico del país”. Entretanto, en un pueblo al sudeste de Moscú, Nemchínovka, sigue encendida una polémica: ¿qué hacer en el lugar de la tumba de Konstantín Malévich, arrasada y perdida durante la Segunda Guerra Mundial, y cuya localización se descubrió el año pasado?
Kazimir Malévich. Fuente: wikipedia |
La controversia se podría resumir con el siguiente titular: los restos de uno de los artistas más influyentes del siglo XX reposan ahora bajo el cemento del complejo residencial Romashkovo-2. El problema surgió en 2012. Alexander Matveyev, un físico que lleva décadas investigando el legado de Malévich, y Jochen Wermuth, banquero de inversión alemán residente en Nemchínovka, unieron esfuerzos para dar con el lugar original de la tumba, marcado originalmente con una escultura de Nikolái Suetin, amigo y discípulo del artista. Matveyev, que lidera la asociación “Nemchínovka y Malévich”, rastreó el terreno con equipos de radar, entrevistó a testigos supervivientes y se ayudó de cartografías militares de la zona. Los esfuerzos dieron resultado, pero demasiado tarde: las obras ya se habían iniciado.
Las autoridades rusas recuerdan que, cuando se aprobó el proyecto, los terrenos no estaban calificados como espacio protegido. El responsable de cultura de la región de Moscú, Oleg Rozhnov, declaró a Ria Nóvosti que cuando la asociación los informó ya era demasiado tarde para modificar el proyecto urbanístico.
“Nemchínovka y Malévich” lanzó entonces, aprovechando el descubrimiento, un proyecto alternativo: la construcción de un centro de investigación y producción artística. A la vista de que nada va a frenar que la constructora siga adelante con las obras y que las autoridades no contemplan dar su apoyo a la propuesta, la asociación presiona para que la cuestión no quede zanjada con la solución que dan los portavoces de Romashkovo-2: la colocación de una placa conmemorativa de acceso público cerca del lugar original y que el colegio privado de la urbanización lleve el nombre del pintor. Por lo pronto, el Ministerio de Cultura ya ha anunciado que convocará un concurso de ideas para el diseño del nuevo memorial.
El Cuadrado negro y la voluntad de Malévich
Hace exactamente un siglo, en la misma ciudad donde recientemente se reunieron los jefes de Estado de las principales economías mundiales, se estrenó la obra que fue el germen de las vanguardias rusas. En el teatro Luna Park de San Petersburgo, subió a las tablas la ópera cubofuturista Victoria sobre el sol. Sólo fueron dos funciones, una corta vida, pero su impacto fue inversamente proporcional a su éxito comercial.
En el caso de Malévich, responsable de la escenografía, la ópera fue el primer lugar donde experimentó con su icono de la modernidad, el cuadrado negro, que saltó al lienzo dos años más tarde y fue presentado en sociedad en La última exposición futurista de 1915. En sus palabras, aquel cuadro-manifiesto era “el primer paso hacia una creación artística pura”.
A su emblemática serie le acompañaron textos teóricos del pintor, que sentaban las bases de lo que hoy conocemos por suprematismo, movimiento artístico que primó el sentimiento sobre el objeto, la abstracción sobre la representación realista. Desde entonces, la figura geométrica más reconocible de Malévich ha sido revisitada por multitud de artistas, como en It is man del artista indio Anish Kapoor o The Black Corner Missed by Malevich de Iliá y Emilia Kabakov.
La suerte de Malévich no fue muy distinta a la de la mayoría de los vanguardistas rusos. Su última obra, un autorretrato de 1933 que hoy cuelga en una de las paredes del Museo Ruso de San Petersburgo, es un buen resumen de la castración artística a la que se vieron sometidos: presionado para que abandonara la abstracción, Malévich se muestra como un príncipe del Renacimiento al más puro estilo clásico. Sin embargo, si prestamos atención a la esquina inferior derecha del lienzo, vemos que el artista firmó, en lugar de con el nombre, con un cuadrado negro.
Enfermo de cáncer, Malévich dejó bien especificadas sus últimas voluntades. Entre ellas, su destino final: en Nemchínovka, donde tenía su dacha de veraneo, en el terruño al pie de su roble favorito. Hacia allí partió su ataúd en 1935, desde la estación de Moscú en Plóschad Vosstania, después de una procesión por las calles de San Petersburgo, ciudad que costeó las exequias. Tanto en el féretro como en la parte frontal del vehículo que lo transportó figuraba su famosa figura geométrica. Las cenizas, según lo previsto, fueron depositas en el lugar indicado.
Pasada la Segunda Guerra Mundial, y perdidos el árbol y la escultura de Suetin, aquel lugar de peregrinación para los admiradores de Malévich cayó en el olvido. Había pasado de bucólica colonia de dachas a granja colectiva. Sólo a finales de la década de 1980, se estableció un lugar de peregrinación a dos kilómetros del sitio original, en uno de los límites del bosque de Nemchínovka. Ahora es una exclusiva zona residencial, toda una metáfora del último siglo de la historia de Rusia.
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